EDITORIAL

La ansiedad del presidente

La sociedad de consumo encontró desde hace lustros su fuente principal de expansión en la capacidad de masificar la tecnología digital, que nos acorta la distancia y pretende capturar el tiempo a través del vértigo de la velocidad. Ciertamente somos una sociedad hipnotizada, y hoy día atemorizada sin capacidad de respirar, contagiada de una ansiedad con un poder disruptivo personal y colectivo similar al de las guerras.

Cada minuto alimentamos esta atmósfera, de fobias, miedos, y desesperación; egos nuestros que exigen un mínimo de atención. Esta densa carga se apropia de la cotidianidad y encuentra su complemento en una epidemia emotiva que busca un anclaje al ser, en su desnudez y naufragio.

El coronavirus vino a evidenciar nuestra alienación tecnológica y la naturaleza de la guerra hoy en día, cuyo campo de expansión es la mente, donde se disputa el destino de los cuerpos; es la bifurcación cultural que impacta en nuestros quehaceres y exacerba nuestras conductas prácticamente en todos los órdenes.

La cuarentena ya estaba preparada en la cotidianidad, al igual que sus jerarquías sociales y laborales, el uso de nuestros medios de comunicación (que incluso, son en muchos casos micro medios de producción), dinamizaron un sistema con sus propios códigos que no requiere el contacto físico directo.

La actual pandemia tiene estos dos niveles, el virtual y el físico, y ambos se cruzan y entremezclan. En el físico habita la política que ordena (o pretende hacerlo) la vida social y ahí es donde el país encuentra su mayor debilidad ante un sistema político al borde del colapso, que la emergencia sanitaria vino a exhibir con crudeza.

El marasmo cibernético se alimenta de la emotividad, de las fobias y filias de cada uno; las trincheras del Twitter se refuerzan y las batallas ideológicas y económicas se degradan en insultos. El imaginario está en llamas, puros y pecadores por igual se revuelcan cada minuto; la victoria no es de nadie, la derrota de todos y la descomposición se expande.

Mientras el andamiaje del poder cruje porque ya no corresponde a estos tiempos, y no hemos logrado un acuerdo mínimo para procesar los cambios que se requieren, en su lugar la fractura social y regional de México se ahonda.

El detente del Presidente debe aplicarse a la dinámica política donde él juega un papel relevante y está obligado a asumir su responsabilidad reformulando su quehacer, sin necesariamente renunciar al meollo de su actuar político: el disminuir la desigualdad. Ya lo han dicho diversas voces, una y otra vez: escuche, escuche, escuche; y no son las voces de sus adversarios.

Sus benditas redes sociales deben transformarse en un potencial para el ejercicio de Gobierno, distanciándose del campo ideológico minado por el fanatismo desde donde suelen operar. Utilizar la tecnología de la información para ejecutar políticas públicas en consonancia con la urgencia que atañe a toda la sociedad.

Si el estilo de Gobierno se entrampa en la provocación, lo que se avecina para México será una desgracia mayor.

Sin duda lo que enfrentamos en estos días es la última llamada; son y serán los ciudadanos los que decidan el rumbo, todo apunta a reconocer que la tormenta ya llegó, esperemos que seamos capaces de caminar juntos todavía.

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