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SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Una muy pobre autocrítica vemos en los aspirantes a dirigir el PRI, salvo la opción de volver al pasado, saboreando las glorias del poder perdido, que es tan inmediato pero a la vez tan lejano, que la añoranza es más un desaliento que un acicate. Pero obviamente en política nada está escrito, y el poder se reconquista paso a paso, aprovechando errores del adversario, provocándole otros, quitándole gente, y así hasta minarlo como sucedió con el PAN.

Los priístas ya vivieron este proceso en el año 2000, cuando perdieron la Presidencia de la República con Vicente Fox, una vez que el país en su mayoría optó por un gobierno de derecha.

Al margen de si a México le salió más caro el caldo que las albóndigas con los panistas, y aunque debemos de reconocer que la terrible corrupción a gran escala que padecemos se la debemos a los blanquiazules, lo que importa es determinar cuánto le tomó al PRI volver al poder. Solamente tuvo que esperar 2 sexenios (12 años) para recuperarse de su caída, que aunque no fue tan espectacular como la que sufrió en 2018, tampoco significa que no pueda hacerlo de nuevo.

Los que piensan que el PRI está acabado, debieran de pensarlo dos veces. El dinosaurio siempre nos sorprenderá.

Alejandro Moreno, Alito, gobernador con licencia de Campeche, estuvo en Guerrero en el marco de su campaña por la dirigencia del tricolor a escala nacional, cargo que se disputa con dos mujeres, pero sobre todo con la gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega, misma que representa –además de sus propios intereses-, los del ala dura del partido, que aunque enarbola la bandera de la democracia, dista mucho de serlo.

Comandados por el gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz Ortiz, el ala opositora del priísmo nacional tiene muy poco que ofrecer, que no sea más de lo mismo. Es la vuelta al PRI dinosáurico, mientras que Alito encarna la esperanza de volver al PRI de los mirreyes y de los “Golden boys”, que resultaron más cañones que bonitos, pues a diferencia de sus antecesores, ya nacieron en pañales de seda, sus carreras políticas fueron meteóricas y por recomendación, y representan a la política inescrupulosa.

Con estas dos opciones enfrente, el priísmo nacional –y lo mismo sucede en los estados-, no tiene mucho que hacer y tampoco mucho que decir.

A sabiendas de que la vida interna de su partido se decide desde las cúpulas nacionales, que se mueven como espectros, fantasmas, entes invisibles, los priístas guerrerenses ven, oyen y callan. ¿Qué más se puede hacer ante una realidad tan descarada? No mucho. Por eso el PRI en Guerrero se abstiene de meterse a este juego y más bien prepara su propio escenario.

Recordemos que el priísmo nacional estaba entusiasmado con la elección interna, porque por primera vez sería abierta a las bases, y organizada por el Instituto Nacional Electoral (INE). Pero “aiga sido como aiga sido”, de última hora se determinó que el partido mismo organizaría el proceso, lo cual impide que se tenga la certeza e imparcialidad necesaria.

En el camino, de hecho, se salió el ex rector de la UNAM y ex secretario de Salud, Jorge Narro, por considerar que el PRI iba al despeñadero. Expuso que los grupos de poder al interior del partido maniobraron para evitar una verdadera renovación, que le permitiera al tricolor transformarse. Por ende, la elección de Alito será sólo un trámite, aplicando la máxima de cambiar para seguir igual.

La transformación del PRI será una mera simulación, aunque Alito diga que será real.

También prometió que el priísmo retendrá la gubernatura de Guerrero. Puede ser que así sea, pero no será por él, ni por nadie del ámbito nacional. Será por las circunstancias mismas de  la entidad, y porque –como decíamos-, los tricolores no se entretienen, están trabajando a todo vapor para que Héctor Astudillo le entregue la estafeta a uno de los suyos. Siendo el priísta que recuperó Guerrero, el gobernador no querría ser también el último de esta nueva era del tricolor. ¿Cierto?

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