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Editorial…

La fisura

La civilidad se deteriora. La fisura entre aliados naturales se profundiza, mientras el enemigo común se aprovecha del absurdo para asesinar y saquear.

Cuando critiqué las tentaciones autoritarias del Presidente y su ofensiva contra el periódico Reforma, recibí apoyos y condenas en redes sociales. Un partidario de Andrés Manuel López Obrador lanzó el lamento: “¡ya lo perdimos!”. Imposible perder lo que nunca se tuvo. En las últimas décadas he apoyado en varias ocasiones a AMLO pero nunca he sido incondicional; venimos de diferentes corrientes de izquierda.

Un historiador de El Colegio de México, Ariel Rodríguez Kuri, escribe una historia sobre la izquierda y, en una conversación reciente, enumeramos las ramas de ese frondoso árbol: anarco-sindicalista, comunista, lombardista, cristiana, oficialista, intelectual, zapatista y social. Entre ellas hay similitudes y diferencias.

López Obrador viene de la izquierda creada por los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana y, al igual que los comunistas, considera al partido como el protagonista de la historia, porque representa las aspiraciones del pueblo y porque es la bisagra entre el Presidente -líder y árbitro de la vida nacional- y el México organizado o disperso. El PRI colonizó a sus opositores con esta tesis y los partidos se conjuraron para crear una “partidocracia” privilegiada que pone trancas y candados que dificultan o impiden la participación social en los asuntos públicos.

Si uno los compara durante el último medio siglo, los partidos han dado prioridad a la disputa por cargos, a las alianzas entre ellos y a cerrarle las puertas a la sociedad. Los periodistas, activistas y académicos comprometidos -en esta corriente también hay farsantes- se han dedicado a reinterpretar la historia y renovar la agenda de la discusión pública con la temática del siglo XXI: derechos de género, diversidad sexual, medio ambiente, etcétera.

El Presidente tiene muchos atributos personales y son encomiables sus recorridos por el país (“Presidente caminante”, lo llama Rodríguez Kuri) y la convicción con la cual está combatiendo la corrupción, la inseguridad y la desigualdad. Sin embargo, llama la atención su rechazo visceral a la sociedad civil y a los medios de comunicación críticos pero respetuosos de la pluralidad; ha olvidado que estos sectores pavimentaron el camino a Palacio. Es como si el Presidente quisiera borrarlos porque le echan sombras al protagonismo de Morena y los partidos.

La semana pasada 437 diputados votaron por unanimidad la eliminación de la Constitución de la partida secreta del Presidente. Fue un voto unánime con el cual sepultaban simbólicamente los abusos presidenciales. La versión estenográfica emana el olor a mirra e incienso de los elogios a los partidos y al actual Presidente. Quienes hablaron por el PAN y Morena también reconocieron justificadamente el papel jugado por el diputado Pablo Gómez (Morena) quien, en su turno, rindió homenaje a “los periodistas valientes […] que se la rifaron”.

Lástima que Pablo Gómez se olvidara de los verdaderos protagonistas de esa lucha. Reforma hizo suyo el tema y publicó, como noticia principal, las investigaciones que hicimos Helena Hofbauer y yo sobre los 850 millones de dólares que se gastó Carlos Salinas de esa partida. También pesó que Alianza Cívica demandara jurídicamente al presidente Ernesto Zedillo, para que informara sobre la manera como había usado esa partida; Zedillo respondió dejándola en ceros.

Reconocer al otro es requisito indispensable para el consenso. El Presidente y los partidos se equivocan cuando regatean, niegan o excluyen a la sociedad organizada. Obstaculizan los entendimientos indispensables para enfrentar con más posibilidades de éxito la violencia criminal, la corrupción y el antimexicanismo de Donald Trump y sus seguidores. Crean una fisura absurda.

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