De acuerdo con la “estimación oportuna” del comportamiento de la economía nacional, publicado ayer por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el Producto Interno Bruto de México se contrajo 18.9 por ciento durante el segundo trimestre de este año. El peor dato de la historia.
No es un dato sorpresivo, es cierto. E incluso podría decirse que el peor de los pronósticos no se ha materializado, pues múltiples analistas habían vaticinado que la contracción llegaría a 20 por ciento.
Pero no por ser esperado el dato deja de ser ominoso. Estamos hablando de un trimestre desastroso a cual más, cuyos efectos habremos de padecer por mucho tiempo. Incluso por más de una década, en los pronósticos más pesimistas que ya circulan.
Algunos cuestionamientos flotan en el ambiente luego de conocer el dato revelado por el Inegi: ¿era inevitable que la caída de nuestra economía fuera de esta magnitud? ¿Pudimos haber hecho cosas para suavizar el golpe y hacer menos drástico el retroceso?
No son pocas las voces que responden en sentido positivo a estos cuestionamientos y ello pone en duda la habilidad del actual Gobierno de la República para inyectar dinamismo a la economía nacional y colocar amortiguadores para la caída.
Y es que más allá de los números lo importante es voltear a ver a las personas, a los seres humanos que sufren las consecuencias de esta brutal contracción económica.
¿De quiénes estamos hablando? En primer lugar de quienes han perdido su empleo y con ello los ingresos que garantizaban el sustento de sus familias. De forma temporal, millones de personas; de forma definitiva, al menos 1.2 millones de mexicanos.
Lo peor de todo no es que quienes tenían un empleo formal y lo han perdido, ni siquiera tienen la expectativa de recuperarlo en el futuro inmediato, porque justamente la contracción económica que indica la estadística implica que las empresas que garantizaban la existencia de ese puesto de trabajo han desaparecido, acaso para siempre.
La incertidumbre que eso plantea, para el futuro de millones de seres humanos, no puede ser sintetizada en un número que indica la contracción de la economía y eso es lo que más debería preocuparnos como sociedad.
Por eso mismo, lo que tendría que ocuparnos como prioridad para el futuro inmediato es cómo vamos a diseñar y poner en práctica una estrategia capaz de relanzar nuestra economía de forma que podamos reconstruir, en el menor tiempo posible, la infraestructura que ha destruido la pandemia, pero también las pésimas decisiones económicas tomadas desde el poder público.
Además es necesario tener en cuenta que la caída registrada durante el segundo trimestre del año no se detendrá en el tercero, si bien será, previsiblemente, menos drástica, lo cual implica que seguirá agravándose el problema. Ante esta realidad cabría esperar una modificación a la estrategia económica seguida hasta ahora por el Gobierno de la República.
¿Era inevitable que la caída de nuestra economía fuera de esta magnitud? ¿Pudimos haber hecho cosas para suavizar el golpe y hacer menos drástico el retroceso?