Hace rato que el Gobierno de México renunció a gestionar el problema de salud provocada por la COVID-19 para dedicarse solo a administrar la crisis. El discurso ya no está enfocado, como hace unos meses, en las estrategias, acciones y políticas públicas de Gobierno, sino solo en el discurso político, en repetir una y otra vez que vamos bien, en mantener el esgrima verbal con los opositores, en vender (o regalar) cachitos de la rifa del avión sin avión y en los últimos días en la nueva apuesta: tener la vacuna lo antes posible en México.
Si atendemos a las voces de oposición el balance de la gestión del sistema de salud es terriblemente negativo. Fue el propio López-Gatell, el 4 de junio, quien estimó que “el escenario catastrófico” era llegar a los 60 mil muertos. La cifra la vamos a rebasar con creces, por lo que no les falta razón a los opositores del Gobierno para decir que hay una mala gestión y el adjetivo se los regaló el propio vocero de salud: catastrófico. Esta palabra la vamos a oír una y otra vez, sin mayor análisis ni matiz.
Si atendemos al discurso oficial el objetivo desde el inicio fue aplanar la curva de contagios de manera que no llegáramos a saturar los servicios de salud. Salvo unos días críticos en el estado de Tabaco, esto se ha cumplido cabalmente. La crisis se ha prolongado en el tiempo, con muchos más casos y mayor mortalidad de la esperada, pero no ha existido hasta ahora un problema de saturación hospitalaria que genere una crisis de grandes dimensiones. Muchos han muerto en casa y el sistema de salud está estresado, con graves consecuencias por la incapacidad de atención de otros padecimientos -en la medida que fluyan los datos nos iremos dando cuenta del tamaño de esas otras tragedias- pero nunca quedó rebasado.
Acorralada por los escándalos de corrupción, que el Presidente administrará a su antojo, la gran apuesta de la oposición de cara a la elección intermedia será poner al Gobierno en el banquillo de los acusados por las muertes que se pudieron evitar en esta crisis de salud. Es muy probable que hacia fin de año estemos en los 100 mil muertos por COVID-19, una cifra solo por debajo de las muertes por enfermedades cardiovasculares y en los mismos rangos de la diabetes, que cobró la vida de 101 mil mexicanos el año pasado.
La apuesta es arriesgada, pues a medida que avanza la pandemia, surgen más y más pruebas científicas de que una mala salud pública hace más vulnerable a una sociedad ante el coronavirus.
¿Se pudieron haber evitado decenas de miles de muertes con políticas públicas adecuadas, como plantea la oposición? Es un tema muy complicado de probar, mientras que la corrupción del PRI y el PAN está documentada y con un testigo colaborador urgido y dispuesto a todo a para salvar a su familia.
Lozoya es la verdadera vacuna de López Obrador contra el coronavirus.