Jorge Zepeda Patterson
A mi juicio lo más importante de la reunión de Biden, Trudeau y López Obrador no reside en los acuerdos logrados o el intercambio de ideas, siempre imprescindibles entre vecinos, sino en la manera en que tales acuerdos y compromisos modernizan la perspectiva del Presidente mexicano y, en cierta manera, matizan las posiciones más controvertidas de su administración.
Me parece que la mayor virtud de Andrés Manuel López Obrador es que ha buscado gobernar teniendo en cuenta a los pobres y sus genuinos reclamos. Más allá de los aciertos y desaciertos de la Cuarta Transformación, el mero arribo de un Gobierno que abre la esperanza a las mayorías abandonadas conjuró por el momento el riesgo de estallidos sociales e ingobernabilidad.
Conducir a nuestro país desde la agenda del “México profundo” es un acierto, pero proponer soluciones con la mentalidad del México profundo puede convertirse en un desatino. Y es que se trata de dos cosas distintas. Nada que reprochar al planteamiento de AMLO de considerar que ha llegado el momento de atender a los desesperanzados, bajo la consigna de “primero los pobres”. El problema es cuando las soluciones que se ofrecen surgen esencialmente de la perspectiva, la visión del mundo y los recursos de este México profundo. López Obrador es el Presidente mexicano que mejor conoce la geografía del país y sus habitantes; pero por desgracia también es el Presidente mexicano que menos contacto ha tenido con la realidad internacional o las tendencias mundiales en muchos campos.
Esto no significa que AMLO sea un ignorante en lo que toca al mundo ni mucho menos. Resultan sorprendentes las relaciones personales que ha entablado con líderes de oposición e incluso con empresarios importantes de otros países. Está bien enterado de los temas de historia y política internacional que le interesan. Pero lo cierto es que ha viajado poco y su exposición a muchos otros aspectos de la vida contemporánea internacional es escasa. Quizá a ello se deba el manejo más bien plano con el que encara temas de la agenda moderna progresista, en el que el feminismo, los derechos humanos o el medio ambiente forman una parte sustantiva. Son asuntos complejos y cargados de matices sobre los cuales la comunidad internacional ha debatido largamente en los últimos años. Pero son debates que resultan ajenos a la experiencia o al interés del Presidente y, por consiguiente, suele encararlos en una versión más bien reduccionista. Una y otra vez AMLO ha dicho que “el pueblo es sabio” y esa debe ser la fuente de la que se abreve para encontrar las soluciones para los problemas del país. Y ciertamente se trata de una perspectiva que no debe estar ausente en el diseño de soluciones y políticas públicas; pero también es cierto que la ciencia y la humanidad en su conjunto están inmersas en un proceso continuo en busca de alternativas y posibilidades, algo sobre lo cual el Presidente no parece particularmente interesado.
Fue importante que el mandatario mexicano y su comitiva, en los distintos paneles, pudieran hacer ver a sus socios nuestros criterios y realidades. Pero tanto o más importantes es que este encuentro puede influir en las propias perspectivas de AMLO, justamente porque su mayor déficit, en lo que toca a su trayectoria personal como Jefe de Estado, reside en su manejo de temas globales.
Las perspectivas y compromisos que López Obrador asume tras este tipo de encuentros me parece que lo beneficia enormemente en su calidad de gobernante. Le puede tener sin cuidado buena parte de los asuntos que el resto de los mandatarios del mundo discuten en sus múltiples encuentros, de allí su reiterada ausencia en todos estos foros, fiel a su consigna de que la mejor política exterior es la política interior. Pero AMLO ha gobernado con la convicción de que el intercambio comercial y la integración industrial con Estados Unidos resultan fundamentales para la prosperidad de los mexicanos. En ese sentido considera que esta “política exterior” es una manera de hacer política interior, de allí su interés personal en la definición del nuevo TLC o su empeño por llevar las mejores relaciones posibles con Trump, y ahora con Biden.
Pese a sus conocidas críticas al mercado internacional, a la globalización indiscriminada o al neoliberalismo imperante en el mundo, en el encuentro recién terminado fue quizá el más ambicioso, al afirmar que los tres países tenían que acelerar su proceso de integración para neutralizar el protagonismo de China en términos comerciales y productivos. Algo quizá políticamente incorrecto, pero impecable en términos de la oportunidad histórica que significa para México convertirse en una opción para las fábricas occidentales asentadas en tierras asiáticas.
Pero eso, a su vez, obliga a México a empujar agendas laborales, ambientales, jurídicas y, en general, procesos de apertura y competencia empresarial y financiera que no necesariamente están en el programa de la 4T y en ocasiones, incluso, son contrarias a ella. Los propios deseos del Presidente para acelerar la integración tenderían a limar algunos de los aspectos más cuestionados de las políticas públicas del Gobierno.
Por eso es que este viaje es trascendente. Ser consecuente con los acuerdos asumidos, le llevarían a seguir gobernando con las urgencias y prioridades del México profundo, pero con las políticas al alcance de un México global y moderno. El modelo de desarrollo estabilizador de los años 50 y 60, profundamente estatista y nacionalista, que en ocasiones el Presidente parece tener como referencia, no es precisamente el más compatible con los desafíos de los procesos de integración de la economía mundial actual. Esto no significa, desde luego, que en aras de tal integración el Estado mexicano debe ceder frente a las exigencias expoliadoras de potencias y trasnacionales. Solo se trata de que el Presidente tenga la flexibilidad para encontrar en las oportunidades que ofrece la economía global las opciones para insertar a México en los escenarios que más beneficien a los millones de pobres a los que les urge un futuro diferente. En ese sentido, esta gira fue un paso importante.