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EDITORIAL

El decálogo presidencial

Estamos ingresando a la tercera semana de lo que las autoridades sanitarias denominan la “nueva normalidad”. Y lo que ha ocurrido en los 14 días previos no ofrece ningún motivo para el optimismo, sino al contrario.

Y es que en las primeras dos semanas de reactivación de la economía lo que hemos visto, día tras día, es el incremento en el número de contagios y la acumulación de víctimas fatales por efecto del coronavirus.

Durante los últimos 14 días se ha informado de la muerte de 7 mil 211 personas, lo cual implica el registro de 515 decesos diariamente, o 21 cada hora. Se trata de una cifra que nos mantiene en el deshonroso séptimo sitio como el país con más víctimas por COVID-19 en el mundo.

Pese a esta desalentadora realidad, el presidente Andrés Manuel López Obrador nos ofreció el fin de semana anterior un “decálogo” para salir de la crisis de la pandemia, a través de sus ya tradicionales videos de fin de semana grabados en Palacio Nacional.

El “decálogo”, una colección de recomendaciones nutriológicas, psicológicas y hasta teológicas, plantea la existencia de una ruta para evitar el contagio y las posibles consecuencias de este, como si se tratara de un asunto de superstición y no de un tema sanitario.

Una de las “recomendaciones” que más llama la atención es la de “no angustiarnos” y evitar el estrés, porque “el buen estado de ánimo ayuda a enfrentar mucho mejor las adversidades”. Y llama la atención porque claramente se trata de una recomendación formulada de espaldas a los hechos.

Es muy sencillo recomendarle a la población no angustiarse y actuar con serenidad cuando se vive en Palacio Nacional, es decir, cuando no se tiene la necesidad de ocupar ni un solo segundo del día en obtener los recursos para comer y sobrevivir.

Parece evidente que al formular este principio de su “decálogo”, el Presidente olvida -o ignora convenientemente- que hay millones de personas que se quedaron sin ingresos desde el mes de abril y que no tienen expectativa alguna de recuperarlos porque el puesto de trabajo que ocupaban ya no existe.

Igualmente evidente parece que se ignora la realidad de las miles de familias que viven a merced de la criminalidad, que no ha disminuido ni siquiera por efecto de la pandemia y que, al contrario, registró un nuevo récord histórico de homicidios violentos hace unos días.

En un contexto como este resulta muy difícil mantener la tranquilidad y no angustiarse, ya no digamos por el futuro, sino por el presente que no ofrece elementos para ser optimistas a millones de mexicanos.

Por lo demás, el conjunto de recomendaciones del Presidente pareciera convocarnos a construir una república monástica habitada por individuos para quienes la frugalidad y el sufrimiento sea la norma y nadie piense en el progreso como un objetivo de carácter material, sino solamente espiritual.

En ese sentido, no queda claro si se trata de un mensaje para darnos aliento e infundirnos ánimo, o si la intención es prepararnos para el futuro que nos depara, un futuro caracterizado por la igualdad en la precariedad.

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