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Las dos caras de la moneda

Edvin López Ortega

            Es complicado, en ocasiones, entender que un mismo objeto puede tener dos caras totalmente distintas, pero es la realidad, la cual se asemeja mucho a las personas.

            Generalmente una de esas caras se presenta con aires de perfección, y esa es la que siempre queremos mostrar al mundo.

            En el año 1920 se estrenó una película que se conoció con el titulo de: El doctor Jekill y Mr. Hyde, cuya trama más o menos se desarrolla de la siguiente manera:

            En el Londres de finales de la época victoriana, Henry Jekyll es un idealista doctor en medicina que se dedica a la investigación. Uno de sus compañeros científicos es el doctor Richard Lanyon, con quien posee discrepancias respecto a la forma de ejercer la profesión. Jekyll es además filántropo, por lo que mantiene una clínica gratuita en que atiende a personas de escasos recursos. El protagonista está comprometido con una joven llamada Millicent, hija del aristócrata Sir George Carew. A pesar de su intachable conducta, Carew desconfía de Jekyll, considerando que “ningún hombre es tan bueno como parece” y durante la conversación después de una cena, señala que no debería negar sus impulsos para destruirlos, sino que es necesario sucumbir a las tentaciones de vez en cuando.

            Para probar su punto, Carew lleva a Jekyll a un cabaret. Allí conoce a Gina, una bailarina italiana que trabaja en el local. Cuando la mujer intenta besar a Jekyll, él la rechaza y se va del cabaret. La experiencia en el cabaret hace que Jekyll se dé cuenta de sus propios bajos instintos, los que no había experimentado antes. El científico se propone trabajar en un método que permita separar las dos naturalezas del hombre en cuerpos distintos, con el objetivo de poder experimentar los impulsos más bajos y mantener intacta el alma.

            Tras días de mucho trabajo de ensayo y error en el laboratorio, Jekyll logra crear una pócima. Al probarla, el científico se transforma tanto física como psicológicamente en un ser horrible y malvado que se hace llamar Edward Hyde. Para pasar de una personalidad a otra, Jekyll crea un antídoto, y utilizando su nuevo álter ego para sumergirse en el libertinaje y vicios, comienza una vida literalmente doble: médico caballeroso y compasivo de día, y una criatura lujuriosa y jorobada por la noche,

            Años atrás cuando llegué por primera vez a Acapulco, solamente tenía la imagen que había visto en películas o telenovelas, en donde se presentaba un Acapulco de ensueño, hermosas playas y grandes mansiones en las zonas más exclusivas. Sin embargo, a mi llegada, la ruta de ingreso me llevó a encontrarme con las áreas menos favorecidas, y en ese momento conocí, la Vacacional, Rena, La Zapata; todo aquello que no vi en las películas. Fue entonces cuando me di cuenta, que lo que se muestra no es la realidad completa. Siempre hay una desconocida, que tratamos de ocultar.

            Gobiernos vienen y van y solamente se ocupan de maquillar la cara visible de una ciudad que vive, en su mayoría del turismo, olvidando que al salir de la Costera, hay una ciudad que también se llama Acapulco, pero que no es prioridad y que, probablemente, no genera las jugosas comisiones de los proyectos que se realizan en la cara visible del puerto.

            Mientras en una cara se muestran “hermosas banquetas”, como monumentos al ego de los políticos de turno, en la otra cara se debe aprender a vivir entre baches y basura.

            Y es que esa es la realidad que tratamos de ocultar, los puntos negros que proliferan en calles y avenidas, que no solo es un problema de ornato, sino principalmente de salud.

            Los gobiernos trabajan por y para los turistas, pero mantienen en el olvido a las personas que, día a día se levantan con el primer rayo del sol, y salen a la calle para dar hasta el último esfuerzo por dar a los suyos una mejor calidad de vida.

            No podemos tener gobernantes que, cuando están en campaña, se vistan de pueblo, pero al llegar al poder, se cubran con el manto de la realeza.

            Está bien que exista inversión en la cara pública del puerto, pero sin olvidar que cruzando la calle también hay acapulqueños que merecen vivir con decoro y dignidad.

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