Jorge luis reyes lópez
Por las madrugadas, el niño se despertaba angustiado, con el cuerpo mojado de sudor. Eran tres semanas repitiéndose cada noche la misma pesadilla. Apenas cumplidos los siete años, los sueños empezaron a ser iguales. Al principio le parecían divertidos. Él volaba, cruzaba el río donde había un puente de piedra. El puente se retiraba; luego, el muchacho aceleraba el vuelo y lo alcanzaba. Durante tres años, la fantasía nocturna siguió su curso esporádico, sin provocar angustias. La cuestión era que en las últimas veintiún noches, las ensoñaciones se habían convertido en sufrimientos. Ahora el soñador tenía poco más de diez años, así que decidió platicar con su padre. Este lo escuchó con atención, sin interrumpirlo. Cuando terminó de desahogarse, el padre, con cariño, le dio una explicación que no buscaba serenarlo, que solo pretendía explicar la razón de sus sueños.
—No te preocupes, hijo, el significado de tu sueño es que tendrás una vida larga y conocerás tierras lejanas.
Juvenal recuerda esa conversación con su padre, sucedida allá por el año de 1957. Había nacido en La Mesa de Tumbirichal, diez años antes de esa plática. La familia era numerosa. Predominan las mujeres: ocho hermanas y cinco varones. Juvenal es el más chico de los hermanos y el único sobreviviente de los hombres al día de hoy. De sus hermanas, tres siguen disfrutando de la vida.
Por la mañana, la playa tiene visitantes. Unos, sentados, quietos, gozando la pereza del mar. Otros, enfundados en ropa para hacer deporte, caminan una y otra vez, recorriendo el tramo corto de arena hasta cansarse o enfadarse, para luego retirarse por rumbos desconocidos. Algunos niños y mujeres entran jubilosos al agua marina. Todos vestidos a tono con el lugar.
Por la pendiente encementada aparece descendiendo una figura anacrónica, como si fuera un elemento disruptivo en un paisaje pintado, salpicado de un elemento que no encaja, que no cuadra con la pintura. Pareciera que el pintor se descuidó, haciendo ver rara la obra. Así se ve la delgada figura vestida con un pantalón de mezclilla flojo. En los pies lleva huaraches de suela de hule y correas cruzadas. Una camisa azul, adornada con dos líneas verticales de color blanco. Trae un sombrero grueso, de esos que usan los campesinos. Del hombro le cuelga una tirinche. Baja pausado. Mira por encima de las antiparras. El bigote blanco contrasta con el azul intenso de la camisa. Es Juvenal a sus 78 años. No se distrae de su rutina. Caminar en la playa le permite reunirse con sus recuerdos.
A los cuatro meses de haber nacido, la familia se mudó al Ocote de Peregrino. Pronto pudieron construir su casa. Era una de las tres viviendas de adobe que había en la comunidad. Ahí aprendió que, cuando temblaba en el caserío, era porque Dios había movido su dedo meñique. ¿De qué mano? Eso nunca lo supo. Lo que sí sabía era que había movido el dedo meñique. ¡Cuántos recuerdos de aquellos tiempos!
El padre le pronosticó que sería heredero, heredero… ¿De qué? No podía saber entonces que, al paso del tiempo, terminaría viviendo en la casa de adobe que los padres e hijos habían construido. Otra advertencia le hizo: que se cuidara de la mordedura de un perro, porque a causa de ello podría morir.
Juvenal piensa que su padre sabía mucho porque leía y era leyista. Estudió el lunario, y en las tardes serenas, en un agradable clima, oía atento las explicaciones paternas. Los signos buenos del zodíaco son cuatro: Tauro, Cáncer, Virgo y Capricornio; los planetas buenos son Marte y Saturno. Cada paso que da sobre la playa afirma su memoria. Las lecciones se extienden a los días de la semana. A la Luna le toca el lunes; el martes, a Marte; el miércoles, a Mercurio; jueves es de Júpiter; a Venus le corresponde el viernes; sábado, a Saturno; y el Sol se apoderó del domingo.
El viejo le había enseñado mucho, aunque nunca supo explicarle qué significaba matar tres víboras durante tres viernes seguidos. Porque —le dijo— matar una víbora en viernes significa prosperidad. Esa es la razón por la que la gente dice: “Mataste víbora en viernes”. El año que Juvenal se casó, mató tres víboras en día viernes, y cuando consultó a su progenitor sobre su significado, le respondió que no lo sabía, que necesitaba ver el lunario. Desafortunadamente, eso no sería posible, porque lo prestó y nunca se lo devolvieron.
Su padre también le hacía a la magia. De eso, francamente, el hijo no quiso saber nada. En el campo sembraban frijol, maíz y ajonjolí. Había que saber cuándo sembrar para asegurar una buena cosecha. Los calendarios eran usados para guiarse en los ciclos lunares. Hay que sembrar tres días antes o tres días después de que la Luna se va.
Aprendió que la Luna tiene cuatro estaciones: la conjunción es cuando la Luna se va y viene. Es la mejor estación para sembrar. Nacen árboles frondosos, anchos y de poca altura. Cuarto creciente: la Luna está tierna. Si se siembra en esa fase, los árboles crecerán altos y darán pocos frutos. Luna nueva: se va en la noche y amanece nueva. Finalmente, está el cuarto menguante. También es buena para sembrar. Cuando la Luna llena se baja a un cuarto, hasta desaparecer, ese tramo es bueno para sembrar.
No ha olvidado que, a pesar del tiempo que ha pasado, si la Luna se va en Tauro, Cáncer, Virgo o Capricornio… ¡Sobres, no le hagas verano!
Juvenal siente cosquillas en el estómago al saturarse de recuerdos. Detiene su camino. El Sol ya se asomó descaradamente. El soñador extraña el clima frío del cerro de La Parotita. Hoy, como en la conjunción, iniciará su ciclo de ir a su pueblo y venir a Zihuatanejo. Está en la playa para despedirse. Regresará al Ocote de Peregrino, y como la Luna nueva, de la noche a la mañana estará de regreso en el puerto.
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