Confrontar o tomar posición
En los medios académicos y entre comentaristas de cuestiones internacionales hay preocupación sobre si, bajo el paraguas de la no intervención, México se dirige hacia una política exterior desconectada de los problemas que ocurren en el mundo, en particular en el hemisferio occidental. Al hacerlo, deja vacío el espacio desde el cual un gobierno de izquierda podría hacer contrapeso a las corrientes de extrema derecha que provienen del norte y del sur.
En el ámbito de las relaciones exteriores el panorama está lleno de nubarrones. Se anuncia la llegada de otra caravana procedente de Centroamérica; el asunto de Venezuela sigue dando motivo a conocidos opositores de AMLO para reiterar su supuesta amistad con el gobierno de ese país; los intentos de levantar entusiasmo hacia Pemex entre inversionistas extranjeros parecen haber fracasado.
Sin embargo, los problemas más difíciles están con los vecinos del norte y las veleidades de su presidente. El cierre parcial del gobierno decidido por Donald Trump, el más largo de que se tenga memoria, afecta directamente a 800 mil trabajadores del gobierno. Los costos económicos de tan disparatada decisión son enormes. Lo importante para nuestro país es el grado en que, al centro del huracán que sacude la vida política en Estados Unidos, se encuentra México. En efecto, el motivo para el cierre del gobierno es la disputa con los demócratas, ahora con mayoría en la Cámara de Representantes, quienes se niegan a aprobar el presupuesto de 5 billones de dólares solicitado por Trump para construir el muro que detenga a migrantes y drogas procedentes de México.
AMLO no comparte ese punto de vista. En respuesta a un reportero de la cadena ABC, en una de sus conferencias matutinas, señaló que México no haría comentarios sobre declaraciones que responden a disputas políticas internas de Estados Unidos; por el contrario –dijo–, su gobierno apuesta por el diálogo y el entendimiento. Tales declaraciones, sumadas a su tendencia a minimizar la importancia de los temas internacionales en su comportamiento político, son las que llevan a preguntarse: ¿Qué consecuencias tiene que un país tan importante como México en América Latina se mantenga distante de los problemas que provienen de Estados Unidos o de situaciones que tienen lugar hacia el sur del hemisferio occidental?
Responder a la pregunta anterior obliga a referirse a una de las debilidades notorias de la política del nuevo gobierno: la manera tan errática de comunicar las acciones que se llevan a cabo y, en general, las posiciones que se adoptan, por ejemplo, en materia de política exterior. No se distingue entre el diálogo espontáneo sobre actividades del gobierno que tiene lugar en las conocidas conferencias matutinas que ofrece López Obrador y la información cuidadosa, provenientes de expertos en las diversas áreas del gobierno. Esta última requiere de un uso cuidadoso de los datos, el lenguaje y la manera en que se transmite.
La Cuarta Transformación no puede ver con indiferencia y descuido lo que ocurre en el mundo. La política exterior es un elemento central para dar legitimidad a los propósitos de un gobierno de izquierda. Por ello estamos esperando algo más. Un documento sustantivo de la Cancillería encabezada por Marcelo Ebrard que dé forma a la estrategia de las relaciones exteriores de México en momentos de importantes cambios internos y externos. Hasta ahora, ni las ideas centrales ni la implementación de las mismas han sido dadas a conocer.