EDITORIAL

Lo que viene

The Economist, el célebre semanario inglés, publicó este viernes un editorial escalofriante: “El planeta Tierra se está cerrando. En la lucha por controlar a covid-19, un país tras otro exige a sus ciudadanos que den la espalda a la sociedad. A medida que las economías se derrumban, los gobiernos desesperados están tratando de animar a las empresas y los consumidores entregando billones de dólares en ayuda y garantías de préstamos. Nadie puede estar seguro de qué tan bien funcionarán estos rescates. Pero hay algo peor. Detener la pandemia podría requerir las duras terapias de shock cuantas veces sea necesario. Y, sin embargo, ahora también está claro que tal estrategia condenaría a la economía mundial a un daño grave, tal vez intolerable. Algunas opciones muy difíciles están por venir”.

Las autoridades europeas se han comprometido a sostener la mayor parte del sueldo de los trabajadores durante el confinamiento y apoyar fiscal y financieramente a las empresas para evitar su desplome ahora y después del estado de shock.

Las finanzas públicas de México no solo no tienen la fortaleza necesaria, tampoco podrían hacerlo aunque quisieran: más de la mitad de los trabajadores mexicanos laboran en el sector informal, sin prestaciones, seguridad social o respaldo de alguna especie. Es decir, viven al día. Algunos ya lo han dicho, “prefiero correr el riesgo de una gripe que quedarme sin comer durante varias semanas”.

El viernes un grupo de vendedores ambulantes en Acapulco paralizó una avenida en protesta por el cierre de restaurantes en la zona porque eso representa una amenaza contra su modo de vida.

Para el ciudadano europeo un confinamiento financiado por el Estado, así sea forzado, es un trueque aceptable, un incordio comprensible a cambio de mantener la salud. Para la mitad de la población mexicana, equivale a un salto al vacío, una exigencia inadmisible. No se quedarán cruzados de brazos. Un país en el que la mera incertidumbre provoca acaparamiento y compras de pánico de papel de baño hace temer por la caja de Pandora que abriría un apagón indiscriminado y un llamado al “sálvese como pueda”.

El confinamiento obligado a un precio tan alto solo tiene sentido si las autoridades están en condiciones de hacerlo cumplir. En Francia existe en la práctica un estado de sitio. Para salir a la calle, incluso para ir de compras al mini súper del barrio, todo ciudadano requiere un permiso que debe descargar por online y firmar, introducir la fecha, edad y motivo de su traslado (y solo sirve para una vez). La policía impone multas punitivas que incluso pueden llevar a la cárcel a un infractor. ¿Están las autoridades mexicanas en condiciones de ordenar a sus ciudadanos un confinamiento que serán incapaces de hacer cumplir?

Es entendible la impaciencia de los que ven pasar los días sin que el Gobierno imite las medidas tomadas en Europa. Está claro que, como dice The Economist, tendremos que elegir entre dos males (combatir la pandemia de manera radical o el riesgo de una bancarrota económica de alcances impredecibles). Pero hay un escenario aún más penoso: quedarnos a medias. Lo peor de los dos mundos sería auto inducir el coma a la actividad productiva como se ha hecho en Italia o Francia y de todos modos padecer la pandemia porque gran parte de la población siguió contaminándose.

Necesitamos hacer algo, pero sobre todo necesitamos hacerlo bien porque equivocarse puede resultar trágico. Podríamos perder más vidas por una mala decisión que por la pandemia misma. Lo que hagamos tendrá que ser asumido pensando en la salud, en el sentido más amplio, de todos los mexicanos.

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