(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
La luna de miel que el poderoso sector empresarial del país
comenzó con el presidente Andrés Manuel López Obrador no tiene fecha de
caducidad; por lo mismo, puede ser corta, o puede durar por siempre. Todo
dependerá de los intereses que estén de por medio, pero también del éxito que
tengan los naturales contrapesos del poder, que ya están surgiendo y son
variopintos.
Desde su primera campaña en 2006, López Obrador decía
“Primero los pobres”. Eso originó una cruenta guerra mediática contra él pagada
por los empresarios, quienes lo expusieron como “un peligro para México”. El
poderoso Consejo Mexicano de Negocios, optó por el panista Felipe Calderón,
habiendo vivido sus mejores años con Vicente Fox, quien se decía era un
gobierno de empresarios y para empresarios.
Así fue como los empresarios de México participaron en el
ascenso de Felipe Calderón, con quien sufriría nuestro país uno de los peores
retrocesos, pues su estrategia para frenar a los cárteles de la droga, por
acuerdo con Estados Unidos, sembró de muertos la patria.
Claro, los pobres no fueron primero, sino los últimos. Para
ellos hubo migajas, mientras que para los empresarios hubo acciones de fomento
y jugosas exenciones de impuestos. México se convirtió en un paraíso para los
grandes y poderosos empresarios, los pequeños, medianos y micro-negocios,
vieron cómo fue desplazándose el ángel de la muerte, el destructor, no dejando
ningún rincón de la muerte sin visitar.
La mortandad del gobierno calderonista creó una estrella
fugaz, en la persona de Enrique Peña Nieto, un hombre guapo pero que más bien
obedecía a otros innombrables, para lo cual incluso tuvo que casarse con una
popular actriz de televisión.
Para entonces los empresarios ya estaban espantados de la
tragedia de quien se había erigido como “El presidente del empleo”, y creyeron
que dándole lugar al “Nuevo PRI” el país renacería. Porque, además, usarían a
EPN para anclar las reformas estructurales que los panistas no pudieron concretar,
precisamente por el PRI los boicoteó, sobre todo en el caso de la reforma
energética, pues incluso el partido tricolor modificó sus estatutos para
instituir la expulsión por traición a la patria a todo aquel que modificara el
estatus del sector energético.
Al contrario, con EPN la mortandad continuó, hasta hacerse
insoportable. Las reformas se consiguieron gracias a un pacto signado por las
cúpulas de los tres principales partidos políticos, quienes para ello
traicionaron a sus bases, pero todo fue otro engaño, porque aunque se les
entregó a los inversionistas nacionales y extranjeros el sector energético, es
hora que las inversiones no se ven por ningún lado. Tampoco tenemos gasolina
barata, como se nos dijo que sucedería si más empresas participaban en el
sector, porque aunque se crearon nuevas marcas distintas a Pemex, es sólo
membrete, porque estamos consumiendo la misma gasolina que trae Pemex de
Estados Unidos, e incluso muchas de ellas participaron en la estafa del
“guachicol”.
El “gasolinazo” hizo reaccionar un poco a los empresarios
del país, muchos de los cuales, para 2018 inclinaron su voto al candidato de
Morena, con excepción de los que están en la cúpula, a través del Consejo
Mexicano de Hombres de Negocios, que aglutina a una minoría de adinerados y
quienes desde los años 80 habían venido hincando a los presidentes de la
República, hasta ahora, que se toparon con pared y vieron la conveniencia de
acomodarse o renunciar a sus privilegios.
La semana pasada, las principales cámaras y sindicatos
empresariales pactaron con AMLO contribuir para sacar al país de la extrema
pobreza e incluso se pusieron como plazo límite el fin del sexenio
lópezobradorista. Tal vez ya entendieron la mística de “primero los pobres”,
porque si los 60 millones de pobres de este país no tiene dinero y carecen de
oportunidades de desarrollo, entonces no habrá quien compre los productos y
servicios que ellos ofrecen.
Está muy ojona para ser paloma, claro. Pero al menos ya
estamos en una ruta distinta, a la de la oposición y el boicot permanente de la
clase empresarial, que teniendo la posibilidad de contribuir al desarrollo
nacional, pagando sus impuestos y generando empleos, no lo hacen, dejándoles
esta carga a los trabajadores, que son cautivos del SAT, y a las PyME, que tras
el “gasolinazo” prácticamente ya operan sin ganancias, están extremadamente
endeudadas, y aun así sostienen el mayor número de empleos que este país aún
oferta.