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“Me va a matar el hambre, no el coronavirus”, grita una comerciante

IRZA

CHILPANCINGO. A doña Juana Morán Galindo, de 64 años de edad, le tiemblan las dos manos cuando agarra su bastón y luego con la mano derecha se limpia el sudor de su frente.

La mujer es una de las tantas comerciantes ambulantes que venden distintas mercancías en el primer cuadro de esta ciudad capital. Ella exclama, grita desesperadamente: ¡la que me va a matar es el hambre, no el coronavirus!

Dice que mucha gente de Chilpancingo le tiene miedo a esta enfermedad y no sale de sus casas, por lo que ella, como sus demás compañeros, están sufriendo las consecuencias porque no tienen ventas.

Entrevistada durante el bloqueo que junto con otros mercaderes realizaron este viernes en la céntrica avenida “Juan Álvarez”, para exigir apoyos al gobierno, Juana Morán cuenta que hasta hace más de una semana ella obtenía hasta 200 pesos diarios vendiendo semillas de calabaza, dulces y chicles por las calles de aquí, pero que desde hace tres días solo obtiene 30 pesos al día.

“Señor gobernador se requiere un programa emergente para sobrevivir a la cuarentena del coronavirus”, se lee en la cartulina verde que muestra doña Juana durante la protesta.

Cuenta que hace más de siete años trabajaba haciendo el aseo en una oficina de la Delegación de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes(SCT) en donde le pagaban 900 pesos a la quincena, pero que un día se cayó, se fracturó la rodilla derecha y la corrieron.

Desde entonces se dedica a vender semillas, dulces y chicles en las calles.

Originaria de la comunidad de Ahuixotla, del municipio de Zapotitlán Tablas, en la región de la Montaña, desde muy joven se fue a la Ciudad de México en donde trabajó de costurera.

Dice que ya tiene 20 años viviendo en Chilpancingo.

“Nosotros no podemos estar encerrados en nuestras casas porque no somos empleados del gobierno o de una empresa, nosotros tenemos que vender para sacar para comer”, dice Juana.

Comentó que a pesar de que desde hace años padece de esquizofrenia, lo que la pone en alto riesgo de contraer el Covid-19, asegura no tener miedo a eso.

Pero doña Juana no solamente tiene que vender sus semillas, chicles y dulces para poder comer sino también para comprar sus medicinas.

Señala que por lo menos una vez a la semana se tiene que comprar uno o dos medicamentos que le cuestan más de 300 pesos.

“Ahorita estoy temblando y eso es síntoma de que requiero las medicinas”, señala la mujer.

La mayoría de los demás discapacitados que también se dedican a vender en el primer cuadro de la ciudad y que participaron en el bloque de la avenida Álvarez, utilizan muletas o sillas de ruedas.

Son las dos de la tarde y el sol está fuerte, pero hasta a esa hora no llega ninguna autoridad estatal o  municipal para atenderlos.

Se le pregunta a doña Juana si tiene más familia, contesta con tristeza que tiene un hijo, pero éste desde hace años se fue a otro lugar y la dejó abandonada.

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