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Oaxaca y la chatarra

Los mexicanos nos convertimos en los mayores consumidores de comida chatarra y bebidas azucaradas en América Latina, de acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud. El deterioro de la salud de la población mexicana ha llegado a tal extremo que presentamos el mayor porcentaje de muertes por diabetes en el mundo, entre las naciones con gran población. Y el panorama empeora, se estima que uno de cada dos niños mexicanos nacidos a partir del 2010 va a desarrollar diabetes a lo largo de su vida.

Muchos factores han intervenido en llevarnos a esta situación en la que se ha normalizado la botella de dos litros o más de refresco en la mesa de las familias, la salida cotidiana de los niños a comprar su fritura, panecillo o dulce a la tienda de la cuadra, el desayuno con Zucaritas o Choco Krispis, con 30 a 40 por ciento de azúcar y nada de fibra, el yogurt con harta azúcar o un fuerte edulcorante para que sepa extremadamente dulce y, por qué no, una sopa instantánea que sustituye el consumo de frijol.

Y todos estos productos están ahí, al alcance de la mano, a unos metros de cada hogar, acompañados de una fuerte publicidad que domina la televisión y los espacios públicos. Con sabores hiperpalatables para que se coman y se coman demás, productos llamados “competitivos” porque terminan por desplazar los alimentos naturales, los alimentos propios. Desde las comunidades oaxaqueñas hasta las comunidades en Nepal penetran en cada comunidad, atrapando el paladar de los niños, aprovechándose de su vulnerabilidad.

Explotando la predilección genética por sabores dulces y por la combinación de esos sabores con la grasa y/o la sal, las grandes corporaciones han diseñado estos productos y penetrado hasta los rincones más alejados del planeta con el fin de generar consumidores de por vida, con el fin de moldear sus gustos. Los cambios en las dietas tradicionales por la introducción de los productos ultraprocesados significa un proceso de destrucción cultural, un impacto en las economías locales que dejan de producir parte de sus alimentos, un impacto en la relación de esas comunidades con la tierra misma. Dos de los elementos que más distinguen a una cultura son la lengua que habla y la comida que prepara.

A cada comunidad llegan estos productos bien empaquetados, con los logos y la publicidad aspiracional que se transmite en la televisión, en vehículos que acercan el producto al consumidor a través de la mayor red de distribución que existe en el mundo. No existe ninguna otra categoría de productos en el mundo que cuente con la red de distribución que tiene la comida chatarra y las bebidas endulzadas, lo cual explica una de las mayores pandemias que enfrentamos, la de sobrepeso y obesidad.

El reto es retomar el gusto por los alimentos saludables y Oaxaca tiene todo para hacerlo. Ese gusto que les puede devolver la sonrisa sana a muchos niños oaxaqueños, porque el primer daño que generan el consumo de la comida chatarra y las bebidas azucaradas está en los dientes. Como advertimos al inicio de este artículo, la captura empieza por la deformación del gusto hacia estos productos, a la vez que sus daños comienzan también en la boca, en la salud oral, para pasar de ahí al daño metabólico.

Oaxaca pude ser el principio no sólo de un nuevo camino para la protección de la salud de los niños en nuestro país, puede ser también un ejemplo internacional, y a esto es a lo que más temen las grandes corporaciones: ser desterradas del territorio que han ocupado en el paladar de los niños.

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