¿Quién para la UNAM?
En las próximas semanas se iniciará el proceso de elección o reelección del rector o rectora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se trata, como es sabido, de la máxima casa de estudios del país y sus voces tienen una repercusión en los más distintos aspectos de la vida pública del país. Es la primera ocasión que escribo sobre este tema en virtud de que, me parece, hoy en día adquiere una importancia singular preservar la autonomía con la debida rendición de cuentas en el contexto del cambio de régimen (no de gobierno) que vive México.
La polarización entre quienes sienten afectados sus intereses y expectativas y quienes, por el contrario, vislumbran cambios graduales en su beneficio, se ha vuelto un deporte nacional. Ni duda cabe, en este proceso hay vencidos y vencedores y cada quien va a defender el modelo de vida que le parezca correcto en esta lucha donde cada parte pone en práctica las herramientas que tiene a su alcance para generar una internalización de valores radicalmente distintos en el sistema nervioso central de la sociedad. Estoy a favor en su esencia de la 4T, con diferencias en lo accesorio. No obstante, no me cabe duda que la UNAM debe permanecer al margen de ese vigoroso intercambio de argumentos, posturas y definiciones en pugna, sin que se den espacios para sesgos institucionales de ningún tipo ni se convierta en botín político de nadie. De ahí, por tanto, que el proceso de designación del titular de la Rectoría requiere que se priorice la independencia de criterio, la prudencia en la conducción de la Universidad y, por supuesto, los resultados que permitan hacer más con menos.
En ese marco la posición facilista es quedarse callado y ver los toros desde la barrera. Es la condición humana. Como es de conocimiento público, no ocupo (ni quiero ocupar en modo alguno) ningún cargo en la administración universitaria. Mi posición, que aquí comparto, reside en el interés superior del país y de los universitarios. Nada más, pero nada menos. Estoy convencido de que debe fijarse postura y con elementos objetivables de quién y por qué debe tener la responsabilidad de conducir la UNAM el siguiente periodo. Estoy seguro que el actual rector, Enrique Graue, debe seguir en el cargo, por varias razones, entre las que de forma enunciativa señalo las siguientes: a) El rector Graue no es un político profesional ni quiere serlo. No representa a ningún partido ni sector, lo que paradójicamente en el pasado hubiera significado una debilidad. Hoy, por el contrario, es una fortaleza; muy pocos pueden exhibir esa impronta personal; b) Como es sabido, Graue arribó a la Rectoría a contracorriente de los grupos tradicionales que habitualmente se dedican a la política académica, lo que refuerza este planteamiento; c) La curva de aprendizaje de Graue fue razonablemente rápida y sus resultados hablan por sí mismos. Como ejemplos puede mencionarse un tema de frontera: a 45 años de no haberse creado una escuela en Ciudad Universitaria, en febrero de 2018 se aprobó la puesta en marcha de la Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra, las unidades de investigación en temas torales subieron de jerarquía administrativa y, con ello, de recursos, como el Centro de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico ahora se ha convertido en Instituto, el máximo nivel de reconocimiento administrativo y académico a la investigación. Lo propio se ha hecho al crearse laboratorios nacionales de Clima Espacial, de Observación de la Tierra, de Innovación Tecnológica para la sustentabilidad, el de Recursos Genómicos. Se han creado siete laboratorios en temas relativos a la solución de los grandes problemas nacionales. Y si lo anterior fuera poco, la UNAM ascendió 72 lugares en el prestigiado índice mundial de calidad QS World University Rankings 2020, un hecho en verdad inusitado, y así se podría hacer un largo e inédito etcétera. ¿Cómo podría alguien en su sano juicio regatear el apoyo a un hombre como Graue?; d) Y estas reflexiones son ampliamente compartidas por la comunidad universitaria, en especial la jurídica, donde, por un lado, mi reconocido colega John Ackerman ha hecho público su apoyo por esta ruta y, por otro, el prestigiado jurista Eduardo López Betancourt ha hecho lo propio, por citar dos casos con pesos específicos en la vida universitaria.
Es tiempo de cerrar filas en torno a Graue, quien día con día genera los más amplios consensos por las razones expuestas y convoco a que se genere un movimiento que permita que la razón y la pertinencia ganen la partida en este proyecto de trascendencia pública por el bien de todos.