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Editorial

Atender a las víctimas de la violencia, “da flojera eso”

Desde 1991 Andrés Manuel López Obrador empezó a realizar marchas exigiendo un cambio democrático en el país. Luego, a partir del 2005 hizo giras electorales como candidato presidencial. Hoy que ya es presidente recuerda esos pasajes como medallas y ante el anuncio de Javier Sicilia de que habrá de realizar una nueva marcha para exigir un cambio en la estrategia de seguridad pública y detener la ola de violencia, la compara con las suyas y la desdeña con una expresión de soberbia inusitada.

El distanciamiento de López Obrador con los familiares de las víctimas de la violencia viene desde la campaña presidencial del 2012 cuando el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad pidió a todos los aspirantes se comprometieran para atender este grave problema.

En aquella reunión celebrada en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, Andrés Manuel no estuvo cómodo y rechazó el polémico beso en la mejilla que Sicilia daba emulando el saludo antiguo de los cristianos. Escuchó las cuitas de las familias de muertos y desaparecidos, pero siempre con un gesto duro y hasta de apatía en la mesa de diálogo en la que se comprometió a atenderlos de llegar a la Presidencia de la república.

En agosto y septiembre del año pasado y luego en enero del presente, ya como presidente en funciones, López Obrador tuvo una nueva reunión con familiares de víctimas de la violencia que le demandaron a gritos cambiar su posición de ofrecer perdón a los victimarios sin atender la exigencia de justicia de quienes perdieron a sus seres queridos. La demanda, sin embargo, no fue escuchada.

Todo parece indicar que a López Obrador le molesta e incomoda atender los reclamos de quienes han sido afectados por la violencia generada por la guerra contra el narcotráfico. El rechazo a la decisión de Sicilia de salir nuevamente a las calles a protestar por la violencia que en este año de gobierno alcanza los 30 mil muertos, expresa ahora no solo enojo sino la imposibilidad de su gobierno para resolver la demanda más sentida de la población.

López Obrador ve a Sicilia y a los familiares de las víctimas de la violencia como adversarios a su gobierno. También los mira como si fueran sus competidores.

 “Yo vengo de la oposición, nosotros hacíamos marchas, éxodos, manifestaciones. Imagínense cuántas veces estuvimos en el Zócalo, muchísimas y vamos a seguir estando para no perder la costumbre. Entonces, adelante la protesta, no podemos impedirla; desde luego no compartimos puntos de vista, pero esto es también normal en un sistema democrático, siempre lo hemos dicho” dijo el lunes pasado en su conferencia mañanera, pero de inmediato acotó.

“Hay una oposición. Ahora se quiere que se cambie la estrategia en materia de seguridad. Nosotros decimos: No vamos a regresar a lo mismo, no es con el uso de la fuerza, no es con la violencia, no se puede enfrentar al mal con el mal, al mal hay que enfrentarlo haciendo el bien. La paz y la tranquilidad son frutos de la justicia y esa es esta estrategia”.

El presidente se equivoca en pensar que Sicilia en tanto víctima -le asesinaron a su hijo Juan en 2011 miembros del crimen organizado— quiere que se tome el camino de las armas para combatir la inseguridad. Es todo lo contrario, pero en su afán de ver como enemigo a todo aquel que no está de acuerdo con sus propuestas, no escucha el reclamo de Sicilia y muchos de los familiares afectados de no usar al Ejército, disfrazado de Guardia Nacional, para   combatir al crimen organizado.

No se trata de reprimir, torturar, perseguir, desaparecer a personas o de masacrar, pero tampoco de perdonar a los victimarios para acelerar un proceso de paz con fines políticos. Sino de aplicar la justicia.

Por cierto… Horas después de rechazar un encuentro con Sicilia, López Obrador se reunió con Carlos Slim y con el comisionado de la Liga Nacional de Futbol Americano, Roger Goodell, con quienes habló de negocios y de beisbol.

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