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SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Por si nadie ahí arriba en las altas esferas del gobierno se ha dado cuenta, a nivel internacional ya se anuncia que México vive una pandemia de feminicidios. Detrás de este fenómeno se esconde algo más que el machismo (que siempre lo hemos padecido, claro), y se antoja que hay una red de secuestro, trata, muerte y tráfico de órganos en

A nivel nacional el panorama es desalentador, ya que actualmente 56% del territorio cuenta con la Alerta de Violencia de Género. Pese a ello, los resultados son nulos.

Los gobiernos estatales y los municipios, así como el gobierno federal, se han visto incapaces de atajar este nuevo flagelo, a diferencia de lo que sucedió con el secuestro, por el que se diseñó una estrategia que a la postre resultó efectiva.

La marcha de mujeres indignadas por la violación de una joven a manos de policías de la Ciudad de México, que derivó en destrozos en una estación del metro, y pintas en monumentos históricos como El Ángel de la Independencia, trae a colación este problema en el que los organismos defensores de los derechos humanos –y no sólo las feministas-, han estado haciendo hicapié, pero sin muchos resultados.

A diferencia de  lo que sucedió con el secuestro, la matanza de mujeres en el país no ha levantado de sus asientos a los funcionarios públicos, de todos los niveles. Al contrario, por muchos años los gobiernos estatales se resistieron a adoptar la alerta de género, argumentando que eso sería contraproducente para sus economías.

Las confesiones de asesinos seriales de mujeres son aterradoras. El secuestro de chicas que luego son halladas muertas, no han sacado de la indiferencia al pueblo mexicano, tampoco a los analistas políticos y menos a los miembros de los partidos.

Si acaso hay una reacción igualmente violenta en redes sociales contra los feminicidas, pero hasta ahí. Se observa, incluso, que las noticias que hablan de muerte de mujeres, han trivializado el asunto aún más, pues la gente se desfoga mentando madres en la sección de comentarios de las redes, pero eso no impacta por ningún lado. Sirve todo eso solamente como un desfogue, pero también –paradógicamente-, para ir aleccionando a la sociedad acerca de esta nueva realidad, al punto de hacerla indiferente.

Los estudiosos del fenómeno de violencia comienzan apenas a poner sus ojos en este terrible delito, y pretenden esclarecer y atacar las causas más profundas, además de las obvias, como la cultura machista y la impunidad.

En esto del feminicidio, ocurre lo mismo que con los cadáveres de las infortunadas mujeres: son sólo cifras que se enfrían demasiado rápido.

Psicológicamente hablando, reconozco lo que asume una socióloga que fue entrevistada por un medio nacional: Que “una sociedad que se acostumbra a vivir con los niveles de violencia que se registran en México, es forzosamente una sociedad enferma”.

Y así es. Tanto, que las mujeres cuya indignación llegó al tope en la capital del país, fueron azotadas doblemente en redes sociales y en medios formales, acusándolas de violentas. Y así se perdió la meta de denunciar un abuso policial, para poner en primer lugar las pintas, los gritos y destrozos de las mujeres que se solidarizaron con la agraviada.

Las protestas no están moviendo al gobierno. Los colectivos están haciendo su parte, incluso están incurriendo en desesperación y vandalismo, como sucedió el pasado viernes.

Al contrario, nos sorprende que no haya habido más protestas de este tipo por el feminicidio, siendo éste un delito tan atroz y tan de alto impacto social y político.

¿Qué sucede? Pues que las que mueren no son de los que tienen voz. Son mujeres jóvenes con niveles bajos de educación. Mujeres de barrios bajos.

Es distinto a cuando asesinan al hijo de algún potentado o intelectual, o político.

Recordemos que en el tema de los secuestros fue distinto: en la administración pasada hubo una estrategia nacional antisecuestro, con algún grado de éxito. Y es porque el secuestro le pegó a la gente de dinero y tenían la capacidad de movilizar a las autoridades.

Sólo en México se cometieron 671 feminicidios durante ese año. Pero en 2018, fueron asesinadas 3,663 mujeres (¡10 cada día!)

Pese a estas escandalosas cifras impunidad que rodea este tipo de casos es indignante: sólo el 10% de los feminicidios han recibido una sentencia condenatoria.

Y la tendencia es la misma a lo largo de los años: mujeres víctimas de violencia intrafamiliar, muertas a golpes, por asfixia o con arma blanca.

Pero, ahora los feminicidios están saltando a los espacios públicos, y las muertes se dan con armas de fuego.

El asunto empeora y, sin embargo, los gobiernos no se inmutan.

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