Protejamos la Tierra, el planeta azul
La alta mar forma un vasto patrimonio mundial que cubre el 61 por ciento del área del océano y el 73 por ciento de su volumen. Abarca un sorprendente 43 por ciento de la superficie de la Tierra y ocupa el 70 por ciento de su espacio vital, incluyendo tierra y mar. Estas aguas internacionales albergan una impresionante riqueza de vida marina y de ecosistemas, y, en virtud de su enorme extensión, son esenciales para el funcionamiento saludable del planeta. La vida marina que habita este mundo es el motor de la bomba biológica del océano: captura el carbono en la superficie y lo almacena a gran profundidad. Sin este servicio esencial, nuestra atmósfera contendría un 50 por ciento más de dióxido de carbono y la temperatura del planeta sería tan alta que se volvería inhabitable.
Lamentablemente, a pesar de su importancia para nuestra supervivencia, al estar fuera de las fronteras de nuestro mundo terrestre estas áreas están fuera de la jurisdicción nacional. En tierra, se han trazado la mayoría de las fronteras y los actos de las personas y las naciones han sido regulados por ley. Pero más allá del alcance del control nacional, la última frontera del mundo (la alta mar y las profundidades del océano) sigue siendo un lugar donde unas leyes débiles y una mala gobernanza han permitido que el saqueo continúe casi sin control.
Actualmente unas cuantas naciones ricas explotan la vida marina con fines de lucro bajo la libertad otorgada por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Sin embargo, esa misma convención conlleva deberes que se han ignorado en gran medida, como conservar los recursos marinos vivos y proteger y preservar el medio ambiente, incluidos los ecosistemas y hábitats raros o frágiles.
La vida marina en alta mar y en las profundidades oceánicas ha sufrido como consecuencia de la negligencia de la administración unida a la oportunidad y a la codicia.
Muchas de las especies más icónicas -como los albatros, las tortugas o los tiburones- han sufrido dramáticas disminuciones en sus poblaciones en el espacio de unas pocas décadas. Hábitats como los arrecifes de coral de aguas frías o los campos de esponjas, en ocasiones de siglos de antigüedad, han sido destruidos por los equipos de pesca pesados que se arrastran a lo largo de los fondos marinos. Incluso han disminuido poblaciones de especies que deberían haber estado bajo una administración estricta, lo que destaca el fracaso de las organizaciones encargadas de supervisar su explotación para cumplir incluso con este mandato limitado.
Por ejemplo, la población de atún rojo del Pacífico se ha desplomado a menos del 3 por ciento de su abundancia histórica según señala un reporte de la comunidad científica que -con base a esta realidad- recomienda proteger al menos el 30 por ciento de nuestros océanos para antes del 2030.
El valor de las reservas marinas totalmente protegidas (los santuarios marinos) como herramienta clave para proteger hábitats y especies, reconstruir la biodiversidad oceánica, ayudar a los ecosistemas oceánicos a recuperarse y mantener los servicios ecosistémicos vitales, se reconoce ampliamente y se refleja explícitamente en el Objetivo de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas número 14 y en la Meta de Aichi número 11 del Plan Estratégico para la Diversidad Biológica de la CDB 2011 – 2020.
Estamos a tiempo, lo necesitamos, porque sin la mar, sin su equilibrio, sin sus servicios, la Tierra no podría existir y nosotros como humanidad, tampoco.