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La ‘Pulga’ aérea

Manuel J. Jáuregui

Como una especie de “Pulga” (mercado o bazar) aérea, el Gobierno federal puso en exhibición y venta un total de 72 aeronaves con las que se daban gusto paseando el anterior Presidente y sus subalternos. Muestra ésta de la AUSTERIDAD que pretende imponer el nuevo Gobierno federal.

Esto de la eliminación de gastos superfluos y lujos inaceptables resulta ser algo loable y merecedor de ser reconocido al Gobierno del Presidente López O., mas aún así no dejó de presentarse una piedrita en el arroz. Se les permitió (y seguro argumentarán razones de seguridad) al Secretario de la Defensa y al Secretario de Marina conservar para su uso exclusivo sendos jets ejecutivos de gran lujo y prestaciones: éstos un par de Gulfstreams G550 comprados en 2016 con un costo de CINCUENTA Y CUATRO millones de dólares CADA UNO.

Tendremos entonces la contrastante paradoja de que mientras el Presidente se mueve en aerolínea, dos de sus jefes militares viajarán en aviones privados como los que utilizan los magnates empresariales más acaudalados a nivel mundial. Como por ejemplo el co-chairman del Carlyle Group, David Rubenstein, quien comanda uno de los fondos de inversión más grandes del mundo y tiene a su disposición uno de estos Gulfstreams. Fuera de este detalle nos parece excelente que el Gobierno federal haya decidido deshacerse de tanto y tan caro JUGUETE para ingresar recursos a las arcas nacionales, ahorrar gasto y evitar tentaciones.

Sería bueno saber, por ejemplo, si están incluidas en la SUBASTA las aeronaves, tanto de ala fija (aviones) como de ala rotativa (helicópteros) que emplean paraestatales como PEMEX y la CFE. Recordamos que el que fuera director de PEMEX, Emilio Lozoya Austin, solía darse enorme gusto apuntando horas de vuelo en la bitácora de los aviones de PEMEX, tan lujosos que hasta se los solicitaban en “préstamo” otros funcionarios del Gobierno peñanietista.

Dentro del total de 72 aeronaves de las que pretende deshacerse el Gobierno morenista hay una muy buena cantidad que son “chatarra”, esto es, viejos y descuidados, por los cuales seguramente no recibirán gran cosa, dado que quien los compre será sólo para el deshuesadero. Nos explicaban que en el caso de los aviones viejos el mantenimiento rebasa por mucho en costo el valor de la aeronave. Es el caso de aquel compadre que le ofreció a su amigo un excelente burro: “No, gracias, compadre”, le respondió el potencial comprador, “no es lo que cuesta el burro, ¡sino lo que vale el maíz!”.

Los más codiciados elementos de este aerobazar, pues, son dos de los tres Gulfstreams con los que se quedaron nuestros jefes militares. El deshacerse de tanto avión, no obstante, representa un gran ahorro para el Gobierno federal: menos sueldos de tripulaciones, menos costo de entrenamientos, menos pago de refacciones, de mecánicos, de turbosina, de reparaciones, de pagos por uso del espacio aéreo, etcétera.

No puede menospreciarse el poder de la señal que emana de tal decisión en lo que a la práctica de la austeridad se refiere. No hay más potente prédica que el ejemplo, por lo que al deshacerse de tanto avión y helicóptero el Gobierno morenista sienta un buen precedente: no es posible montar sobre los vencidos hombros de un pueblo pobre una clase elitista de burócratas que rápido y pronto se acostumbran a los lujos y los privilegios CON CARGO AL PUEBLO.

Muerto el perro, se acabó la rabia. Idos los juguetes y con las riendas del gasto bien apretadas, nuestra burocracia tendrá que ajustarse a lo modesto y prudente, acorde a las necesidades de una sociedad en la que abundan las carencias. Se acabaron esos episodios en los que bajaba un helicóptero Augusta 109 en el Campo Marte para recoger al “foursome” del Presidente Peña (Emilio Gamboa & Co.) para irse a jugar golf.

Esto, por supuesto, con cargo a los mexicanos, pues el costo de adquisición y operación de los helis y jets que usaban los funcionarios del pasado sexenio iba directo contra las aportaciones fiscales pagadas por todos los ciudadanos cautivos del fisco mexicano, en el pasado tan bueno para exigir, pero tan malo para rendir cuentas claras.

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