Editorial

Interlocutor confiable

Cuando Eduardo Medina Mora fue nombrado Embajador en Washington en 2012, el gobierno de Obama no vaciló en darle el beneplácito. Era un ente conocido. Un interlocutor confiable. Había pasado los exámenes de confianza como Procurador. Fue pionero en la instrumentación de la Iniciativa Mérida asociada a la violencia y precursor del “trasiego vigilado” de armas que degeneró en el operativo criminal Rápido y Furioso. Su designación enviaba el inequívoco mensaje de que pese al cambio discursivo de Peña Nieto la continuidad de la estrategia bélica estaba garantizada.

Como Procurador en 2007 subestimó el poder de los carteles y argumentó que la “pretensión” de algunos grupos criminales de disputar al Estado el monopolio en el uso de la fuerza era sólo en “zonas muy localizadas”. Rechazó tajante considerar la legalización de las drogas y envidió el éxito de Colombia en desarticular carteles

Sobre su escritorio el emblemático “teléfono rojo” que lo conectaba las 24 horas del día a Los Pinos (ahora a Palacio Nacional). Desmintió las declaraciones del jefe de la ATF en Phoenix de que palomeó el “trasiego vigilado” de armas. Defendió su peculiar metamorfosis de Procurador a propagandista de las reformas estructurales peñistas y defensor de los migrantes.

Aseguró nunca haber visto la carpeta delictiva de Esther Gordillo y descartó usar Twitter porque, “mi expresión siempre ha sido institucional”. Pregunté: ¿Es Usted miembro del PAN o del PRI? Respondió: “De ningún partido”. (Poder y Negocios, septiembre 2013). No hubo forma de sacarle más. Me fui con la sensación de que su semblanza de sonrisa fingida escondía una negra conciencia.

Calderón lo mandó a Londres de Embajador en 2010 tras el pleito con García Luna. “No podemos depender de ‘fiscales de hierro’”, dijo en 2008 en un foro del Instituto México, del que fue miembro de la junta de consejeros. En octubre de 2012, cuando aún representaba a Calderón en el Reino Unido, Peña le ofreció la Embajada en Washington durante la visita que hizo como presidente electo a Londres.

En diciembre de 2014, Peña lo mandó llamar de urgencia para hacerle una oferta que no podía rechazar. Dejó plantados a los corresponsales mexicanos a quienes había convocado a despedir el año con un brindis. Renunció a la Embajada considerada la joya de la diplomacia mexicana para contender por la Suprema Corte. Su designación para ministro causó asombro. Se dijo que no tenía el perfil. Ni la trayectoria.

Antes de partir de Washington puso a su esposa enferma de cáncer en la nómina de la Embajada en calidad de “aviadora” para que el gobierno de México siguiera pagando el seguro médico que cubría su costosa terapia. El ministro la visitaba los fines de semana y en los recesos de la Corte. La señora murió en febrero pasado. Fue un abuso de poder que la embajada en manos de un encargado de negocios no se atrevió a denunciar.

Uno de los desplantes más sonados de su paso por las orillas del Potomac fue su inconsecuente recriminación de la industria fílmica de Hollywood por promover estereotipos racistas de los mexicanos. En el Reino Unido, también hizo un papelón al demandar una disculpa pública de un comediante del programa Top Gear de la BBC que tachó a los mexicanos de “flojos e irresponsables”.

El empresario vuelto espía, el espía vuelto policía, el policía vuelto Procurador, el Procurador vuelto Embajador, el Embajador vuelto Ministro, el Ministro vuelto sospechoso. El declive del redactor de mentiras. El máximo poder es la iniciación de la decadencia.

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