SERAPIO

Jorge Luis Reyes López

Siendo un mozuelo, Serapio  disfrutaba los viajes con los arrieros que salían de la sierra donde había nacido, para llegar a Uruapan, Michoacán, lugar donde vendía sus productos. Ahí mismo adquirían mercancías para colocarlas de regreso, entre los habitantes de su comunidad. Uruapan tenía atractivos adicionales que no le brindaba su terruño. La ciudad tenía nueve barrios y cada barrio su fiesta tradicional, de manera que dependiendo de la época del año el muchacho podía divertirse en las ferias que se establecían en las plazuelas. Gozaba mirando y oyendo el bullicio popular. Ante los recuerdos  Lapo sonríe cuando a su mente llegan cabalgando en tropel, las imágenes de uno de los juegos que más lo alegraba. No siempre jugaba, pero igual lo saciaba. Mesas largas con bancas de madera, donde se apiñaban hombres y mujeres de diferentes edades. Todos traían en pequeñas bolsas, pistos de maíz o de frijoles, que utilizaban como apuntadores depositados en las tablas que tienen doce figuras diferentes. Es el juego de la lotería. Reía ante la picardía e imaginación del gritón, al anunciar cada carta que sacaba. Generalmente no mencionaba el nombre de la figura en solitario.

Siempre lo acompañaba de una copla, y correspondía al jugador la interpretación de la figura correcta a la que hacía alusión. Los premios normalmente eran en especie y venían después de que algún jugador con mano alzada gritaba ¡Lotería!. Luego se verificaba el resultado revisando carta por carta a fin de evitar cualquier error, riesgo siempre latente. Cuando esto sucedía los checadores avisaban al gritón y este continuaba hasta tener un seguro ganador. Lapo, por decirlo de alguna manera, tenía antojo de ver nuevamente el juego de la lotería. En Zihuatanejo la modernidad turística, ha sepultado tantas tradiciones populares, que resulta difícil reencontrarlas. El viejo supo, para su alegría, que en Agua de Correa esta tradición seguía viva.

El pueblo pudiera confundirse  al verlo como parte de la zona conurbada de Zihuatanejo. Loco error de quien así piense, concluyó el abuelo. Este cuerpo social tiene sus particulares tradiciones. Sus habitantes conservan una cohesión comunitaria, que la ciudad de Zihuatanejo perdió hace tiempo. Mientras el puerto se atomizó, Agua de Correa se tornó más territorial. El centro de Zihuatanejo, que era el viejo pueblo, perdió su sentido de pertenencia. Agua de Correa lo conserva y lo vive rabiosamente cada día. En fin pensó Serapio, lo que ahora deseo es disfrutar el pasado de la mano del presente. Se acicaló y aseguró llevar monedas en la bolsa. Sabía que ahora no se entregan chácharas a los ganadores. La tabla cuesta dos pesos, y  cuando de tabla llena se trata, el precio sube a cinco pesitos. Temprano llegó a la plazuela, escenario de lo que el abuelo esperaba fuera una noche esplendorosa, donde suponía que sus recuerdos danzarían con el presente. Vio una plancha de concreto en forma rectangular sobre la que se colocó adoquín.

En una de las cabeceras esta un edificio que alberga una iglesia católica. Cerca de ella un quiosco donde unos niños juegan pateando un balón. A los costados hay jardineras de piedra. La lotería iniciará hasta después de las ocho de la noche, cuando concluya la misa. ¡Sacrilegio sería jugar mientras el cura oficia misa! ¡No más eso faltaba! Justo en el extremo opuesto se desarrollará el juego. Serapio caminó alrededor de la plaza, luego se sentó en una banca próxima al escenario donde la lotería se celebrará. Quiere ver el ritual preliminar que se repite cada miércoles, viernes y domingo. Por la explanada aumenta el tránsito peatonal, conforme el sol se oculta. Las luminarias del alumbrado público empiezan a parpadear, entonces el letargo del entorno, casualmente desaparece. La casa del Popeye Nogueda vive un frenesí anticipado, sillas y mesas de plástico salen en manos de los jugadores apartando lugares para si, para amigos, vecinos, familiares, o lo que sea. Ya se establecieron los puestos de tamales envueltos en hoja de maíz, otros en hojas de plátano. Algunos tamales especiales no tienen chile.  Hay atole de tamarindo. Los elotes cocidos están presentes. Palomitas de maíz para el que guste. Más allá se venden pizas. La misa agoniza. Serapio no pierde ojo.

Detiene su mirada en un peculiar trío. Un hombre mayor caminando tomado de la mano de una dama joven, blanca y renga, acompañados de un muchachillo al que Lapo le calcula no más de once años, vestido con ropa casual, luciendo unas greñas que le recordó a un viejo conocido, que se dejaba crecer el pelo cercano a la frente, lo suficiente para cubrir un defecto que tenía en el ojo derecho. La actividad colectiva sigue. Algunas damas traen sus propias tablas. Los organizadores se arrinconan estratégicamente dominando la concurrencia. En el piso hay cajones de plástico que contienen tapas de botellas, que serán utilizados para apuntar las figuras en la tabla, cantadas por el gritón. En el otro cajón hay suficientes tablas. La misa terminó. Los jugadores esperan con euforia contenida. Lapo observa las primeras diferencias. El ambiente es más sosegado que en el pasado. No hay presencia de fumadores ni de bebidas embriagantes. Es una reunión plenamente familiar. Lapo ya supo que el viejo y la renga están casados y que el muchachillo greñudo es el nieto. Ahora parece que pronto iniciará el juego. Con micrófono en mano el Popeye avisa que estén preparados mientras las mujeres responsables de cobrar las tablas y verificar los resultados, de apellidos de un apreciado linaje, Mosqueda, Orbe, Nogueda y varias más que se relevan en esta tarea,  pasan a cobrar las tablas.

Lapo piensa que Popeye será el gritón y espera saber cómo serán las coplas modernas. Se volvió a equivocar el abuelo. No hay gritón. Hay una aplicación en el  teléfono celular, lista para ser usada cuando el coordinador anuncie el inicio del juego. Lapo se sorprende al oír una voz femenina que sin emoción alguna dice: gallo ¡Entonces recuerda el dicho de los gritones del pasado diciendo: ¡El que le cantó a San Pedro!; Sirena, dice la voz monótona, y Lapo responde, medio cuerpo de mujer; La pera, y Serapio rumia, el que espera desespera. Pronto desaparece la voz femenina y el abuelo solo escucha frases de antaño: no te arrugues cuero viejo que te quiero pa tambor; camarón que se duerme se lo lleva la corriente; don Venancio; Si te mueres te la pongo; Te empino y me voy de paso; Si te muerde el alacrán, llama al cura y al sacristán; el que nace pa maceta, no pasa del corredor; el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija;  tanto quiso el diablo a su hijo que le sacó un ojo; el valiente vive hasta que el cobarde quiere; el pez por su boca muere; lo que el médico curar no pueda, lo cura la muerte; no hay borracho que coma lumbre; pájaro que no vuela que agarre ventaja.

¡Lotería, lotería!, gritaba la mujer del viejo, mientras el nieto decía la mitad para mí y la mitad para ustedes. El viejo alzó la mano y con su vozarrón dijo ¡Lotería! Silencio. Se oye una voz femenina gritando ¡Lotería!. Habrá que compartir expresaron la renga y el nieto. Pronto llegaron las verificadoras, se llevaron la tabla para repasar las cartas. Descuidadamente Serapio se acercó al trio. El nieto se frotaba las manos, la joven mujer le palmeaba el hombro aprobando su satisfacción. La jugadora pasó la prueba. Pero el trío no. Les faltó el bandolón, confundido el viejo anotó al violoncelo. Serapio se divertía mirando y oyendo los reclamos y culpas que se otorgaban los perdedores, ¡Que vergüenza dijo la mujer!, pensarán que quisimos hacer trampa. Al nieto se le salía la baba de tanto reír imaginando a su abuelo como un viejo tramposo. ¡No puede ser, no puede ser!.

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