Editorial

80 años del PAN

El PAN llega a sus 80 años que pueden resumirse en tres grandes etapas: cinco décadas de lucha por la democracia; una más tomado por élites empresariales y ultracatólicas, y dos finales, en las que fue partido gobernante y asociado del PRI, hasta hundirse en la degradación.

En su origen, el PAN abrevó de las ideas de Ortega y Gasset así como de Henri Bergson, con una influencia católica, particularmente, de la encíclica Rerum Novarum, ampliamente estudiados en las vidas y obras de Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna.

Para los años sesenta, habían florecido varias generaciones que alternaban los planteamientos originales con reflexiones acordes a su tiempo, y sus dirigentes mostraban apertura –señaladamente en la dirigencia de Rafael Preciado– a ideas influenciadas, por ejemplo, por el Concilio Vaticano II y la Encíclica Popularum Progressio, muy reivindicada por Efraín González Morfín.

Los discursos de Manuel González Hinojosa y José Ángel Conchello, particularmente el 30 de agosto de 1968 –cuando exigían al gobierno de Díaz Ordaz resolver por la vía del diálogo—y la del 20 de septiembre siguiente, cuando presentaron un punto de acuerdo para que el Ejército se retirara de Ciudad Universitaria, fueron claras muestras del sentido progresista del panismo de ese momento.

El PPS que se definía de izquierdas, había acatado ya la línea diazordacista. El PAN entonces, era el único partido de oposición, ciertamente con modesta presencia, pero elocuentes representantes, que se solidarizó con el movimiento estudiantil.

Durante gran parte de los años setenta, el PAN y sus corrientes, necesarias como parte de un deseable pluralismo democrático, tenían por coincidencia central –por cierto, muy parecida tanto en lo cristiano de fondo como en la forma de expresarlo con lo que hoy se escucha en López Obrador— la dignificación de la política y un sentido ético de la vida pública.

De los debates internos poco quedaba para finales de los años ochenta, cuando la Organización Nacional El Yunque, y la Confederación Patronal Mexicana (Coparmex) asumieron el control, aceptaron presupuestos gubernamentales y gradualmente se corrompieron, de manera que en el salinismo fueron asociados útiles para la simulación democrática del bipartidismo que vio su concreción en el triunfo electoral de Vicente Fox en el 2000; a eso siguió la conducta fraudulenta, ilegal e insalubre para la democracia de 2006 y el gobierno sangriento de Felipe Calderón, con quien inició el absoluto envilecimiento del PAN.

Es en esta etapa donde lo peor del PRI se asimiló al PAN con gobernadores de presencia nacional como Rafael Moreno Valle y Miguel Ángel Yunes, o el maniobrerismo priista y caciquil de Carlos Joaquín; con postulaciones presidenciales desprovistas de carisma y mística, la fatuidad y la sospecha fundada de corrupción: en 2012 con Josefina Vázquez Mota y 2018 con Ricardo Anaya.

En síntesis, el PAN, segunda fuerza electoral –es cierto—está en bancarrota: de lo romántico y anecdótico pasó a gobernar autoritario y corrupto, para sumirse en el desprestigio y la irrelevancia. Partido sin credibilidad, incapaz de contrapesar algo ni de sumarse legítimamente a las mejores causas, ya ni siquiera entusiasma al empresariado erigido en oposición con las propias cámaras empresariales y por la vía ciudadana.

Acaso el PAN llega a sus 80 años, regenteando un registro que parapete individuales ambiciones pragmáticas, no más.

About Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Salir de la versión móvil