Las tres fases

Sergio Aguayo

El Plan Nacional de Seguridad Pública puede dividirse en tres partes claramente diferenciadas por sus resultados.

En el informe de sus primeros 100 días, Andrés Manuel López Obrador mencionó varias dependencias, pero solo elogió por nombre a Alfonso Durazo quien, dijo, coordina al gabinete de seguridad “con mucha eficacia y eficiencia”. Un elogio merecido. Cuando el candidato de Morena anunció en enero de 2018 quién sería su secretario de Seguridad y Protección Ciudadana se criticó la falta de experiencia de Durazo. En el tiempo transcurrido, he dialogado con él en tres ocasiones (la última hace unos días) y es notable la mejoría en su comprensión de la violencia criminal en México.

Ese conocimiento se refleja en el Plan Nacional de Seguridad Pública presentado el pasado 31 de enero. El diagnóstico es brutal pero irrefutable: “seguridad en ruinas […] país convertido en panteón”. Para enfrentar la devastación elaboraron un plan muy, pero muy ambicioso. Discuto tres de sus fases.

La primera fue el ataque al huachicol. En lo inmediato, fue una maniobra con una pinza policiaco-militar y otra, enderezada hacia las finanzas criminales por medio de la Unidad de Inteligencia Financiera. Pese a tropiezos con el abasto, el balance es muy positivo. Cuando empezó la ofensiva el 20 de diciembre de 2018, el saqueo rondaba los 74 mil barriles por día. El 12 de marzo, sólo estaban robándose 5 mil barriles diarios.

El éxito se debe a un espíritu de cuerpo inédito atribuible, en buena medida, a que el Presidente encabeza las reuniones del Gabinete de Seguridad Nacional (de lunes a viernes entre 6 y 7 a. m.). Eso facilita la coordinación entre instituciones celosas de su autonomía y “su” información. Es igualmente importante la capacidad que ha tenido la Secretaría encabezada por Durazo para generar inteligencia diaria con la información que recibe de todas las instituciones.

Al crimen organizado le bloquearon el acceso al combustible, pero sigue atrincherado en sus enclaves que están siendo asediados con otra fase, la segunda del Plan: la inyección de enormes cantidades de recursos en las comunidades donde se asienta el huachicol. La meta es fortalecer el capital social positivo para contrarrestar al negativo (i. e. las bases sociales de los cárteles). Tardaremos en conocer los resultados, porque es lenta la construcción de valores y está muy condicionada por la colaboración de los municipios (uno de los flancos débiles del Plan).

La tercera fase está rezagada y desbalagada. Gobernación es la encargada de coordinar la atención a víctimas y hace esfuerzos enormes por mantener el tema en la agenda, pero carece de los recursos y de un programa maestro aceptado por las dependencias involucradas. Los derechos humanos no se merecen una reunión diaria encabezada por el Presidente. Por ahora, la atención a las víctimas heredadas se ha centrado en un trato “VIP” a unos cuantos grupos y desatención a las mayorías; eso ha generado rupturas con colectivos y organismos de la sociedad civil.

Tampoco se presta atención a las víctimas que sucumbirán el día de hoy, mañana, las próximas semanas, meses y años. Se entiende que la Cuarta Transformación quiera aplacar la ira tuitera de Donald Trump, pero su silencio hacia el contrabando de armas los convierte en espectadores de los asesinatos perpetrados con esos rifles de asalto, comprados por docena en algún supermercado texano.

La mayor contradicción está en el trato dado a los periodistas independientes y críticos. Este lunes el Presidente volvió a lanzarse doce veces contra los periodistas que critican sus proyectos; los tachó de “fifís” y reaccionarios. El mismo día Alejandro Encinas, subsecretario de Gobernación, anunció mejoras al programa para apoyar a los periodistas agredidos, pero guardó silencio sobre las andanadas presidenciales que legitiman los linchamientos en redes sociales y los exabruptos, como el de la senadora de Morena Eva Galaz, que calificó a los periodistas de “retrasados mentales” (luego se disculpó con los aludidos).

Así andamos en el terreno del combate a la violencia. En algunas fases, la nueva estrategia permite abrigar el optimismo. En otras, lo destacable son las contradicciones absurdas e inaceptables.

@sergioaguayo

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