AMLO, un deslinde necesario
A más de un año de haber acogido en las filas del partido Morena al dirigente minero, Napoleón Gómez Urrutia, el presidente Andrés Manuel López Obrador, clarificó la decisión de convertirlo en senador por lista.
Lo expuso en la conferencia de prensa, coloquialmente llamada “la mañanera”, del 7 de mayo, al declarar su desacuerdo con que estuviera exiliado a consecuencia de una persecución político-empresarial, tanto como para asimilar los costos políticos que, en su alocución, expuso al recordar que lo criticaron por esa inclusión.
Aunque el pasado 24 de abril Gómez Urrutia fue recibido en Palacio Nacional, al calor de las negociaciones por la reforma laboral, no hubo espaldarazo absoluto, pues el mensaje del 7 de mayo fue un deslinde contundente del mandatario hacia un personaje por el que sólo ha expresado solidaridad ante la persecución política, pero nunca respaldo político incondicional.
Una primera señal fue dada el 1 de mayo, cuando al acto de “reconciliación” en Palacio Nacional, la representación obrera recayó en el dirigente de la CTM, Carlos Aceves del Olmo –el sindicalismo oficialista mimetizado y acomodaticio de siempre– por ahora líder del Congreso del Trabajo, así como en Francisco Hernández Juárez, dirigente de los telefonistas y de la Unión Nacional de Trabajadores. Napoleón fue uno más entre muchos.
Ese 1 de mayo, López Obrador anunció el acuerdo para reiniciar el rescate de cuerpos en la mina Pasta de Conchos, asunto en el que empresa y sindicato no fueron incluidos, naturalmente, por tener una responsabilidad directa en lo ocurrido el 19 de febrero de 2006.
Gómez Urrutia ha querido reivindicar la recuperación de cuerpos en Pasta de Conchos, e inclusive, agradeció al mandatario la decisión. Pero el asunto fue un acuerdo entre la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde y los deudos, de la Organización Familia de Pasta de Conchos, resultado de un encuentro celebrado en Barroterán, Coahuila el 30 de abril.
Y eso fue lo que el 7 de mayo confirmó López Obrador, al decir que Grupo México, la empresa propietaria de la mina siniestrada, y el sindicato minero de Gómez Urrutia, no participarían en la mesa ni el eventual procedimiento de recuperación de cuerpos, pero que sería bienvenida su información.
Ahí mismo, López Obrador separó un tema de otro, a contrapelo de lo que ha intentado construir discursivamente Gómez Urrutia: en el pleito del sindicato con el magnate Germán Larrea, llamó a ambos a la reconciliación para reactivar la actividad económica en zonas mineras paradas por el conflicto, como Taxco.
Justo cuando ese conflicto se ubica en el centro de la beligerancia de Gómez Urrutia, el llamado presidencial supone la claudicación de la afrenta por la que debió irse del país durante 12 años.
Y, fue peor cuando López Obrador terminó por poner las cosas en su lugar:
“Si hay denuncias en proceso que se les dé curso. No porque estemos llamando a la reconciliación vamos a detener procesos legales pendientes por responsabilidad de quienes han cometido algún delito. Es buscar la reconciliación sin obstruir el trabajo de las autoridades judiciales. Si hay denuncias adelante. No establecemos relaciones de complicidad con nadie”.
Ese deslinde presidencial, era necesario.