Los indignados

Imposible saber si la rijosidad de López Obrador es por diseño o es producto de su temperamento. ¿Cálculo político o rasgo de personalidad? ¿Se trata de una combinación de ambas? Quizá las andanadas de cada día en contra de sus adversarios sean producto de su carácter y de una trayectoria de opositor de tantos años, pero también de la creencia de que su belicosidad sirve a sus propios intereses de alguna manera. Lo cierto es que el Presidente dedica buena parte de cada mañanera a denostar al neoliberalismo, a los regímenes anteriores, a los intelectuales orgánicos que lo critican, a los empresarios y exfuncionarios corruptos, a la prensa adversa y especialmente al diario Reforma.

Hay quienes consideran que el Presidente sale beneficiado de esta cruzada implacable suya en contra de todo y todos los que no están a favor de los pobres. Y sí, sin duda denunciar la corrupción o los excesos de los expresidentes, descalificar a sus críticos con adjetivos llamativos, subir a la picota a los adversarios “del pueblo” hacen a López Obrador más popular entre los suyos. Pero también lo hace más impopular entre los que no lo son. Su categórico planteamiento: “si no estás con la 4T estás en contra de ella” es un llamado que obligaría a todos los mexicanos a decantarse.

Muchos mexicanos están encantados con un Presidente capaz de exhibir los trapos sucios de los poderosos que hasta ahora habían actuado impunemente. Si los tiempos no son propicios para que la 4T cumpla cabalmente las expectativas populares, al menos puede darles la satisfacción de hablar desde los resentimientos y exasperación de los muchos que durante décadas han sido víctimas. No han dejado de serlo, pero se están dando el gusto de que sean señalados con el dedo aquellos a los que consideran sus victimarios.

En ese sentido la belicosidad del Presidente podría ser también un estrategia calculada. Mientras fustigue a los “enemigos del pueblo” tendrá el apoyo de las mayorías que se siente reivindicadas, al menos verbalmente. Una consulta popular sobre la posibilidad de un juicio a los expresidentes puede no tener un sentido jurídico, pero tiene una lógica política impecable: genera el entusiasmo de aquellos que a lo largo de los sexenios percibieron la manera en que se gobernó a favor de los de arriba, lo cual no es poca cosa.

Al corto plazo la estrategia rinde frutos siempre y cuando el Presidente lleve bien el saldo de sumas y restas. Pierde el favor de los moderados, pero aumenta el fervor de sus simpatizantes. Supongo que en sus propias encuestas y sondeos AMLO asume que el balance sigue siendo positivo. Sin embargo, al mediano y largo plazo tal estrategia entraña un peligro mayor. La polarización que resulta podría provocar una inestabilidad intolerable. Sostener su popularidad mediante la crispación política puede traducirse en una multiplicación de los focos de conflicto. Lo mismo que propicia un aumento del fervor de los suyos provoca la frustración creciente de los que no están de acuerdo con él. Y la frustración y la molestia, aguijoneada por las provocaciones del Presidente, pueden conducir a la exasperación movilizante.

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