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Editorial

Empático

La tragedia ha vuelto a tocar a México. La misma que lo toca todos los días y que destruye la vida de familias enteras. El fin de semana pasado Minatitlán y Comalcalco se sumaron a la lista de nombres del dolor, la muerte y la desolación que inició en México en 2006, con la llamada guerra contra el narco. Y ante la tragedia, el líder social que finalmente llegó a la Presidencia parece indiferente, a la defensiva, sin empatía.

Los más acérrimos críticos de López Obrador hoy recuerdan al líder social que criticó a Felipe Calderón por haberle dado “un golpe al avispero a lo menso” o al candidato presidencial que criticaba a Enrique Peña Nieto por superficial o por “no dejar la pantomima y atender las calamidades del país”. Y tienen razón. Se llama tener buena memoria. Hoy el Presidente parece repetir los errores de sus dos antecesores. Mimetizarse incluso.

López Obrador tiene toda la razón cuando señala -palabras más, palabras menos- que recibió una herencia, que había un gobierno que era facilitador de la corrupción. El Presidente no se equivoca. México tiene una fruta podrida en el tema de la inseguridad y arreglar este problema llevará años, incluso hasta generaciones. Sin embargo, el primer trimestre del año ya registra 8 mil 493 muertes violentas, que sumadas a las 2 mil 842 de diciembre pasado, acumulan 11 mil 335. El arranque del sexenio es de los más violentos ya en la historia de México y el Presidente no está reconociendo esto, por el contrario, se pone los guantes y a la defensiva minimiza cualquier señalamiento, cualquier cuestionamiento. Tiene otras cifras.

Sin embargo, hay notables diferencias con el pasado. Veracruz es hoy uno de los estados más violentos del país y lejos de ausentarse, el Presidente ha estado ahí ya en 4 ocasiones y regresará este viernes por quinta ocasión e irá precisamente a Minatitlán. En contraste, Felipe Calderón estaba en Japón cuando 18 estudiantes fueron masacrados en Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez, en enero del 2010. El entonces Presidente no acortó su viaje y aún más: dijo que los asesinados eran integrantes de pandillas, revictimizando y lanzando hipótesis falsas desde el púlpito presidencial. Calderón enfrentó varias tragedias similares y nunca estuvo a la altura. Por su lado, Enrique Peña Nieto minimizó la desaparición de los 43 estudiantes en Iguala, primero encargando el caso a las autoridades estatales y después ofreciendo una mentira histórica, que terminó por dilapidar la legitimidad de su mandato.

López Obrador se ve molesto, poco empático. El problema principal de los poco más de 4 meses de su Presidencia es una estrategia de comunicación basada en “La comunicación soy yo”. El Presidente comunica todos los días, usa datos de memoria, a veces bien, mayoritariamente mal. No parece dejarse asesorar, no utiliza a su gabinete como muro de contención. AMLO explica, detalla, pontifica, da clases, se enoja, señala, acusa y se defiende todos los días. El modelo de comunicación lo está haciendo caer en una cadena de errores que inevitablemente irá afectando su altísima popularidad.

A muchos de quienes votamos por él nos hubiera gustado escuchar a un Presidente más empático con las familias de Minatitlán, darles el pésame, en lugar de señalar con enojo lo que ya es obvio para quienes vivimos en México. Que el país está hecho un tiradero, que la corrupción y la impunidad de los sexenios de Calderón y Peña dejaron un peor país del que recibieron. Muchos de los que votamos por AMLO no necesitamos esos recordatorios, tampoco promesas imposibles de que en seis meses se revertirán las cosas. Necesitamos que el Presidente esté a la altura, que regrese el líder social empático, que sea el Presidente que politice y polemice, pero al mismo tiempo el que una al país y que entienda que ya no tiene necesidad de defender su proyecto, éste ganó hace casi 10 meses.

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