Alejandro Calvillo
Dulce enterró a dos de sus hermanos en un periodo de solamente 10 días, los dos murieron a causa de la diabetes, como sus padres. En el pueblo surgieron los rumores que habían muerto por la COVID-19. No fue así, murieron por la diabetes, les entregaron los cuerpos, murieron por la misma enfermedad que sufren también sus dos hermanas. Dos veces a la semana Dulce se sube al camión con ellas para llevarlas a hemodiálisis a una de ciudad que está a 45 minutos de distancia. Su esposo es maestro de obra y ella, además de llevar la casa y encargarse de sus tres hijos, hace aseo en otras casas. Sólo ella y un hermano no han sido diagnosticados con “la azúcar”.
Cuando Dulce era pequeña, sus padres tenían una tiendita en el pueblo donde vendían lo mismo que se vende en un millón y medio de tiendas en este país donde la chatarra es un imperio, junto con la diabetes. Comían mucho de lo que vendían. Seguramente su familia es propensa a la diabetes, como una parte importante de la población del país. Los muertos por diabetes y por mala alimentación, de acuerdo a datos oficiales, suman en promedio más de 550 personas al día. Es decir, se podría hacer un informe diario, como el de muertes por COVID-19, pero por diabetes y los decesos generados por otras enfermedades causadas por la mala alimentación. Podríamos ver y escuchar al doctor López Gatell presentando gráficas por estado de las muertes diarias provocadas por la diabetes y la mala alimentación, podríamos escucharlo hablar de sus principales causas.
Entre quienes se alarman por la cantidad de decesos diarios por la COVID-19, y hay motivos para hacerlo, hay un grupo importante que nunca se ha alarmado sobre estas otras muertes que se han duplicado en los últimos 15 años, que han ocurrido y ocurren cada día, sin parar, durante los últimos años, en un silencio cómplice de la mayoría de los profesionales de la salud. Y no sólo eso, entre ellos se encuentran responsables directos e indirectos de no haber enfrentado esas declaradas “emergencias epidemiológicas” por obesidad y diabetes. Incluso, destacan por haberse puesto del lado de los intereses de las grandes corporaciones de la chatarra para evitar que se establecieran las políticas de salud pública recomendadas para enfrentar esas epidemias de obesidad y diabetes.
Quienes sufren de diabetes en el país, se habla de entre 8 y 12 millones de personas, y son pobres, enfrentan esta enfermedad crónica sin prevención, sin orientación, sin atención, en la mayor parte de los casos. Es así que a lo largo y ancho del país, la diabetes es una epidemia sin control.
Hace unos años acompañé a Karen Atkins a grabar parte de su documental El Susto, reconocido internacionalmente, que da testimonio de la situación de la diabetes en México. Viajamos a comunidades mayas en la península de Yucatán. Fuimos a centros de salud en pequeñas comunidades, a medir la glucosa en sangre, a llevar tiras reactivas. Lo que pude constatar es que la medición de glucosa en la sangre se realiza cada dos semanas, si alguien les lleva las tiras reactivas. La Metformina, uno de los medicamentos más utilizados para tratar de controlar los niveles de glucosa en sangre, tampoco está en los centros de salud de estas pequeñas comunidades. Es decir, las personas con diabetes la toman cuando hay. El costo del glucómetro y de varias tiras reactivas está en poco más de 600 pesos y la Metformina, 30 cápsulas, en 50 pesos.
Lo que si abunda en todas las comunidades, incluso en las más pequeñas, es la Coca-Cola y la chatarra. Se ingiere en grandes cantidades sin que exista información sobre la dimensión del daño que genera. Gran parte de las personas con diabetes en nuestro país, las pobres, descubren esta enfermedad ya que la tienen muy avanzada, porque están perdiendo la vista o tienen una llaga en el pie que no cicatriza.
En el caso de las comunidades indígenas, la diabetes era una enfermedad muy poco común. Con la llegada de lo que los antropólogos llaman “la comida de tienda”, se ha convertido en toda una epidemia. En otra ocasión, esta vez en Chiapas, la directora de la clínica de San Juan Chamula nos informó que cada vez llegaban más pacientes a la clínica en coma diabético. En ese territorio Cocacolonizado platicamos con un hombre que había perdido una pierna por la diabetes, y escuchamos cómo nunca se le advirtió claramente que debería de dejar de consumir esa bebida y cuidar su alimentación, solamente hasta que su enfermedad avanzó a ese grado de perder una extremidad.
En la serie “Voces de la Diabetes” filmada en el norte, sur y centro del país, coproducción de Cacto Producciones, SinEmbargo y El Poder del Consumidor se recogen diversos testimonios de los estragos generados por esta epidemia. La diabetes no sólo afecta a quien la sufre, es una enfermedad crónica que, de no cuidarse, se vuelve degenerativa y arrasa con los seres queridos, con la familia, con su economía, con su salud emocional. Y aquí las más sacrificadas son las mujeres, que en la serie “Voces de la Diabetes” son llamadas “las cuidadoras”. Ellas, de no ser quienes sufren la enfermedad, se convierten en quienes cuidan y llevan a la familia, son un ejército de cientos de miles de mujeres que entregan y dedican su vida a cuidar a sus familiares con diabetes.
Entre lxs hipócritas están altxs funcionarixs, académicxs, profesionales de la salud, que se han opuesto a que se apliquen las políticas recomendadas internacional y nacionalmente para bajar el consumo de los alimentos ultraprocesados con altos contenidos de azúcar agregada, de sodio, de grasas saturadas. Repiten los mantras de las corporaciones: el problema es multifactorial, no hay productos buenos y malos, se trata de responsabilidad individual, a nadie le ponen una pistola en la cabeza para que consuma estos productos, etcétera, etcétera. Basta observar la evidencia científica que expone que son los entornos alimentarios, lo que se publicita, lo que se vende, lo que nos rodea, lo que está disponible, lo que determina nuestras elecciones.
Lxs hipócritas se oponen y critican el impuesto a las bebidas azucaradas, al etiquetado frontal de advertencia, a que se regule la publicidad de estos productos dirigida a la infancia, a que se prohíba su venta al interior de las escuelas, es decir, a las políticas de salud pública recomendadas para enfrentar estas epidemias. Con las excepciones de profesionales de la salud que han sido bien adoctrinados en diversas universidades por maestrxs ligadxs a Nestlé, Danone, Coca-Cola, Pepsico o cualquiera de estas empresas, la gran mayoría mantienen estas posturas por intereses puramente materiales, por algún tipo de relación con estas corporaciones, por pertenencia a un grupo. Las influencias y lealtades se establecen desde que se recibe el pago de un viaje a una conferencia; los recursos para mantener la operación de asociaciones de estos profesionistas (pediatras, nutricionistas, salubristas); las donaciones para realizar sus congresos en zonas turísticas, de preferencia destinos de playa; los recursos para realizar investigaciones que no vayan en contra de sus intereses, entre otras muchas estrategias para cooptar al sector académico y profesional.
Varios exsecretarios de salud y exfuncionarios en ese sector han mantenido vínculos con dos de las mayores corporaciones globales a las que tendrían que haber regulado. Algunos pasaron por FUNSALUD, la Fundación Mexicana para la Salud, financiada por la mayor empresa de ultraprocesados en el mundo, Nestlé, y otros han formado parte del Consejo Directivo de la Fundación Coca-Cola. Resulta casi imposible que alguno de estos funcionarios actuara en contra del interés de estas corporaciones.
Ni una, ni dos, ni tres regulaciones lograrán revertir las epidemias de obesidad y diabetes si no son aplicadas a fondo y forman parte de una política integral que no sólo desfavorezca el consumo de productos no saludables, debe, al mismo tiempo, favorecer la asequibilidad a alimentos saludables. El proceso de deterioro de nuestros hábitos alimentarios ha sido tan profundo que la intervención para modificar estos ambientes obesogénicos debe ser también muy profunda.
Lxs hipocritxs juegan un papel importante en contra de estas políticas de salud pública, son un engranaje en la estrategia de las corporaciones, contribuyen al bloqueo de las políticas que afectan sus intereses, de ahí su silencio bien disciplinado frente a las epidemias de obesidad y diabetes.