Un consejo para las mañaneras
Raymundo Riva Palacio
Salir todas las mañanas a sostener sobre sus hombros el peso del gobierno
mexicano, controlar el mensaje, manejar los ciclos informativos e imponer la
agenda pública del día, no debe ser nada fácil para Andrés Manuel López
Obrador, quien en una combinación de comparecencia pública a través de un town
hall con medios y una conferencia de prensa matutina que suele extenderse por
más de 70 minutos, desarrolla un tema que quiere enfatizar ese día y entra a la
dimensión desconocida.
El primer momento está controlado, con un mensaje que acompaña con un Power
Point y ocasionalmente con miembros del gabinete. El segundo es impredecible,
con una miscelánea de preguntas que responden a intereses informativos y
políticos diversos, en ocasiones convertido en una especie de corte de los
milagros, donde algunos periodistas son utilizados como gestores, o activistas
colados plantan su manifiesto. López Obrador batea todo lo que le mandan -por
utilizar una metáfora de su deporte favorito-, y a veces abanica strike.
El ritmo es agotador, y aunque mantiene el control de la agenda informativa
todos los días, rara vez los temas de relevancia que subsisten en la opinión
pública son los que originalmente llevó para plantarlos. La orientación de la
agenda, más bien, la ponen los medios. López Obrador responde todo, pero usualmente
deja más dudas que certezas. Es natural. Si en el segundo momento se mete a una
selva donde aunque hay corderos abundan los lobos, y sin más herramientas que
su moral, la utilidad práctica que de ella emane se agota rápidamente cuando lo
que se buscan son datos, no sermones. Si el ejercicio empieza a hacer agua,
como en los últimos días, el presidente empieza a exasperarse y se le empieza a
notar. Lo peor que podría pasar es que las cámaras de televisión lo vieran
descomponerse, enojarse, gritar o dar manotazos.
Algo urgente tiene que hacer con las mañaneras. El ideal para un
presidente, que sería cancelar las comparecencias diarias y hacerlas
periódicas, está fuera de discusión; López Obrador no lo hará, cuando menos por
ahora. El formato tampoco cambiará, porque considera que sí le funciona para
mantener ocupado el espacio de la opinión pública, lo que es cierto, pero al
mismo tiempo es engañoso: si ocupa el espacio, pero comete errores o se
tropieza, los errores se magnifican. Por tanto, el presidente tiene que reducir
sus márgenes de error que, por lo demás, no necesita imaginar la fórmula ni que
alguien invente un modelo. Lo que necesita que su equipo le ayude a mantener el
esquema vigente mediante apoyos concretos.
Para hacerlo puede recurrir a viejos recursos. Uno muy útil para el formato
que utiliza el presidente es donde el equipo de prensa habla con los
periodistas tiempo antes de que comience la conferencia para averiguar cuáles
son los temas que tienen en la mente, sus mayores intereses o incluso
comentarios sobre alguna información publicada que les haya causado sorpresa.
Cuando terminan de realizar el sondeo pueden identificar los principales temas
y quiénes los traen en la cabeza, a fin de que preparen tarjetas específicas
con las respuestas y los datos que pueda utilizar el presidente en caso de que
se la pregunten. Importante saber quiénes son los más proclives a preguntarle
sobre ese tema para que así el presidente pueda identificarlos y si el tema es
uno que quiera resaltar, le concede la palabra, la responde lo que quiere y
además puede inyectar su propio spin.
A López Obrador no le gusta mucho compartir el escenario y sí, en cambio,
mostrarse como un actor dominante en toda su extensión. Aún así, debería tener
detrás de las mamparas un equipo que esté preparando tarjetas con información
que le puedan suministrar inmediatamente después de que le hagan una pregunta
comprometedora, como cuando una corresponsal de Bloomberg le pidió el jueves
estimaciones sobre la deuda de Pemex y él no supo qué contestar y se tambaleó.
El presidente puede y debe tener la mejor información de todo, pero no
necesariamente saber de todo. El equipo del presidente que le ayuda con la
información, también le sirve para verificar que lo que le está informando su
equipo es cierto. No basta que diga que lo que él dice en el Salón de la
Tesorería está confirmado; tiene que demostrarse que así es.
Este sistema presidencial de verificación de información le evitaría meterse
en problemas por culpa de otros. El caso de los sospechosos de siempre del
director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, es un
ejemplo. Bartlett presentó una lista de destructores
de la empresa, hablando de conflictos de interés y corrupción, en donde incluyó
nombres de personas que nunca trabajaron en el sector eléctrico o jamás tuvieron
relación con nada vinculado a la CFE. Pero al estar parado López Obrador junto
a él, retomando de su mensaje para lanzar acusaciones, el presidente quedó
vulnerable y tuvo que pagar el costo de estar mal informado por la mala
información que usó Bartlett que no fue corroborada por el equipo presidencial.
Mucho ayudaría a López Obrador que tuviera ese respaldo y, sobre todo, que
aceptara que lo necesita. Es difícil contradecir al presidente porque es de
ideas muy fijas, pero en juego está toda la acción del gobierno. Sólo en la
conferencia del jueves habló de seis grandes temas divididos en 20 subtemas. Es
enorme la atomización informativa. Su equipo tiene que acotar el desorden que
el mismo presidente impone con tiempos indefinidos para la
comparecencia-conferencia, y preguntas múltiples de la misma persona. Todo está
improvisado pero tendría que anteponer lo que dice un experto, Raúl
Quintanilla: “Lo mejor que sale lo improvisado, es cuando está planeado”.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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