Colosio, el origen de la
conspiración
Raymundo Riva Palacio
Primero fue Alfonso Durazo,
secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, quien dijo que él no creía en
la teoría del “asesino solitario” en el magnicidio de Luis Donaldo Colosio el
23 de marzo de 1994. Luego el presidente Andrés Manuel López Obrador añadió a
la especulación. Se dice –dijo el presidente-, que cuando se trata de “crímenes
de Estado” siempre hay complicaciones para conocer la verdad, pero hay que
indagar e insistir para que el crimen no quede impune. Legalmente no quedó
impune. El 31 de octubre de 1994, un juez condenó a Mario Aburto de homicidio con
premeditación y alevosía. La investigación no cesó hasta el año 2000, cuando el
último fiscal del Caso Colosio, Luis Raúl González Pérez, entregó su informe
final. Aburto sí había actuado solo y sí había disparado mortalmente contra
Colosio, concluyó.
González Pérez fue el último
fiscal del Caso Colosio, y su investigación incluyó una auditoría sobre lo que
habían realizado sus antecesores. Todos llegaron a la misma conclusión. No fue
un “crimen de Estado”, ni tampoco hubo políticos involucrados. No participó el
narcotráfico, ni fue la “nomenclatura”, como el presidente Carlos Salinas
deslizó meses después del crimen. “Yo no sé si había uno o muchos políticos que
querían matarlo, pero si fue así, se les adelantó Aburto”, le comentó al
reportero Miguel Montes, el primer fiscal.
La investigación de González
Pérez incluyó la revisión de alrededor de cinco mil fotografías de Lomas
Taurinas, antes del crimen, durante la confusión por el asesinato y después de
el. Se declaró a las cerca de 200 personas que fueron identificadas cerca de
Colosio en el momento de los disparos y se les investigó ampliamente. Igual se
revisó el patrimonio y depósitos de Aburto y su familia, que vivía en San
Pedro, California, antes y mucho tiempo después del asesinato, sin encontrar
anomalía alguna salvo una creciente pobreza. Hasta ese momento, con toda la
información al alcance, y mientras no hubiera más evidencia de lo contrario, la
teoría del “asesino solitario” se mantenía, dijo González Pérez.
Una amplia mayoría de
mexicanos, como el propio Salinas en agosto de 1994 reconoció en una charla en
Los Pinos, no lo creía. “Hay demasiadas coincidencias para que sean
coincidencias, y en la política no hay coincidencias”, dijo. ¿Evidencia?
Ninguna, respondió. Varios factores contribuyeron a la duda. Primero El Universal, que tituló en su titular
principal que Colosio había sido “víctima de un complot”, a partir de la
declaración que recogieron sus corresponsales de una priista en Tijuana.
Después, los mismos
corresponsales reportaron que el Aburto de Lomas Taurinas, donde se dio el
crimen, había sido cambiado, con el apoyo de dos fotografías de Aburto en la
primera plana de El Universal. En una
tenía una especie de lunar en el cachete y en la otra estaba limpio. La primera,
tomada poco después del asesinato, mostraba esa mancha que era de sangre; en la
segunda, ya lo habían limpiado. Finalmente, para cimentar la teoría del
complot, los primeros peritos locales que revisaron la escena del crimen, se
equivocaron de puntos cardinales en la ubicación del cuerpo, por lo cual no se
entendía cómo le podría haber disparado dos veces Aburto.
En el imaginario colectivo
no había cabida para un asesino solitario. El crimen se había dado en medio de
una crisis en la campaña de Colosio, incapaz de organizar una estrategia que lo
posicionara, y frente al protagonismo de Manuel Camacho, que se había ofrecido
como negociador para la paz en Chiapas con el EZLN, que le había arrebatado la
atención de la opinión pública. Pero nada había logrado cuajar judicialmente
hasta que llegó Pablo Chapa Bezanilla, quien asumió la fiscalía del Caso
Colosio el 16 de diciembre de 1994. Chapa Bezanilla le dijo días antes de
asumir al reportero: “Voy a meter a la cárcel a Carlos Salinas y a José
Córdoba”. ¿Al ex presidente y su poderoso coordinador de asesores? “Se oye
bien”, le comentó el reportero. “¿Hay pruebas?”. El fiscal respondió: “No, pero
las obtendré”.
Chapa Bezanilla no pensó en
la conspiración por generación espontánea. Quien le incubó la idea fue Alfonso
Durazo, apestado políticamente en ese momento, y que había sido secretario
particular de Colosio cuando fue titular de Desarrollo Social, y en la campaña.
Durazo estaba convencido de que Colosio había sido asesinado por órdenes de
Salinas. En esa misma línea de pensamiento, este sábado en su cuenta de
Twitter, el hoy alto funcionario federal escribió: “El asesinato de Luis Donaldo
no puede entenderse al margen de la tensión entre renovación y continuidad que
caracterizó, desde el poder, a la disputa por la sucesión presidencial de
1994”.
Esa declaración evoca el
conflicto entre Colosio y Camacho –a quien cuando acudió a la funeraria, Durazo
le negó la entrada-, y sugirió que el asesinato obedeció a que el candidato
asesinado representaba la renovación, que sin decirlo deja entrever que Salinas
estaba arrepentido de candidato, y Camacho era la “continuidad”. Sin especificarlo,
Durazo afirma que el asesinato de Colosio fue un “crimen de Estado”, a lo cual
se sumó el presidente López Obrador. Camacho, que luchó del brazo de López
Obrador durante una década, está muerto. Salinas vive en Londres y ya se verá
si le da rango de interlocutor y le responde.
Pero la verdad siempre la
escriben los vencedores, sin importar los hechos, y dictan para la historia lo
que es importante, lo que es real, y lo que va a pasar. ¿Qué viene? Una nueva
investigación sobre el Caso Colosio, bañada en política y vestida con el traje
que le hizo Durazo a Chapa Bezanilla hace 25 años.
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twitter: @rivapa