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Soplo de vida

Sergio Sarmiento

“Entonces formó el Señor Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre un ser viviente.”

Génesis 2:7

Los políticos no tienen capacidad para decidir cuándo empieza la vida humana. El Congreso de Nuevo León asume una posición que sería risible, si no pudiera ser tan trágica, al declarar: “Es de reconocer por este Parlamento que existe vida humana desde el momento mismo de la concepción.” La frase refleja la arrogancia de la ignorancia.

         Los filósofos y los teólogos han disputado por milenios acerca del inicio de la vida humana, el momento cuando el ser humano puede ser caracterizado realmente como tal. Aristóteles señalaba que el embrión adquiere el alma de manera gradual durante el embarazo, pero ni siquiera el alma es suficiente para la vida, ya que “El alma es la entelequia primera de un cuerpo natural que en potencia tiene vida” (De ánima). Santo Tomás de Aquino desarrolló las ideas de Aristóteles y sostuvo también que Dios introduce el alma de manera progresiva en el embrión: primero el alma vegetativa, luego el alma sensitiva y finalmente el alma racional; por eso en la “resurrección de la carne”, dice santo Tomás, no participarían los embriones, ya que no se les habría infundido el alma racional y no serían por lo tanto seres humanos.

         El cigoto es la primera célula con material genético fusionado de los dos padres. El American College of Pediatricians señala, en un documento preparado originalmente por Fred de Miranda en 2004 y actualizado por Patricia Lee June en 2017, que “la vida humana empieza en la concepción, la fecundación”; pero enfatiza la posición de J.T. Eberl: “Sin embargo, lo que es controvertido es si esta célula genéticamente única debe considerarse como una persona humana.” Según Arthur Caplan, profesor y fundador de la División de Ética Médica del Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York, “Muchos científicos dirían que no saben cuándo empieza la vida. Hay una serie de momentos cruciales” en el proceso (citado por Elissa Strauss, Slate, 4.4.17).

         Los seres humanos comunes y corrientes coincidimos sin darnos cuenta. No damos emocionalmente la misma importancia a la pérdida de un cigoto, formado por una sola célula, o a la de unos blastómeros, una mórula, una blástula o una gástrula, agrupaciones celulares diminutas y sin diferenciación, que a la de un feto desarrollado o a la de un bebé. Las organizaciones antiabortistas no ilustran sus pancartas o videos con un cigoto o una gástrula, sino con un feto desarrollado, porque no obtienen la misma respuesta visceral a la pérdida de un grupo indiferenciado de células que ante la de un feto con todas las características del ser humano. En los cumpleaños, por otra parte, no festejamos el momento del coito sino el del alumbramiento.

         Yo puedo coincidir con los antiabortistas en la necesidad de reducir los abortos, pero el camino no es castigar a las mujeres que aborten sino disminuir los embarazos no deseados. Una buena política pública de educación sexual y difusión de los métodos anticonceptivos, sobre todo entre los jóvenes, tendría la consecuencia tan deseada de disminuir los abortos que no ha logrado el encarcelamiento de las mujeres.

Pretender que los políticos saben más que los filósofos y los científicos, y que pueden definir con exactitud cuándo un embrión se convierte en ser humano, es una simple exhibición de ignorancia. Encarcelar a una mujer por abortar, con la idea de que el aborto es un homicidio, no solo es mala ciencia y peor filosofía, sino una pésima política pública.

Iguales

Donald Trump se queja constantemente del “failing New York Times” y de la “fake news CNN”. López Obrador cuestiona a la prensa fifí y en particular al Reforma. No son diferentes. El objetivo de ambos es atacar a los medios críticos.

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