Urge educación privada
El gobierno decidió darles a las familias el dinero que gastaban en estancias infantiles, con el criterio de que pueden decidir mejor qué les funciona en cada caso. Hagamos lo mismo con el sistema educativo. El razonamiento de las estancias avala el desarrollo de un buen sistema de vouchers en el que las familias decidan si con éstos cubren el costo de escuelas públicas tradicionales, o mejor lo hacen en escuelas privadas.
El sistema educativo más exitoso en América Latina es el de Chile. Éste depende totalmente de un sistema de vouchers bien manejado. En los últimos diez años, se ha duplicado el porcentaje del ingreso disponible que las familias de China y la India gastan en educación. Vietnam, que ha logrado un ascenso meteórico en los resultados de la prueba PISA, cuenta con el sistema de educación privada que más rápido crece.
La revolución tecnológica que vivimos provee a escuelas privadas, especializadas en educar a la población de más bajos recursos, herramientas extraordinariamente eficientes y baratas (a partir del análisis masivo de datos que perfecciona el diseño de materiales y el uso de lenguaje óptimo para introducir conceptos) para lograr resultados sobresalientes. De hecho, varias provincias chinas y regiones en la India optaron por subcontratar a empresas privadas, sacando al Estado de la función de educación pública, al ver que éstas ofrecían en África educación por la mitad del costo que los Estados invertían, logrando resultados hasta cuatro veces mejores en pruebas estandarizadas.
La cancelación de la “mal-llamada-Reforma-Educativa” es probablemente la medida que, de un plumazo, más afectará al futuro de México. Ésta estuvo lejos de ser suficiente o perfecta, pero al menos daba algunos pasos en la dirección correcta. Por primera vez, vimos a maestros de la CNTE en Oaxaca oponerse a abandonar el salón de clase para ir a plantones, sabiendo que el futuro de sus carreras dependería de su desempeño, y no de la voluntad del líder. Al devolverles el control a los líderes, ahora sufren represalias. Tomará generaciones para que se animen nuevamente a enfrentarlos.
Hemos condenado a generaciones enteras de niños oaxaqueños, guerrerenses y de otros estados a una paupérrima educación donde seguirán alimentando migración a Estados Unidos, a la economía informal, dependerán crecientemente de recursos estatales (con su subsecuente sumisión política), y transitarán una vida de subsistencia. Ha quedado muy atrás el sistema de educación pública en el que miles de mexicanos obtenían herramientas suficientemente sólidas para destacar en empresas privadas, en las artes o en la política. ¿Cuántos de quienes defienden a capa y espada los intereses de la CNTE tendrían a sus hijos en una escuela con maestros de ésta? Si Benito Juárez hubiera crecido en Oaxaca hoy, hubiera padecido escuelas con maestros ausentes para quizá después volverse un agricultor dependiente de precios de garantía.
Estamos inmersos en la “economía del conocimiento”. Como dijera Thomas Friedman, el columnista del New York Times, el desarrollo de los países dependerá más de su acceso al flujo de nuevo conocimiento que del acervo acumulado de éste. Esa es buena noticia para México, pues nuestro acervo de ciencia o tecnología es muy pobre. Pero para que nuestros niños y jóvenes se beneficien de ese flujo y del conocimiento científico que avanza al ritmo exponencial de la revolución tecnológica, necesitamos que tengan herramientas básicas de matemáticas, comprensión al leer y capacidad de razonamiento crítico. Nuestro sistema de educación pública está a años luz de ofrecerlo.
Necesitamos apuntalar el magro progreso que la Revolución Educativa permitió, y nos urge enfrentar el colosal reto. Con nuestro perfil demográfico, si no nos apuramos en educar a nuestros jóvenes, en un par de décadas serán ancianos funcionalmente analfabetas, pobres y dependientes.
Ha llegado el momento de sumar recursos privados al esfuerzo público. No hay alternativa.