fbpx

Serapio – Al Groshe, el amigo ausente.

Pocas veces el abuelo se deja crecer el pelo. Hoy lo trae crecido. Lo veo como un venerable hombre. Singular con su blanca barba de candado, sentado en el portal de su casa. Trae una camisa manga larga a cuadros de colores rojo y azul, arremangada casi hasta los codos. El varón está elegante. Hasta sus grandes orejas encajan bien. Camino un poco hacia atrás buscando mirarlo mejor. Está radiante, risueño sin reír. Me congratulo al pulsar su estado de ánimo. Necesito platicar con él. Siendo abuelo yo, me considero afortunado de poder charlar con Lapo, único abuelo que mis hermanos y yo pudimos conocer. No tuve la gracia de mirar el rostro de mis abuelos paternos. Tampoco contemplé la faz de la abuela materna. Todos, menos Serapio, se fueron antes de que yo naciera.  

A veces a los humanos se nos estruja el alma. Es como traer congojas que nos encorvan el placer por vivir la vida. El domingo por la mañana del treinta y uno de marzo de este año, fui sorprendido por la muerte de un amigo. Casualmente me enteré, en este mundo atascado de tantas formas de comunicación. Caminando por la calle que separa al panteón de Agua de Correa y al campo de futbol, a la distancia ví mujeres y hombres aglomerados frente a la entrada al camposanto. Poco a poco, al avanzar, distinguí rostros conocidos. Uno de esos rostros me dijo que ahí estaban para sepultar a mi amigo fallecido el día anterior. Desde entonces traigo un fuego cruzado de ideas existenciales. Hablar con mi abuelo Lapo me será útil.

Serapio ya leyó en mi rostro la necesidad que me impulsa a buscarlo. Sosegado me ofrece una silla para que me siente. Abuelo quiero platicar, le dije de sopetón. No hubo saludo de buenos días, ni el concebido “¿Cómo está?”. Te estoy esperando, respondió. Perdí un amigo al que pudiendo visitar no lo hice en muchos años. Parece que dí por sentado que tenía un seguro de vida que caducaría años después de mi muerte. ¿Cuál es tu inconformidad? Preguntó. ¡Los amigos nunca se pierden! El abuelo me siente rehén de la rutina. No tuve la capacidad de asombrarme ante lo asombroso de la amistad. Parezco lugareño enajenado ante lo cotidiano de vivir junto al mar, desconcertado de las reacciones de aquellos visitantes que por primera vez conocen nuestro puerto o aquellos turistas que por cosas de la vida están por primera vez frente al mar. Entonces nuestra ignorancia  explota con toda su brutalidad al no saber aquilatar las emociones ajenas que frecuentemente son sublimes. Eso pienso abuelo. Cuenta hijo, cuenta. Conocí a mi amigo desde su infancia.

En el año de mil novecientos setenta y ocho dejó de ser un conocido para convertirse en un amigo sin importar la diferencia de edades. Ese año, abuelo, se fundó el equipo de fútbol Propemex (Productos Pesqueros Mexicanos) ¿Sintió el temblor abuelo? Sí. No te detengas. Te escucho. En ese equipo hubo jugadores, hijos de antiguos avecindados y también de las viejas familias de Zihuatanejo. Puedo recordar algunos, cuyos padres o abuelos usted conoció. Había dos nietos de don Celestino Flores, de quien se dice llegaron procedentes de El Ticuí, municipio de Atoyac de Álvarez. Usted lo debe recordar. Era sastre y peluquero. Vivía en la orilla de Las Salinas, casi enfrente de la iglesia. Sus nietos, hijos de Ricardo su hijo: Magdaleno, el Pelón y Pepe; quizá usted tuvo amistad con don Félix Ivo Téllez, vivía en Pantla, muy propio él para hablar, se hizo cargo de la crianza de Marcos y lo protegió con su apellido. A Marcos Téllez le decían el Pancrudo. Su padre biológico era de El Coacoyul; de Pantla también jugaba Baldemar Valencia, el Loco, aunque siempre le sobraban sobrenombres; del barrio de los Hermanos, hoy conocida como la colonia Zapata, estaba Manuel Miranda Oliveros, hijo de Juan Miranda, el músico.

Dime una cosa hijo ¿Estos muchachos no tenían madre? ¿Porqué pregunta eso abuelo?, me dices los nombres de los padres pero te olvidas de sus madres. Bueno, bueno, no recuerdo a todas las señoras: Salvador Espino Guido, hijo de Amelia y de don Salvador; Adrián, el Pato Aburto Palacios, hijo de Benjamín y de Zoila; Francisco Palacios Yáñez, el Nieves, hijo de Alfonsito; Ismael García Guido; su nieto Victor Manuel Reyes López, Vitico; los nietos de su primo Victor López y de su mujer Nacha; Yobel y Bladimir el Pipo Velázquez López, hijos de Gaytán y de Lupe; Juan José Otero Souza; Salvador Nogueda Alba, hijo de Salvador y de Imelda; José Luis Ruíz González, Motita, hijo de Juan y de Amelia, del barrio del Mitote, lo mismo que el Guati, hijo de Agustín Pineda y de Nina Corrales, y otros más que quizá olvido en este momento. Pero hoy quiero platicarle del Groshe, de Rubén Aburto Pineda.

Era hijo de Belisario Aburto y de Elfega Pineda, la hija de María Pineda, de Agua de Correa, pero con muchos años de vivir en el centro junto a su hermano Gildardo. Los apellidos del Groshe deberían ser Aburto Orbe. Mi amigo fue sepultado el domingo treinta y uno de marzo de este año. Mire, si cierro los ojos puedo dibujárselo mentalmente. Su figura era atlética. Calculo que mediría arriba de un metro y setenta centímetros. Ojos ligeramente saltones, bigote espeso. Se reía fácil y asimismo se enojaba, creo que de ahí le viene eso de groshe, porque no se medía para hablar cuando estaba de malas o lo hacían enojar, cosa fácil de suceder. Caminaba desganado, balanceándose con cadencia, pero en el campo era fuerte y movido. Dicen que tenía buena garganta cuando de saborear un buen tequila se trataba. Vivimos momentos gratos compartiendo el futbol.

Recordar esos momentos resaltan la importancia de los amigos para la salud emocional y física. Abuelo ¿ Porqué cree usted que descuidamos la comunicación con los amigos, sabiendo lo milagroso que son para nuestra alma? La amistad es como una plantita que diariamente necesita agua, pero el secreto es la cantidad de agua. No tanto que la ahogue, que la asfixie, ni poca que la mate. En el cálculo está el riesgo del olvido. Entiendo. Con el Groshe disfrutamos, la alegría de arrasar con todos los títulos del torneo mil novecientos setenta y ocho, mil novecientos setenta y nueve: campeón de liga, campeón de campeones, campeón de goleo por equipo y campeón de goleo individual.

La intensidad deportiva creció: en mil novecientos setenta y nueve el PROPEMEX se enfrentó al equipo de los veteranos de las Chivas rayadas del Guadalajara en la cancha municipal de futbol, hoy convertida en unidad deportiva. Era un veintitrés de junio de mil novecientos setenta y nueve. Las tribunas establecidas en un solo costado de la cancha, estaban saturadas. En los otros tres costados la gente se apretujaba. El Groshe estaba consciente de que la asistencia respondía a la presencia del campeonísimo. Eso no le importaba por algo le decían Groshe. Dijo algo así como me importa el diez de mayo…aquí mandamos nosotros. El partido terminó empatado a un gol, pero cuando el Motita anotó el gol que sería la victoria local, Rubén corrió emocionado a abrazar a su compañero para después mandar a la china por tierra al árbitro que decidió anularlo alegando un fuera de juego.

El Groshe soltó un retahíla de bendiciones que compartieron sus colegas. Ese año Rubén vivió una locura total. El once y el diez y ocho de agosto se enfrentaron al primer equipo de las Chivas dirigidos por el uruguayo Carlos Miloc. Ambos juegos se perdieron pero se ganaron la oportunidad de jugar en el estadio Jalisco, la casa de las Chivas, en el preliminar del clásico nacional: Chivas vs América. Desbordaba alegría. Como todo el equipo, se entregó con fuerza y ánimo a entrenar diariamente. Lo ví con un propósito definido: quería hacer lo mejor que pudiera en el campo. No solo destacaba por su fortaleza física, tenía habilidad técnica y buena visión de campo. Con frecuencia de sus pies salían trazos precisos a los costados permitiéndole a su equipo desbordar por las bandas, desestabilizando la línea defensiva. Seis días después en Zihuatanejo continuó el aquelarre futbolístico. Ahora se enfrentaría a la selección nacional amateur dirigida por Jesús Del Muro en un cuadrangular organizada por la Federación Mexicana de Futbol, donde el ganador representaría a México en el torneo internacional a celebrarse en Toulon, Francia.

Completaban el torneo el Zacamel de las fuerzas inferiores del Zacatepec dirigidos por el Piteco Sánchez y el Puebla en su categoría de fuerzas inferiores dirigido por una celebridad mundial de la selección nacional española: don Isidro Lángara. La vida futbolística del Groshe continuó varios años más después incluso, de desaparecer el PROPEMEX.

La muerte de Rubén Aburto Pineda evidenció mi negligencia, abuelo. El futbol fue el cordón que nos unió, pero la ausencia inconsciente impidió disfrutar con mayor intensidad su amistad. Abuelo no quiero que el Groshe descanse en paz. No lo veo descansando. No a un hombre con su espíritu. Imagino su rostro sonriente dispuesto a hacer cualquier travesura. Cierro los ojos abuelo y lo veo avanzando con el balón en sus pies escudriñando el espacio preciso que le abra el camino a la gloria.

Al frente de izquierda a derecha: el padre Fabián, La Cabucha; Francisco, el Nieves, Palacios Yañez; Agustín, El Guati Pineda Corrales; El Venado Gutiérrez; Víctor Manuel, Vitico, Reyes López. Atrás: Magdaleno, el Pelón Flores Radilla; Baldemar, el Loco, Valencia González; Manuel Miranda Oliveros; Román Valdovinos Reyes; José Glores Radilla y Rubén Aburto Pineda, el Groshe.

About Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *