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Pintan mural de una de las primeras profesoras en Atoyac

Cuauhtémoc Rea

ATOYAC. Artistas plásticos de Atoyac coordinados por Daniel Téllez pintaron a una de las primeras profesoras que llegaron a la escuela primaria Juan Álvarez de esta ciudad

La profesora Filiberta Vargas Villavicencio nació un 22 de agosto del año 1939, en Tlachoachistlahuaca, Guerrero, cuando Zenaida Villavicencio Añorve y Luis Vargas Olea recibieron con mucha felicidad a la cuarta de 11 hijos (que tendrían más adelante), a quien nombraron Filiberta Vargas Villavicencio, desde muy pequeña mostró un carácter fuerte, aguerrido pero también ambicioso, llegada la adolescencia comenzó a trabajar e incluso a vender pan, chilate y flores para poder comprarse ropa y ser una carga menos para sus padres que se veían económicamente afectados al ser una numerosa familia, ella se prometió trabajar para tener una vida diferente, tener menos carencias a la hora de formar una familia.

En esa época ir a la escuela era complicado para las familias sobre todo en un pueblo como Tlachoachistlahuaca, ella con gran esfuerzo terminó la primaria y de ahí comenzó con sus trabajos ayudando a su madre a lavar y planchar ropa a los militares que llegaban al lugar.

Su suerte cambió a los 18 años, cuando en un baile al que acudió unas cuantas horas con permiso de su padre, (recordemos lo conservadoras que eran las familias en aquellos años y lo mucho que cuidaban a las mujeres jóvenes) la invitaría a bailar el hermano del gobernador Raúl Caballero Aburto, Enrique, quien en ese momento fungía como recaudador de rentas y quedó deslumbrado con la belleza de aquella mujer de ojos cafés claros como la miel, ella dudosa aceptó la invitación a bailar, relatado por sus propias palabras “él fue muy amable durante el baile me preguntó que si tenía trabajo porque yo me veía muy humilde, le conté a lo que me dedicaba y me dijo: – ¿no le gustaría a usted ser maestra? Yo con miedo por mi carente educación, pero con las ganas de salir adelante le dije que sí, me citó al otro día en Chilpancingo, donde de inmediato me dieron mi nombramiento, algo que jamás podré pagarle porque gracias a su ayuda estoy donde estoy, pero el tiempo y las distancias hicieron que nunca nos volviéramos a ver”.

Fue así como en ese mismo año y a su corta edad inició su carrera como maestra; su primer centro de trabajo fue en Macahuite, municipio de Azoyú, posteriormente en el Carrizo del mismo municipio, seguido de Ixcateopan de Cuauhtémoc municipio de Taxco de Alarcón, Palo Blanco municipio de Petatlán y fue en 1967 que llega a la primaria General Juan Álvarez, de la ciudad cafetalera Atoyac de Álvarez, después de que esta fuera cerrada por la guerrilla de Lucio Cabañas.

Durante sus primeros años de trabajo, al obtener ya un ingreso fijo, comenzó a prepararse, estudiando secundaria, preparatoria llegando a la carrera magisterial, donde obtuvo por fin su título que la acredita como profesora de educación primaria, siendo un orgullo para sus 5 hijos, a quienes tuvo que abandonar por semanas mientras estudiaba para titularse y ser una mejor maestra, “educar es lo mejor que me ha pasado, me da gusto encontrarme a alumnos míos en la calle que con mucho amor corren a saludarme, me abrazan y me preguntan ¿maestra todavía se acuerda de mí? A veces son ya unos hombres hechos y derechos, me da gusto ver que se fueron por el camino del bien”.

Era un 22 de agosto del año 1939, en Tlachoachistlahuaca, Guerrero, cuando Zenaida Villavicencio Añorve y Luis Vargas Olea recibieron con mucha felicidad a la cuarta de 11 hijos (que tendrían más adelante), a quien nombraron Filiberta Vargas Villavicencio, desde muy pequeña mostró un carácter fuerte, aguerrido pero también ambicioso, llegada la adolescencia comenzó a trabajar e incluso a vender pan, chilate y flores para poder comprarse ropa y ser una carga menos para sus padres que se veían económicamente afectados al ser una numerosa familia, ella se prometió trabajar para tener una vida diferente, tener menos carencias a la hora de formar una familia.

En esa época ir a la escuela era complicado para las familias sobre todo en un pueblo como Tlachoachistlahuaca, ella con gran esfuerzo terminó la primaria y de ahí comenzó con sus trabajos ayudando a su madre a lavar y planchar ropa a los militares que llegaban al lugar.

Su suerte cambió a los 18 años, cuando en un baile al que acudió unas cuantas horas con permiso de su padre, (recordemos lo conservadoras que eran las familias en aquellos años y lo mucho que cuidaban a las mujeres jóvenes) la invitaría a bailar el hermano del gobernador Raúl Caballero Aburto, Enrique, quien en ese momento fungía como recaudador de rentas y quedó deslumbrado con la belleza de aquella mujer de ojos cafés claros como la miel, ella dudosa aceptó la invitación a bailar, relatado por sus propias palabras “él fue muy amable durante el baile me preguntó que si tenía trabajo porque yo me veía muy humilde, le conté a lo que me dedicaba y me dijo: – ¿no le gustaría a usted ser maestra? Yo con miedo por mi carente educación, pero con las ganas de salir adelante le dije que sí, me citó al otro día en Chilpancingo, donde de inmediato me dieron mi nombramiento, algo que jamás podré pagarle porque gracias a su ayuda estoy donde estoy, pero el tiempo y las distancias hicieron que nunca nos volviéramos a ver”.

Fue así como en ese mismo año y a su corta edad inició su carrera como maestra; su primer centro de trabajo fue en Macahuite, municipio de Azoyú, posteriormente en el Carrizo del mismo municipio, seguido de Ixcateopan de Cuauhtémoc municipio de Taxco de Alarcón, Palo Blanco municipio de Petatlán y fue en 1967 que llega a la primaria General Juan Álvarez, de la ciudad cafetalera Atoyac de Álvarez, después de que esta fuera cerrada por la guerrilla de Lucio Cabañas.

Durante sus primeros años de trabajo, al obtener ya un ingreso fijo, comenzó a prepararse, estudiando secundaria, preparatoria llegando a la carrera magisterial, donde obtuvo por fin su título que la acredita como profesora de educación primaria, siendo un orgullo para sus 5 hijos, a quienes tuvo que abandonar por semanas mientras estudiaba para titularse y ser una mejor maestra, “educar es lo mejor que me ha pasado, me da gusto encontrarme a alumnos míos en la calle que con mucho amor corren a saludarme, me abrazan y me preguntan ¿maestra todavía se acuerda de mí? A veces son ya unos hombres hechos y derechos, me da gusto ver que se fueron por el camino del bien”.

La “profa Fili” como también es conocida, formó parte de la plantilla de docentes al mando de la directora Agapita Avilés Patiño, quien abrió de nueva cuenta dicha escuela pública, rompiendo cadenas y candados puestos por el movimiento revolucionario, donde se desempeñó por 37 años, siendo maestra responsable de los primeros y terceros años, considerada como una de las mejores maestras de esa institución, obteniendo primeros lugares en competencias internas y regionales de aprovechamiento, poesía, canto, tablas gimnásticas, baile y rondas infantiles, siendo maestra de un sinfín de niñas y niños, que ahora son grandes profesionistas como: doctores, enfermeras, maestros, ingenieros e incluso presidentes municipales como Javier Galeana Cadena solo por citar un ejemplo.

Recibió un pergamino por su noble y distinguida labor como docente por sus primeros 26 años al servicio de la educación el 15 de mayo de 1986.

Fue tanto su amor y vocación por la enseñanza, que incluso en vacaciones daba clases de regularización ante las peticiones de los padres de familia de los diferentes grados escolares que conocían de su trabajo.

Vargas Villavicencio, se jubiló el 10 de octubre de 1994, y hasta la fecha sigue siendo recordada por sus ex alumnos, a quienes en ocasiones se encontraba en la calle cuando iban de visita a Atoyac.

Ahora a sus 84 años, radica en Acapulco y a pesar de los estragos que el tiempo ha hecho en su físico y en su mente, aún recuerda esos años de arduo trabajo, y agradece a Dios haberle permitido sacar adelante sola, a sus 5 hijos, además de haberle dado la sabiduría y la inteligencia de crear un patrimonio con mucho esfuerzo.

Para sus hermanos, hijos, nietos y bisnietos es un orgullo, es la muestra viviente de que el querer es poder, que no importa la situación económica, sino las ganas y la fuerza para salir adelante, es un gran honor ser familia de Filiberta Vargas que al igual que sus hermanas, Lucía y María Luisa dejaron un legado en sus municipios donde se desempeñaron dando clases.

𝓖𝓻𝓪𝓬𝓲𝓪𝓼 𝓪 𝓽𝓸𝓭𝓪𝓼 𝔂 𝓽𝓸𝓭𝓸𝓼 𝓵𝓸𝓼 𝓺𝓾𝓮 𝓬𝓸𝓷 𝓪𝓶𝓸𝓻 𝓻𝓮𝓬𝓾𝓮𝓻𝓭𝓪𝓷 𝓪 𝓷𝓾𝓮𝓼𝓽𝓻𝓪 𝓺𝓾𝓮𝓻𝓲𝓭𝓪 𝓜𝓪𝓮𝓼𝓽𝓻𝓪.

La “profa Fili” como también es conocida, formó parte de la plantilla de docentes al mando de la directora Agapita Avilés Patiño, quien abrió de nueva cuenta dicha escuela pública, rompiendo cadenas y candados puestos por el movimiento revolucionario, donde se desempeñó por 37 años, siendo maestra responsable de los primeros y terceros años, considerada como una de las mejores maestras de esa institución, obteniendo primeros lugares en competencias internas y regionales de aprovechamiento, poesía, canto, tablas gimnásticas, baile y rondas infantiles, siendo maestra de un sinfín de niñas y niños, que ahora son grandes profesionistas como: doctores, enfermeras, maestros, ingenieros e incluso presidentes municipales como Javier Galeana Cadena solo por citar un ejemplo.

Recibió un pergamino por su noble y distinguida labor como docente por sus primeros 26 años al servicio de la educación el 15 de mayo de 1986.

Fue tanto su amor y vocación por la enseñanza, que incluso en vacaciones daba clases de regularización ante las peticiones de los padres de familia de los diferentes grados escolares que conocían de su trabajo.

Vargas Villavicencio, se jubiló el 10 de octubre de 1994, y hasta la fecha sigue siendo recordada por sus ex alumnos, a quienes en ocasiones se encontraba en la calle cuando iban de visita a Atoyac.

Ahora a sus 84 años, radica en Acapulco y a pesar de los estragos que el tiempo ha hecho en su físico y en su mente, aún recuerda esos años de arduo trabajo, y agradece a Dios haberle permitido sacar adelante sola, a sus 5 hijos, además de haberle dado la sabiduría y la inteligencia de crear un patrimonio con mucho esfuerzo.

Para sus hermanos, hijos, nietos y bisnietos es un orgullo, es la muestra viviente de que el querer es poder, que no importa la situación económica, sino las ganas y la fuerza para salir adelante, es un gran honor ser familia de Filiberta Vargas que al igual que sus hermanas, Lucía y María Luisa dejaron un legado en sus municipios donde se desempeñaron dando clases.

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