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El riesgo de banalizar la matrícula

Dolia Estévez

Tras los ataques terroristas de 2001, el gobierno de México temía que millones de mexicanos en Estados Unidos, que carecían de algún documento de identificación como pasaporte, número de seguridad social o licencia de manejar, pudieran ser confundidos por terroristas. De esa preocupación nació la Matrícula Consular de Alta Seguridad que, a lo largo de dos décadas, ha mejorado la vida de millones de connacionales que han podido salir de las tinieblas con un mínimo de protección documental.

“Ante los nuevos imperativos de seguridad después del 9/11, concebimos la matrícula consular para proteger a los mexicanos residentes en Estados Unidos, particularmente a quienes eran indocumentados y sin la opción de poder tener o acceder a otro tipo de identificación estadounidense”, me dijo el Embajador Arturo Sarukhan, uno de los precursores de la matrícula.

Fue una época traumática para Estados Unidos. El gobierno de George W. Bush veía y calibraba todo a través de la lente de la seguridad nacional. La vulnerabilidad de las comunidades mexicanas en ese nuevo contexto político y de opinión pública empeoró.

Sarukhan, a la sazón jefe de asesores del Canciller Jorge G. Castañea, y el Embajador Enrique Berruga, entonces subsecretario para América del Norte, diseñaron y echaron a andar la matrícula consular como mecanismo para evitar que los connacionales fueran objeto de sospecha, arresto y potencial deportación.

“El objetivo principal de la matrícula fue dotar a los indocumentados de alguna identificación, puesto que por algo son `indocumentados´. También se entrega a residentes mexicanos que viven en Estados Unidos que así lo soliciten, pero se destina sobre todo al primer grupo”, me dijo Berruga.

La aceptación de la matrícula ha sido una labor titánica de muchos años de talacha y cabildeo. Los 50 consulados de México han tenido que picar piedra en estado por estado, ciudad por ciudad, departamento policial, por departamento policial para convencer sobre su mérito. Su creciente aceptación hoy es uno de los logros más significativos de la diplomacia profesional mexicana.

Para lograrlo, tuvo que alcanzar los altos estándares a prueba de falsificación de los documentos de identificación estadounidenses. De ser una credencial rústica que se imprimía casi como un vil cartón, pasó a tener código de barras y hologramas en 2003.

Años después, el gobierno de México incorporó estrictos sellos de seguridad como un chip con datos de biometría encriptados, fotografía de alta resolución con micro texto en el marco, tinta activa a la luz ultravioleta y número gravado con láser.

La credencial, cuyo nombre oficial es Matrícula Consular de Alta Seguridad, es hoy casi infalible. Es reconocida en los principales centros urbanos con grandes concentraciones de mexicanos como Los Ángeles, San Francisco, Nueva York, Chicago, San Antonio y Phoenix, entre otros.

Incluso ha ganado aceptación en lugares menos esperados por su tradición xenófoba. La semana pasada, por ejemplo, Arizona aprobó una ley reconociéndola como documento legítimo de identificación. El viernes, el gobernador republicano de ese estado promulgó la legislación.

La ministra negó que el motivo haya sido vacunarse contra el Covid19 (carta al director de Reforma 03/03/2021), como presuntamente confió Minutti a varios colaboradores. Sin embargo, no ha aclarado por qué y para qué tramitó la matrícula siendo que reside en la Ciudad de México y labora de tiempo completo en la Suprema Corte.

Por su parte, Pérez Dayán no ha respondido a varios intentos de comunicarme con él en la última semana.

El consulado pudo haber violado el reglamento de la Secretaría de Relaciones Exteriores que condiciona su expedición a mexicanos domiciliados en Estados Unidos (Trámite de Matrícula Consular 22/7/1215). Claramente señala que la matrícula se expide a quienes están domiciliados, no a quienes tienen familia con domicilio en la ciudad, como argumentó Esquivel(Reforma 03/03/2021).

Pero también hay quienes opinan que los consulados no pueden negar la matrícula a alguien que llega con documentos probatorios de nacionalidad, identidad y de residencia en la circunscripción correspondiente.

Si bien los consulados no necesariamente saben si el solicitante en efecto reside en Estados Unidos, tiene una segunda casa o pidió prestado un domicilio, no es creíble que Minutti no supiera que los ministros no viven en San Antonio.

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