Editorial

Trump, creado y derrotado por su personaje de lucha libre

Hace unas semanas, Heather Levi, autora de quizá la obra académica más importante sobre la lucha libre, habló en un coloquio sobre lucha libre y políticas populistas, centrándose en el caso de Donald Trump. Esa intervención despertó una serie de inquietudes que desarrollo en este texto, utilizando en varios pasajes argumentos de la antropóloga estadunidense.

Para empezar, Donald Trump ha participado en el negocio de la lucha libre de su país, al involucrarse lucrativamente en la organización de algunos Wrestlermania. Pero el hecho más significativo de esta relación es una serie de intervenciones que tuvo en la World Wrestling Entertainment (WWE), en 2007. Trump protagonizó el “Combate de millonarios” contra el dueño de la WWE, Vince McMahon. Cada uno de ellos apadrinaba a un luchador, quienes pelearon por rapar al magnate del bando opuesto. Se dice que el ahora presidente participó en la trama, añadiendo agresiones directas a McMahon, y también el mismo Trump recibió un castigo en el ring por parte de un luchador. En esta escenificación de pressing catch, como también se le llama a la lucha libre en EUA, Trump representaba al empresario noble que cuidaba a sus empleados, el técnico, y McMahon al patrón explotador, el rudo. Al final, como normalmente pasa, ganó el técnico y el dueño de la WWE perdió la cabellera en pleno cuadrilátero.

A diferencia de la lucha libre mexicana, la de EUA se ha preciado por un desarrollo más marcado del catch, del circo, de la escenificación; lo cual aprendió muy bien Trump o bien empató a la perfección con su personalidad. En su campaña presidencial, Trump utilizó todos los elementos del pressing catch como estrategia política. Para empezar, asumió el rol del rudo, descontento con las reglas establecidas, como una forma de causar empatía con los millones de estadunidenses que estaban cansados del “sistema” o se sentían hartos de él. Tal vez, en verdad eran beneficiarios del american way of life, pero Trump, con sus gestos excesivos, explotados hasta el paroxismo de su significación, los hizo sentir inconformes igual que él.

Hillary Clinton y los Demócratas nunca entendieron qué hacía Trump, ellos esperaban una contienda electoral, pero el magnate estaba jugando con otros símbolos, desarrollaba un discurso diferente para los políticos tradicionales. Con esta incógnita trascurrieron las semanas, Clinton nunca se subió al ring y perdió la contienda de manera estrepitosa. El show man lo había logrado. Enfrew, un luchador de aquel país, un día declaró: “Si el público reacciona de la forma que quiero, entonces sé que lo he hecho bien”.

Eso hizo Trump, jugó su rol de luchador, les sacó a millones de estadunidenses el rudo que llevan dentro, sus pasiones ocultas, las inmoralidades de la media nacional, ya sea por medio de la xenofobia, del racismo, el chauvinismo, la misógina o el machismo. Lo peor de cada estadunidense salió a votar. Tal como lo señala Barthes: “Los luchadores, hombres de gran experiencia, saben dirigir perfectamente los episodios espontáneos del combate hacia la imagen que el público se forma de los grandes temas maravillosos de su mitología.”

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