Monterrey o Macuspana
En México hay una clara dicotomía entre estados que crecen y se han integrado a una prosperidad norteamericana, mientras otros se parecen más a nuestros vecinos centroamericanos. ¿Hacia cuál realidad convergiremos?
El problema de México no es la falta de crecimiento. Hay estados que participan en cadenas de abasto globales (San Luis, Nuevo León, Aguascalientes, Querétaro) y otros incapaces de atraer inversión privada (Tabasco, Campeche, Oaxaca) por falta de infraestructura, por un ambiente hostil o por carecer de una población con habilidades mínimas para ser empleable. México no es atractivo por sus bajos salarios. Si eso fuera, Oaxaca sería Nuevo León. Lo atractivo es que tenemos buenos ingenieros y trabajadores que aprenden rápido, pero no en todas partes.
Este gobierno busca normalizar la pobreza y quiere normalizar la mediocridad. Si la brecha entre ricos y pobres se cierra empobreciendo al rico, estamos perdidos. Si la brecha regional se cierra quitándole competitividad al próspero, también lo estamos. En 100 días, el gobierno de López Obrador ha contribuido a que en unos años todo México sea Tabasco. El sur es el gran perdedor por la cancelación del Nuevo Aeropuerto. Por años, no habrá capacidad para conectar desde la capital a ciudades medias que se beneficiarían de una mayor frecuencia de vuelos. Además, perdimos la posibilidad de tener un hub estratégico de carga internacional, cuando las cadenas de valor globales se han acortado.
México pierde la oportunidad de competir con países asiáticos en medio de dos tendencias importantes, el reshoring, como se le llama a que regresen a Estados Unidos plantas de empresas estadounidenses en el extranjero, buscando que la producción reaccione más rápido a cambios en la demanda; y el near-shoring, que busca al menos producir geográficamente cerca de Estados Unidos, donde México es un destino atractivo.
Se ha promovido una relación sindical más contenciosa, bajo la errada hipótesis de que las amenazas de huelga estimulan aumentos de sueldos. Como acertadamente comentó Carlos Elizondo (“La lucha de clases hoy”, Excélsior, marzo 7), Morena pretende construir un nuevo movimiento obrero sobre una legislación laboral que no permite competir en un contexto global. Los paros en Matamoros son, además de ilegales, devastadores. Para industrias como la de autopartes (altamente sensible a entregas a tiempo), que exporta 90 mil millones de dólares al año, nuestra estabilidad laboral era crucial. En México se producen partes que se integran puntualmente a largas cadenas de valor mutinacionales. Un paro provoca que toda la cadena se detenga, imposibilitando la entrega a tiempo de un automóvil terminado.
Los paros provocarán desinversión y cierre de plantas. Miles de trabajadores quedarán desempleados y se incorporarán a la economía informal, en el mejor de los casos; migrarán, o se emplearán con el crimen organizado, en el peor. La brecha entre norte y sur se cerrará restándole competitividad al norte, empobreciéndolo.
México no se desarrollará porque el gobierno incremente gasto social. Lo hará cuando genere las condiciones para que la inversión privada nacional y extranjera prosperen, y para que los jóvenes aprendan a emprender. Como dijera Margaret Thatcher, el problema con el socialismo es que al gobierno eventualmente se le acaba el dinero de los demás. Lo subrayo. Este gobierno, como cualquier otro, sólo “invierte” lo que antes le quitó a individuos o empresas en forma de impuestos. Si además gastan mal, en refinerías por capricho o en trenes absurdos, el daño es doble.