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Editorial…

AMLO, ¿reconstructor?

López Obrador está obsesionado con pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de México. Su obsesión es tal que en su narrativa vivimos la “Cuarta Transformación”, un periodo de la historia comparable a la Independencia, la Reforma y la Revolución, un Presidente que llegó a destruir un viejo régimen y a reconstruir la Nación y hacia allá se encamina, aunque fácilmente podría perder el rumbo.

En los sistemas presidenciales, como el mexicano o el estadounidense, los presidentes son los agentes de cambio más importantes dentro del sistema político. Evidentemente hay muchos otros, tales como guerras, cambios demográficos, movimientos sociales, grupos de interés, el Congreso, las cortes, etcétera. Sin embargo, los presidentes son una fuente persistente de transformación. Por esto, el politólogo Stephen Skowronek propone estudiar las políticas que impulsan los presidentes para clasificarlos dentro de 4 tipos de liderazgos: el de la política de la articulación, la política de la reconstrucción, la de la disyunción y la política de la anticipación.

El “político de la reconstrucción” es aquel que tiene la oportunidad de repudiar una era pasada y de transformar una nueva y la tiene gracias a una legitimidad ganada en las urnas. Es decir, los presidentes que caen en esta categoría conjuntan el binomio de poder y autoridad, mismos que le permiten sacudir un sistema o alterar el orden de las cosas como nunca. En esta categoría entra López Obrador, como el de un Presidente que reniega del pasado inmediato, que tiene detrás más de 30 millones de votos y una diferencia de 30 puntos con respecto a su rival más cercano, es decir, su Presidencia inicia con poder y con autoridad.

Un Presidente así tiene la enorme oportunidad de transformar al país. Sin embargo, Vicente Fox también empezó como un Presidente de la reconstrucción, pero dejó pasar la oportunidad de su triunfo y convirtió su estilo de reconstrucción a uno de preservación del statu quo. Fox no transformó, terminó reafirmando el orden previo al inmiscuirse en la contienda, al traicionar el ideal que lo llevó a sacar al PRI de Los Pinos. Su estilo de liderazgo y su Presidencia fracasaron.

La revocación de mandato, la Guardia Nacional, una nueva relación entre Estado y sociedad civil, el abandono de los símbolos del poder del presidencialismo mexicano, la comunicación diaria, la politización del debate público y las consultas ciudadanas marcan el arranque del sexenio, para bien y para mal. De un lado, los críticos de siempre del lopezobradorismo anuncian regresiones, la erosión de la democracia y vaticinan los más pesimistas escenarios para el país, mientras que del lado contrario, los más fervientes simpatizantes aplauden todo, cambian sus propias posturas para ajustarlas a la realidad. Y en medio de ambos polos, quienes aún creemos que es demasiado pronto para evaluar lo que está ocurriendo.

Desde el pasado 2 de julio Peña Nieto empezó a desempeñar un nuevo papel: el de la irrelevancia después de 6 años de su performance como Presidente. AMLO empezó a trazar el rumbo de su Presidencia de reconstrucción y aceleró el ritmo a partir de que asumió el poder el 1o. de diciembre. A la fecha hay varios errores, pero hay aciertos que si se profundizan dejarían el legado de una Presidencia transformadora.

Una buena ley de consultas populares, la revocación de mandato, la comunicación diaria como una obligación del Presidente en turno y no como una cuestión de voluntad, el derrumbe de los simbolismos del poder presidencial y la politización de un sector de la sociedad que antes no solía estarlo son parte de la construcción de una democracia participativa y si en esto profundiza bien el sexenio, AMLO sí habrá dejado una Presidencia de la reconstrucción. 100 días son insuficientes, pero sí marcan un inicio.

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