Del primer caso registrado de la COVID-19 en México hasta el pasado 31 de julio se contabilizaron un total de 46 mil muertes por esta pandemia. En ese mismo periodo de finales de febrero al fin de julio perdieron la vida alrededor de 152 mil personas a causa de la mala alimentación en nuestro país. Estas otras muertes en forma de diabetes, enfermedad cardiovascular, enfermedades cerebrovasculares y de ciertos tipos de cáncer podrían haberse evitado con una buena alimentación. Estas muertes por mala alimentación se presentaron no solamente en esos cuatro meses de este año, se presentaron en los cuatro meses anteriores a ellos y en los anteriores y los anteriores a los anteriores y así durante los últimos años. Esa otra pandemia, con mayores daños, no se contabiliza en reportes diarios.
Si contabilizáramos diariamente la pandemia de la mala alimentación en vez de recomendar el lavado de manos, la sana distancia entre las personas, el cubrebocas, el quedarse en casa; se estaría llamando diariamente a dejar de tomar refrescos, recuperar nuestro consumo de frijoles, maíz, quelites, amaranto, mantener la sana distancia de la chatarra, de los Oxxos y similares, se llamaría a acercarnos a los mercados locales y a los productores del campo, a hacer botanas para nuestros hijos y para nosotros con semillas, vegetales, a convertir nuestras frutas de temporada en nuestros dulces, a recuperar el conocimiento de nuestra cocina.
Si sumáramos estas muertes por mala alimentación con las muertes por COVID-19 que sucedieron en las personas que padecían enfermedades crónicas debidas a su mala alimentación, las cifras se dispararían y tendríamos una idea más clara de los daños que nos ha causado la invasión de la comida chatarra y los refrescos, la alteración profunda de nuestra dieta por productos ultraprocesados con nulo o bajo valor nutricional pero con grandes cantidades de azúcares añadidos, grasas saturadas, sal, colorantes, saborizantes, emulsificadores y todo tipo de ingredientes artificiales.
Los procesos inflamatorios generados por la comida chatarra y las bebidas azucaradas provocan, más allá de las enfermedades crónicas y antes de ellas, el debilitamiento del sistema inmunológico, con lo cual la COVID-19 puede tener un impacto mucho mayor. Una de las expresiones medibles de los daños que genera esta mala alimentación se encuentra en los diversos indicadores de síndrome metabólico, como la circunferencia elevada (CC), presión arterial elevada (HTA), bajo colesterol HDL (HDLc), triglicéridos (TG), glucosa o insulina elevados.
En unas semanas de mejor alimentación pueden ajustarse algunos de estos indicadores, de tal manera que pueden mejorarse las posibilidades de defensa frente a la COVID-19. Además, la mala alimentación no sólo genera daños por el tipo de productos ultraprocesados y los ingredientes que contienen, genera también daños por los alimentos que dejan de consumirse, que en la caso de verduras, frutas, semillas, cereales integrales, significa la falta de ingesta de una enorme diversidad de vitaminas, minerales y fitoquímicos que tienen cualidades muy importantes de defensa frente a diversos padecimientos, fortaleciendo el sistema inmunológico. Productos que hemos dejado de consumir a cambio de la ingesta de productos chatarra y bebidas endulzadas.
Por lo anterior, no se entiende porque no se llama a la población en todo el mundo, de manera permanente, cotidiana, a mejorar su alimentación como un elemento fundamental de defensa frente a la COVID-19. El gobierno mexicano ha anunciado la realización de una campaña en este sentido, es urgente que se implemente ante el mayor consumo de productos chatarra en esta situación de confinamiento.