Dos fuentes de agitación
El discurso populista del Presidente López Obrador apela a dos casi inagotables fuentes de inspiración que han mostrado consistentes impactos en la población. Me refiero a la lucha contra la corrupción y al nacionalismo mexicano. Explico en breve.
Sobre lo primero, ha sido constante este tema en la política nacional e internacional. Combatir la corrupción es tarea de largo plazo y de inmediato el amplio público necesita algunos resultados. La exhibición ha comenzado. El caso de Emilio Lozoya Austin (exdirector de PEMEX) es la primera gran pócima de alivio. Tiene López Obrador a su alcance una buena lista de personajes para irlos incorporando al elenco de iniciados en investigaciones y eventualmente juicios penales en su contra. Aquí el escenario nacional vivirá muchos momentos que distraerán la atención y harán sentir que la justicia está llegando. En un pequeño libro, El Verdadero Creyente, sobre el fanatismo y los movimientos sociales dice su autor, Eric Hoffer, que “los movimientos de masas pueden surgir y extenderse sin creer en un Dios, pero nunca sin creer en un demonio”. Por años el hoy Presidente estuvo diciendo a su audiencia que los demonios del país eran y son la “mafia en el poder”, los “neoliberales”, los “conservadores”, los “corruptos”, señalando a Carlos Salinas de Gortari como su demonio preferido, aunque en 2020 haya menguado su “diabólica” figura. Y le generó resultados el machacar y machacar. No sabemos hasta cuándo le durará el hechizo de ese canto.
Sobre lo segundo, envolverse en la bandera de la defensa de la nación mexicana es otro recurso que tiene el discurso de López Obrador. Su mejor aliado en esto es la actitud torpe y agresiva de Donald Trump, quien no cesa de ofender a los mexicanos y que en ocasiones amenaza con imponer aranceles a las importaciones de México a cambio de “favores” en la política migratoria del sur, amago diluido por la sumisión obradorista al pedido del “insolente gringo”. Además de las presiones groseras de Trump, la historia oficial de México que se imparte en la educación básica, genera por sí misma en los mexicanos un sentimiento antinorteamericano. Con poco tenemos para despertar esa animadversión y Trump ayuda mucho a ello.
Por eso el mismo Hoffer dice con acierto que para todo movimiento “el demonio ideal es un extranjero”. De aquí entonces la oportunidad para AMLO –con razón justificada y llegado el caso– de agitar el sentimiento nacionalista para apuntar a Trump. Hace meses llegó a enviarle una carta invitando al diálogo, una carta, por cierto, con innecesarias expresiones de machismo (“no soy cobarde…”, dice por ejemplo). Pero, en fin, el banderín nacionalista proporciona al Presidente la ocasión para presentarse como paladín del “pueblo bueno y sabio”. La torpeza de uno (Trump) favorece la astucia del otro (AMLO).
En el futuro, este tema aportará al Presidente mexicano varias oportunidades más de invocar la unidad nacional ante el demonio extranjero. Y mientras esto ocurre, seguimos en ayuno claro y efectivo de una política migratoria del Gobierno mexicano en las complejas circunstancias actuales. Da la impresión de que en este tema, AMLO y su equipo no saben qué hacer, salvo por ahora complacer las exigencias de Donald Trump en la materia con el uso de la Guardia Nacional. Pero, ¿hasta cuándo conoceremos una estrategia clara y sensata para enfrentar la inseguridad en el país?
Corrupción y nacionalismo, dos fuentes inapreciables para alimentar las políticas de la Cuatroté en el México de hoy. Y mientras esto aporta sus magros frutos, la persistente inseguridad exhibe poco a poco la incapacidad de AMLO y su gabinete para atajar sus enormes repercusiones. Por lo pronto, en febrero de 2020, tuvimos ya la emergencia de una movilización nacional contra el feminicidio y la exigencia de seguridad pública; un movimiento incubado espontáneamente y alimentado por el hartazgo ante la violencia; un movimiento que ha brotado sin la tutela del discurso obradorista y por esto el hombre de Palacio se afana en desacreditarlo y tildarlo de estar infestado por los conservadores para atacar su gobierno. Hay paranoia en Palacio Nacional, combinada con la soberbia asociada al poder del Estado. Mucho habremos de ver al respecto todavía.