La política de identidad es norma. Quedaron atrás los estadistas que buscaban cerrar brechas encontrando objetivos comunes. Los electores premian a quien halla grietas para clavar cuñas. En Medio Oriente éstas están en la diferencia religiosa, en Estados Unidos en la brecha entre las costas prósperas, racialmente diversas, y el centro blanco y rezagado. En México López Obrador enfrenta a quienes han tenido acceso a educación y privilegios con quienes no. Décadas de resentimiento acumulado le allanan el camino. Una enorme parte de la población prevalece marginada, mientras otros prosperan sin más mérito que compadrazgos o deshonestidad. La administración de Peña Nieto fue el punto climático de un sistema corrupto y descarado en el cual la meritocracia parecía garantía de impunidad. Esa cuña es peligrosa. Se generaliza a la ligera: no puedes tener consciencia social si creciste en una familia afluente; si eres tecnócrata, eres conservador; si estudiaste en el extranjero, importaste malas mañas; si trabajaste en gobiernos anteriores, te corrompiste; si estás en la sociedad civil, proteges a los poderosos; si no votaste por este cambio, quieres el statu quo. La etiqueta nubla al ser humano. Si la opción es chairo o fifí, ambos bandos perdimos, redujimos a una persona al elemento que nos diferencia. Las redes sociales ayudan, pues es fácil odiar sin ver a los ojos. Esta estrategia no es invento o exclusiva de AMLO. Donald Trump es diestro clavando cuñas, como lo son Netanyahu o Erdogan. Si ignoramos las etiquetas, es mucho más lo que nos une que lo que nos divide. Pero si nuestra atención se centra en la descalificación y el escándalo, anulamos cualquier posibilidad de articular juntos políticas públicas sensatas. Si en ambos bandos hay buenos y malos, honestos y transas, solidarios y egocéntricos, humildes y arrogantes, educados e ignorantes, lúcidos y obtusos, es grave marginar a la ligera. El paupérrimo perfil de los candidatos a la Comisión Reguladora de Energía, de los nuevos consejeros de Pemex o incluso de los legisladores de Morena, se explica porque eligen entre un grupo muy pequeño de conocidos que, por serlo, “merecen” el puesto. Pagaremos el brutal deterioro de las capacidades del gobierno. Este no debe ser un gobierno de inútiles devotos. Cometerán errores que serán aún más graves cuando enfrenten una crisis. A todos los gobiernos les llegan. Haber tenido educación se volvió defecto. Por ello, esta legislatura de Morena tiene 12 por ciento menos diputados universitarios que la previa. El cierre de ductos de Pemex previo a las vacaciones de fin de 2019 es buen ejemplo de lo que pasa cuando funcionarios de cuarto nivel se ven, de repente, con poder para decidir, sin la capacidad o experiencia para hacerlo bien. La crisis nada tuvo que ver con robo de combustible. Fue una ocurrencia. La cortina de humo del huachicol funcionó mediáticamente, pero habría que preguntar por qué las tomas clandestinas han aumentado. Peor aún, tres secretarios de Estado corrieron a Nueva York a gastar una fortuna en pipas para seguirle el juego al jefe, y las compraron fuera de norma. Además, están siendo conducidas por choferes sin entrenamiento para manejar líquidos flamables. Ocurrirá una desgracia. Si AMLO logra dividir, se dará un balazo en el pie. En un país en el que “importa más la justicia que la ley” y donde “la mano de regímenes anteriores” es la culpable de que crezca la violencia ahora, estamos a nada de que sea moralmente justificable robar, secuestrar o extorsionar al bando opuesto. Pero lo único que separa al desempeño de este gobierno de una crisis severa es justo la actividad económica de esos fifís y la inversión de empresarios que siguen dándole el beneficio de la duda, con la esperanza de que sus errores los explique su curva de aprendizaje más que su necedad e intransigencia.