Editorial

Un avión cargado de infamia

El anuncio por parte de López Obrador de las opciones para enajenar el avión presidencial tuvo más kilometraje en la blogosfera que los recorridos que llegó a hacer Enrique Peña Nieto en este Boing 747, un verdadero “palacio en los cielos”, como lo describió el actual presidente.

Hasta la fecha se han pagado 1,833 millones de pesos y faltarían por liquidar 2,724 millones de aquí al 2027, nos guste o no. En total un costo superior a 4,500 millones de pesos, que habrán de salir de los bolsillos de todos por una decisión de Felipe Calderón tomada en los últimos meses de su sexenio, con el propósito de que su sucesor no se molestara en pisar los pasillos de un aeropuerto cuando viajase al extranjero. En aquella ocasión algunos nos preguntamos si esa generosidad del panista para con el priista fue una forma de comprar beneplácitos e impunidades. ¿De qué otra manera se entendería pagar por un lujo de esa magnitud sabiendo que no habrá de recibirse sino hasta después de entregar el poder a su sucesor?

Hoy que el avión se vende prácticamente nuevo pero a mitad de precio no se encuentran compradores; y no se les encuentra porque, en efecto, se trata de una aeronave absurda. Ningún jeque despilfarrador corrió a aprovechar la ganga; ningún soberano de país rico se interesó por el tema. El avión en realidad es incosteable para trayectos menores a cinco horas de vuelo, lo cual significa que estaba destinado a viajes trasatlánticos, algo que un presidente realiza en promedio dos o tres veces al año. Hasta el momento nadie en el mundo ha encontrado sentido en adquirirlo; no obstante, por misteriosas razones, Calderón consideró impostergable hacerlo a costa incluso de endeudar al erario.

Puedo entender que López Obrador, con su política de austeridad, encuentre doloroso el pago de 2,700 millones pesos restantes existiendo tantas asignaturas pendientes. Tras un año de frustrante búsqueda de comprador, parece estar decidido a forzar las circunstancias para que el propio avión pague la deuda pendiente. Cualquier cosa antes que seguir abonando intereses a un monumento a la frivolidad y la corrupción política.

Supongo que algunos que ridiculizan a López Obrador son los mismos que consideraban que el avión presidencial de lujo era una cuestión de imagen para engrandecer el nombre de México. También los mismos, supongo, que asumían como un motivo de orgullo para los mexicanos tener al hombre más rico del mundo, en los años en que Slim encabezaba la lista. No parecen darse cuenta de que tener a un millonario por encima de cualquier potentado alemán o francés, o un avión presidencial más lujoso que el equivalente de Japón o de Canadá no hace sino confirmar por qué seguimos siendo subdesarrollados. A los ojos del mundo, que no ignora nuestros terribles niveles de desigualdad o pobreza, tener el avión que ellos no tienen simplemente da cuenta del despilfarro y la corrupción que explican el abandono a la mitad de la población y los privilegios con los que opera la élite empresarial.

De las cinco opciones que el Presidente dio a conocer (venta a un solo comprador, intercambio por equipos y medicinas, venta a doce compradores, renta por horas y sorteo) la última, la rifa entre seis millones, parecería la más compleja de instrumentar. Y sin embargo, creo que es la que más le gustaría al propio López Obrador. Un fuente ovejuna de seis millones de mexicanos estaría subsanando y resolviendo un símbolo de la corrupción del pasado. Y no, no es un Fobaproa, porque no se trata del rescate de un grupo de empresarios cuando se convirtió en deuda pública la deuda privada de los bancos. Acá se trata de un esfuerzo colectivo para neutralizar la infamia absurda de presidentes que operaron a espaldas de ese colectivo y convirtieron en deuda pública un capricho absurdo.

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