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EDITORIAL

La hora de la verdad

Las crisis nos permiten identificar las fallas estructurales dentro de los distintos sistemas. Para el periodismo mexicano esta es la hora de la verdad. Durante la pandemia se pone en evidencia la “esencialidad” de la profesión por la importancia que supone una sociedad informada y capaz de tomar decisiones sobre su salud y su vida; también las fallas históricas que han hecho que el periodismo se desvincule con la sociedad por una relación perversa con el poder y la falta de apego a la verdad.

En México, la prensa ha cargado con estigmas históricos. Durante el movimiento cívico estudiantil de 1968 la consigna fue “prensa vendida”. Luego, tras la masacre de estudiantes en la Plaza de las tres culturas en Tlatelelolco y su consecuente negación mediática, el lema se arraigó en la población. Con el paso de los años, en el sexenio de Enrique Peña Nieto, la proliferación de un periodismo independiente en diversas partes del país, llenó de aire los pulmones de la sociedad y empezó a tejer nuevos vínculos de confianza que dieron lugar, incluso, a la defensa de periodistas. Fue gracias al periodismo que pudimos observar los primeros dejos de verdad y justicia en el país como lo fue en el caso de Javier Valdez en Sinaloa que contó la tragedia de las desapariciones y de las secuelas del narco en el país.

Sin embargo, la violencia económica que se ejerció desde el gobierno hacia algunos medios de comunicación y que, además, deriva en una relación de amor/odio del “no te pago para que me pegues”, sigue permeando en sus líneas editoriales y por lo tanto en la información que recibe la gente.

La conflictividad, el miedo, la intensidad de la noticia y el pánico son una prueba para ver si el periodismo mexicano y los medios de comunicación están a la altura de las circunstancias. En los últimos días, hemos visto cómo las fallas estructurales del sistema de medios son más identificables que nunca.

La precariedad a la que se enfrenta el periodismo; la desigualdad entre las reporterías que no cuentan con seguro social y los dueños de los medios que hoy se podrían ver beneficiados por la condonación de los “tiempos fiscales del Ejecutivo”; la perversidad de la relación económica entre medios, periodistas y gobiernos que se traducen en “golpes mediáticos” de aquellos que buscan publicidad oficial y; la falta de códigos de ética y del reconocimiento del derecho de réplica y corrección, son solamente algunos de los problemas no resueltos que explican los sesgos informativos que leemos y escuchamos en este momento.

Es ahora cuando podemos leer y escuchar a aquellos que buscan aprovechar la crisis para sacar una ventaja política o económica como oposición generando pánico y desinformando a la población o aquellos que por congraciarse con el gobierno en turno comentan sus acciones como si fueran las de Corea del Sur.

Hoy más que nunca necesitamos un periodismo ético, que ceda al interés personal y al interés económico, que reconozca su función social. Requerimos un periodismo que haga las preguntas correctas a funcionarios públicos y sirva de intérprete de esas políticas nacionales que impactarán en lo local, en la vida de las comunidades, principalmente las más vulnerables (indígenas, migrantes, niñez, población penitenciaria). Un periodismo que funja como el mediador entre los informes oficiales y la sociedad.

El periodismo tiene que mediar entre el pánico y la intensidad de la noticia. Es cierto, hay temor por lo desconocido, por lo que viene que parece ser terrible. Por esto, este es el momento en el que sociedad mexicana reconoce la “esencialidad” de la prensa o reafirma sus estigmas.

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