Serápio

Jorge Luis Reyes López.

Don Serapio amaneció hambriento. En la mesa había dos litros de leche de vaca recién ordeñada, espumosa y tibia. En el tecomate, tres tortillas calientes de maíz quebrado. Tomó un plato hondo y le vació leche hasta la mitad. Sacó una tortilla, estrujándola con los dedos, como pellizcándola y arrancándole pequeños trozos que depositaba en el plato. Del salero agarró la sal de grano remoliéndola con los dedos pulgar, índice y medio, esparciéndola en la superficie lechosa. Del zarcero bajó una cuchara y empezó a saborear la pachomata. Solo era un simple tentempié mientras llegaba la hora del almuerzo. En el fogón de la chimenea hervía un oloroso café en una olla de barro. Se sirvió en un tarro y la medió con la leche cruda dando pequeños sorbos al tiempo que mordía una gordita de horno suave y porosa. El resto de la leche la depositó en un chacape de peltre y la puso en el fogón. Esperaría a que hirviera para retirarse y dejarla tapada mientras cuajaba la nata gorda y grasosa con la que más tarde se haría un taco, agregándole sal o si había suerte le desmoronaría queso oreado o seco.

Lapo tenía ganas de vagar por el pueblo sin rumbo. Empezó caminando por la calle principal. Al poco de andar oyó el golpeteo de alas y seguido de un vientecillo llegaba una jerga familiar lo que lo impulsó a tomar con firmeza su sombrero antes de que se carcajeara la traviesa guacamaya de Don Pablo Reséndiz que falló en su intento de arrebatarle el sombrero. Animal desvergonzado. Así se pasa molestando a la gente que estaban a su paso. Llegó al final de la calle y se sentó a la sombra del viejo amate. Se sabe libre. El aire fresco y el olor a sal marina lo relajan. Pensó en lo fugaz de la vida. Tenía presente la invitación que le hizo Luis Lara al profesor Eustolio Encarnación para que fueran a sacar almejas frente a la playa de las Gatas, justo dos semanas antes de que lo asesinara el gobierno en el centro del pueblo. Sacudió la cabeza tratando de resbalar recuerdos tristes. Fijó su mente en el momento que el general Lázaro Cárdenas nadaba cerca de la orilla, mero enfrente de donde se encontraba sentado.

Hacía meses que doña Eva Sámano se había comprometido a gestionar la creación de la escuela secundaria, pero no se veían los avances. Fue en el local de la Flor del Mar donde le pidieron al general su apoyo para apremiar a la Secretaría de Educación Pública. El hombre cumplió su compromiso y todo se aceleró.

Cada vez que miraba la bahía pensaba que era un hombre afortunado. Los cerros rodean un espejo de agua, de oleaje generalmente manso, excluyendo por temporadas las olas de la playa de La Ropa donde se brinda diversión para que los porteños corran olas. En esta zona se han hospedado famosos como Elizabeth Taylor o Richard Widmark. En la playa de La Madera existió un asentamiento prehispánico. Lapo ponía atención especial al tiempo de lluvias por los pequeños deslaves y ligeros escurrideros que arrastran diversas figuras de barro y utensilios de cocina hechos por los antiguos pobladores antes de la presencia de los europeos. El abuelo quiere regresar a casa. Tiene un poco de hambre y se le antojó una gorda hecha con masa de nixtamal martajado con los bordes levantados como cresta en toda la orilla a la que le ponía una cucharada de manteca de cerdo con unos granitos de sal para darle un sabor profundo a ese manjar popularmente llamado corral. Decidió esperar un poco más. De plano gira el cuerpo en dirección al rumbo de La Ropa y se detuvo en el cerro a la altura donde se construyó la propiedad del Negro Durazo con una espléndida vista de la bahía. José López Portillo, presidente de la República; Rubén Figueroa Figueroa, gobernador del estado de  Guerrero, y Armando Federico González Rodríguez, presidente municipal de Zihuatanejo, triángulo de una historia larga. El palacete nació bajo tormenta. El terreno lo regulariza el Fideicomiso Bahía de Zihuatanejo. Muchas historias se cuentan. Lo cierto es que en el año de 1982 se terminó de construir. Lapo recuerda las cuatro enormes recámaras, todas con espejo en el techo y a Durazo Moreno decir “Tengo derecho a tener casa en Zihuatanejo ¿No ? Si la tienen los pobres ¿Por qué yo no?”. Había una diputada, Lilia Maldonado Pérez que se preguntaba cómo le hizo Durazo para construir el Partenón con un costo de  setecientos millones, cuando su salario mensual era de treinta y cinco mil pesos. Rubén Figueroa Figueroa lo explicaba con la picardía folclórica de los viejos políticos mexicanos diciendo que “……cuando Durazo Moreno construyó el Partenón tenía la túnica de Cristo encima.” ¡Hazme el jodido favor! pensó Lapo. La túnica de Cristo ¡cómo no, la manga que! Así evitó Figueroa Figueroa señalar a López Portillo como el protector del jefe policíaco.

El abuelo decide regresar a casa. Arreció el hambre. Además del corral comerá dos tortillas sacadas del comal cuando se inflan para rápidamente contarle la mitad de la orilla en forma horizontal y poder depositarle un huevo con la yema intacta, sin derramarse, levantando el pellejo de la tortilla y poniéndole sal para después sellar el pellejo y regresar la tortilla al comal donde el huevo se cocerá. Comerá contento acompañando las tortillas con unos frijolitos negros refritos con manteca dentro de una cazuela de barro hasta que queden chinitos, rematando con una buena salsa molida en molcajete. Lapo sigue el hilo de su pensamiento diciendo que el Partenón sí que dio de que hablar. El presidente municipal Gabino Fernández quería que fuera museo; los comisariados ejidales del municipio lo tomaron simbólicamente; en 1989 encuentran cincuenta costales de mariguana en su sótano. Algún día será de utilidad, cerró el tema Lapo. Se sentó a comer pensando si habría espacio para remojar un ponteduro en el jarro de café.

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