Hace ya un buen número de años que el ritual del Informe de Gobierno del Presidente de la República se transformó y dejó atrás los simbolismos que lo caracterizaron largamente. Entre ellos, que debíamos estar atentos a las “sorpresas” que el titular del Poder Ejecutivo tendría para nosotros al hablar desde la tribuna del Palacio Legislativo.
La transformación de “El Día del Presidente” comenzó cuando a Miguel de la Madrid lo interrumpió, desde su banca en el salón de plenos de San Lázaro, un fogoso Porfirio Muñoz Ledo, recién electo como diputado federal en los históricos comicios de 1988.
En las siguientes dos décadas, la rispidez de la relación entre el Poder Legislativo y el Presidente escaló a tal grado que Vicente Fox ni siquiera pudo leer el texto de su sexto informe desde la tribuna parlamentaria y debió conformarse con ser recibido en el vestíbulo del edificio.
Desde entonces, el ceremonial del informe se ha realizado fuera de la sede legislativa, transformado en un evento en el cual el Presidente habla ante un público que ya no está caracterizado por la hostilidad o que manifiesta esta, cuando mucho, inhibiéndose de aplaudir.
Pero si el ritual del “Día del Presidente” ya no implicaba prepararse para una sorpresa desde hace ya varios años, tal característica se ha acentuado en el presente sexenio, pues a menos que fuera a dar un golpe de timón, es imposible que el presidente Andrés Manuel López Obrador nos sorprenda con algo que diga hoy, al rendir su Segundo Informe de Gobierno.
Y es que al ser una persona que está hablando en forma constante, debido a su estilo personal de recrear la política y que implica mantener en todo momento el control de la discusión pública, López Obrador no solamente no deja nada para “ocasiones especiales”, sino que se repite en forma constante.
Por ello es que, lejos de la sorpresa, casi es posible adivinar lo que dirá, razón por la cual sentarse hoy ante una pantalla para atestiguar el evento a la distancia es casi un asunto de trámite.
Convendría, desde luego, que no fuera así. Y convendría porque el acto de informar constituye una de las responsabilidades públicas más relevantes, pues le permiten a la ciudadanía evaluar la forma en la cual se está comportando el equipo encabezado por quien fue digno de su voto.
Pero incluso en este sentido es previsible lo que va a ocurrir hoy: más que informar, el Presidente va a hacer campaña y a cargar contra quienes ha decidido identificar como sus enemigos y, por extensión, como “enemigos del país”. Los adjetivos que emplee para identificarlos son lo de menos.
Valdría la pena, es preciso insistir, que la historia fuera diferente y que el Presidente aprovechara la oportunidad de dirigirse a la nación para mover el timón y modificar la ruta en la que se ha sostenido desde el primer día de diciembre de 2018.
Por desgracia, hoy ocurrió lo que ha venido ocurriendo desde hace ya casi dos años: el hombre que todo lo prometió por décadas recitó, por enésima ocasión, los pretextos de siempre para justificar los decepcionantes resultados de su gobierno.