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Editorial…

AMLO conservador

“Yo vengo de un movimiento liberal”, dijo el 19 de febrero el presidente Andrés Manuel López Obrador. A sus críticos los descalifica habitualmente como “conservadores” o “neoliberales”, sin hacer distinción entre los términos. Este 21 de marzo estará en Guelatao, Oaxaca, para celebrar el natalicio de Benito Juárez, el liberal icónico de nuestra historia.

López Obrador, sin embargo, no parece entender el liberalismo. Muchas de sus posiciones son abiertamente conservadoras. No debería haber vergüenza en ello, si las posiciones son honestas, pero el régimen busca aparentar un ascendiente liberal del que carece.

El término “liberal” proviene de “libertad”. El liberalismo es la “doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos” (Diccionario, Real Academia Española). López Obrador puede ser progresista, socialdemócrata o socialista por su insistencia en elevar la intervención del Estado en la economía, puede ser nacionalista o proteccionista, como Donald Trump por su afán de construir una economía autosuficiente o puede ser conservador por sus ideas morales y religiosas, pero no tiene nada de liberal. “Lo que López Obrador entiende por juarismo”, según Rafael Rojas, “es más nacionalismo o republicanismo que liberalismo.”

Los liberales del siglo XIX defendían las mismas posiciones que los del siglo XXI. Querían una menor intervención del Estado en la economía, mientras los conservadores buscaban un mayor control. Proponían una mayor competencia económica, cuando los conservadores defendían los monopolios de la corona o del gobierno, predecesores de Pemex y la CFE.

Para los liberales mexicanos del siglo XIX, como para los de hoy, el libre comercio interno y externo era indispensable para construir una sociedad más próspera. El sistema capitalista de Estados Unidos era para ellos el mejor modelo para que México escapara de la pobreza; los conservadores, en cambio, admiraban la Europa monárquica de gobiernos fuertes.

Los liberales se oponían la propiedad colectiva de la tierra. La Ley Lerdo de 1856 desamortizó -privatizó– los bienes de manos muertas, tanto de la Iglesia como de las comunidades indígenas, predecesores del ejido. Para los liberales solo la propiedad privada en un mercado libre podía generar prosperidad. Cuando algunas comunidades indígenas se negaron a la desamortización de sus tierras, Juárez envió tropas para tomar posesión de ellas.

Si la Ley Lerdo eliminó las tierras comunales indígenas, la Ley Juárez de 1855 decretó la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. La disposición eliminó los fueros militares y clericales, pero también la tutela especial que recibían los indígenas desde la época colonial. Para Juárez era indispensable que los indígenas tuvieran todos los derechos y obligaciones de un ciudadano para competir y prosperar. Los tratos especiales que hoy tienen los indígenas, para la realización de consultas, por ejemplo, serían considerados conservadores por Juárez. Hoy podemos también señalarlos como racistas.

Es loable que un presidente conservador como López Obrador recuerde hoy a un liberal como Juárez. Pero no celebremos nada más el liberalismo en abstracto. Defendamos las ideas liberales.

“La honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley ha señalado” no se lograba con sueldos bajos. Juárez ganaba como presidente tres mil pesos de aquel tiempo. Con la sexta parte de su sueldo mensual, 500 pesos, pudo comprar una carroza descapotable con un tronco de mulas (José Manuel Villalpando). Ningún presidente reciente podría haber adquirido un auto con la sexta parte de su ingreso mensual.

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