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Editorial

Pobreza del campo

En la mañanera de ayer la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum afirmó: “La mejor manera de recordar a Zapata es el apoyo que se está dando al campo en la Ciudad de México, además de todos los apoyos que está dando el gobierno de México.” ¡Qué paradoja! Celebramos a Emiliano Zapata dando caridad a los campesinos empobrecidos.

         A Zapata se le atribuye el renacimiento del ejido, esa forma colectiva de tenencia de la tierra que el gobierno colonial otorgaba a las comunidades indígenas. El ejido tenía sus orígenes en España, donde el término se refería a ciertos pastizales y bosques para uso de la colectividad en las afueras de los pueblos, pero también en formas de tenencia colectiva de la tierra en la Mesoamérica prehispánica.

Por el impulso de Zapata se restablecieron las tierras comunales y los ejidos abolidos por la Ley de Desamortización de 1856. Primero con la Ley Agraria de 1915 y después con la Constitución de 1917 se rechazaron las reformas liberales y México regresó a esas viejas formas de tenencia.

         Hoy el país es muy distinto, sobre todo en las ciudades. Si solo consideráramos las zonas urbanas, México sería un país sorprendentemente rico. El campo concentra la pobreza: “Aunque solo una cuarta parte de la población mexicana vive en zonas rurales, en estas regiones reside el 60.7 por ciento de la población en pobreza extrema y el 46.1 por ciento de los moderadamente pobres en el país” (“La pobreza rural en México”, Banco Mundial, 2004).

         Esto se lo debemos en buena medida al ejido y a las tierras comunales indígenas cuya productividad es muy inferior a las propiedades privadas. Las restricciones a su venta y a las inversiones productivas en su interior han sido obstáculos enormes para su prosperidad. Quienquiera que haya tratado de realizar una inversión productiva en una tierra ejidal sabe el costo enorme que esto puede tener. Algunas veces es necesario comprar o alquilar el mismo predio cinco o 10 veces a distintos ejidatarios. La falta de derecho claros de propiedad ha mantenido a los ejidos y tierras comunales sin inversión y en la pobreza, mientras que el resto de la economía ha avanzado, a ritmo desigual, pero ha avanzado.

         No debe culparse completamente a Zapata. Él exigía la restitución de las tierras de los pueblos, pero no proponía una “organización y explotación colectiva de los ejidos y comunidades”, como señala la actual versión del artículo 27 de la Constitución. Tampoco se pronunció por la prohibición de vender o alquilar tierras. Estas fueron ideas de los políticos e ideólogos que se adueñaron del legado zapatista. El propio Zapata era un agricultor próspero, un pequeño propietario, que simplemente quería echar para atrás el hurto de las tierras de su pueblo.

         Hoy se utiliza la figura de Zapata para defender lo indefendible: esas formas colectivas de tenencia de la tierra que son el origen de la pobreza de la mayor parte del campo. Es muy doloroso que los políticos nos digan que recuerdan a Zapata dando ayuda a los campesinos empobrecidos. Mejor sería adoptar los derechos de propiedad que a él le permitieron convertirse en un agricultor que, con honrado trabajo, ganaba lo suficiente para mantener desahogadamente a su familia.

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