La palabra fraude es parte esencial de la cultura política mexicana. No es gratuito, por supuesto, que durante muchos años el PRI ganaba por las buenas o por las malas. En la mayoría de las ocasiones el triunfo les favorecía, pues sólo había un partido de oposición: el PAN y dos comparsas, PARM y PPS, con lo que iba siempre en caballo de hacienda. Cuando el PAN tomaba fuerza en algún distrito o municipio se aplicaba el fraude patriótico.
Cuando las elecciones se volvieron más complejas y competitivas tras la reforma electoral de Reyes Heroles en el sexenio de López Portillo, el fraude se convirtió en un complejo mecanismo que comenzaba por el control y manipulación del padrón electoral, seguía con la compra de votos, se operaba el día de la elección con diversas maniobras que dieron pie a todo un léxico para describir la trampa: ratón loco, urnas embarazadas, carrusel, robo de urnas, etcétera y ,finalmente, cuando todo fallaba, se aplicaba la aplanadora en el colegio electoral que no eran otros sino los diputados del partidazo. Fraude era la palabra más escuchada durante un proceso electoral. Primero los panistas y luego otros partidos de oposición aprendieron a reclamar el fraude aún antes de que éste se consumara incluso en las elecciones que no habían ganado. Nuestra democracia, tan cara, pero a la vez tan meticulosa, es producto de esa cultura de la trampa y la desconfianza y de fraudes operados con toda la mano desde gobernación (y sí, recordamos a Bartlett como el gran operador).
Pero la cultura del fraude no se terminó con las sucesivas reformas electorales, ni para los que lo operan ni para los que lo reclaman. En nuestra democracia no hay, pues, vencedores y vencidos, sino faudulentos y fraudeados.
La palabra más recurrida en la elección para determinar al presidente de Morena es fraude. Los contendientes no están dispuestos a aceptar los resultados. Pero, por qué habrán de estarlo si la cultura política de Morena nace de la alegata de un fraude. Para López Obrador sólo existen dos tipos de elecciones, las que ganó él y en las que le hicieron fraude, nunca aceptó una derrota, ¿por qué sus compañeros de partido tendrían que pensar distinto? Emulando a López Obrador, Gibrán Ramírez alegó fraude en las encuestas porque resultó no ser tan conocido como él se imaginaba.
Porfirio Muñoz Ledo, viejo lobo de mar y operador de algunos fraudes cuando él era presidente del PRI, sabe que nada desarticula tanto el discurso de Morena como la palabra fraude, por ello se declaró presidente legítimo, en alusión directa a la estrategia que uso el propio presidente en 2006.
Dicen que para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo. El discurso del fraude es la kriptonita de Morena, pues lo enfrenta cara a cara con su propio fantasma.