Las narrativas de Andrés y Claudio

Ernesto Hernández Norzagaray

Claudio X. González, el multimillonario X, en su campaña contra López Obrador acaba de salir a la plaza pública con una tontería: “La llamada 4T [Cuarta Transformación], una gran farsa, acabará mal, muy mal. Hay que tomar nota de todos aquellos que, por acción o por omisión, alentaron las acciones y hechos de la actual administración y lastimaron a México. Que no se olvide quién se puso del lado del autoritarismo populista y destructor”.

Y aquella chispa encendió rápidamente la pradera mediática. Se le calificó de todo: desde fascista hasta estalinista. Y bien merecido lo tenía. No se puede ir por la vida impunemente hablando como hacendado del siglo XIX y llamando a hacer una lista negra de quienes “alentaron” el “autoritarismo populista y destructor”.

No, creo, vivimos en una democracia sin hacendados, donde queremos muchos que cuenten las instituciones. Con poderes fácticos disminuidos, aunque, no desaparecidos. Sin listas negras, ni apandados. Se vio mal, muy mal, el empresario metido hoy de político opositor y activista de la alianza variopinta de “Si por México”. La machaca mediática no ha dejado de cobrar el yerro y se le ha cocinado a fuego lento por revivir las listas negras del inefable Gustavo Díaz Ordaz o las del torturador y asesino Miguel Nassar Haro.

La crítica vino de un lado y regresó encendida por otra. Se alineó el obradorismo al grito del unísono: ¡Anótame en tu lista!, reclamó Claudia Sheinbaum. Y el Presidente, como no, entró al quite con sonrisa burlesca y generalizó para sacar tajada: “Que se sepa que no tienen vocación democrática, que los domina el afán autoritario lo de Claudio es ‘vamos a empezar a hacer una lista’ o es lo que insinúa”, y eso lleva inevitablemente al dilema ellos o nosotros. O, como les exigió a los priistas cuando los puso ante el dilema para la Reforma Eléctrica ¿están con Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos o con Carlos Salinas de Gortari? Que en realidad les dijo: están conmigo o con ellos.

Y fue la yucateca Dulce María Sauri, no Alejandro Moreno, el dirigente priista, quien salió al paso del falso dilema: “El PRI está con Lázaro Cárdenas, el PRI está con Carlos Salinas de Gortari y lo está porque ambos como presidentes de México supieron en función de su tiempo y circunstancia responder por un país que buscaba construir alternativas de futuro”.

Y ya no es el señor X, sino el Presidente López Obrador quien busca dividir entre buenos y malos mexicanos. Entre los de una lista y otra. Al final ambos atizan a la balcanización social. A que cada uno de los mexicanos decida con cual narrativa quiere estar en esta coyuntura de la historia nacional.

En la de Claudio o en la de Andrés Manuel. En la de los conservadores o en la de los nuevos liberales. Y ese es el país que se ha construido con el dinero de los Claudio o con el dinero público, que se gasta en cada “mañanera”. Atizan unos y otros al fuego de la balcanización social. Y frente a ese fuego está una sociedad hirviendo en su propio fuego cotidiano para optar entre uno y otro bando. Entre una bandera y otra bandera. Entre un relato y otro.

Obnubilan la conciencia nacional con fuertes dosis de discursos emocionales. Unos desde el fatalismo y otros desde la esperanza. Y lo sorprendente es que uno y otro tienen una dosis de razón. La situación no está como la narrativa oficial busca trasmitir en su publicidad esperanzadora, pero, tampoco, tan mal, como ese Claudio colectivo, cuando intenta instalar la duda, la frustración, el fatalismo.

Todavía hay espacio para la inteligencia colectiva y para poder salirse de ese falso dilema que acrecientan los filoadherentes mediáticos de uno y otro bando. Ese discurso binario de conservadores y progresistas; de anclaje en el pasado y sin visión de futuro. De los que están con el pueblo y los que están en contra de él.

Quizá está en esa respuesta silenciosa, ordenada, que acomodó silenciosamente las manzanas en el canasto electoral del pasado 6 de junio. En la baja participación en la consulta nacional para enjuiciar a los expresidentes. Y la incertidumbre para todos de lo que se espera, no en la consulta de revocación de mandato, que recordemos necesita de un grupo promotor y, para activarla, el apoyo, con firma, de tres millones de mexicanos en edad de votar.

Ya los partidos de “Si por México” han dicho que no se activarán en esa consulta, que se esperarán las presidenciales de 2023-2024. Y no veo que el obradorismo se active para conseguir esos tres millones de firmas para medir la textura y consistencia del 60 por ciento de apoyo que trae el Presidente López Obrador en las encuestas de percepción.

O sea, en este mandato presidencial, es altamente probable que no haya consulta de revocación de mandato por simple cálculo político de ambos bandos y por una sociedad, que, en agosto pasado, vio con desdén y desconfianza ese tipo de rutinas democráticas.

Y ese silencio colectivo atiza, eso sí, la “incertidumbre democrática” de la que habla el politólogo polaco Adam Przeworski, en uno de sus libros, y que se da en sociedades democráticas altamente polarizadas. Ese, es, el futuro que resulta de estas narrativas que balcanizan y terminan por agrupar en torno a una emoción, un emblema, una narrativa o una figura pública a los contingentes de votantes.

Entonces, no se trata sólo de lo que digan las narrativas en pugna y adláteres mediáticos por la audiencia nacional, por el control de la mayoría de los votos, sino los silencios y desdenes, que han aparecido en medio de la bruma democrática.

Esa es la lectura que falta y se hace más visible en la medida en que aumenta el ruido del fanático que acríticamente se alinea a un lado y otro, de la línea imaginaria, que separa a los buenos de los malos mexicanos, ese mundo binario, que aun con todo, nos sirve para activar la conversación y para que haya brotes, cada día mayores de reflexión de lo público, no de lo que digan o dejen de decir dos cuates, que buscan atraer para si los reflectores y erigir desde ahí una narrativa de salvación nacional, redentora, excluyente, sino tomar distancia del simplismo y la manipulación de la esfera de lo público.

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