Editorial

La crisis de la 4T

La autonombrada “Cuarta Transformación” enfrenta una crisis interna así como la inconformidad de algunos grupos que contribuyeron a la construcción del triunfo electoral alcanzado hace un año. Y el primero de los factores de inconformidad es la parálisis cuyo origen se atribuye a los frenos al presupuesto, en la intención de cumplir a rajatabla con “la austeridad republicana” que arrasa empleos, programas, proyectos e instituciones.

A lo anterior, hay que añadir por segundo factor la inexperiencia de servidores públicos que, en la primera línea y a través de la estructura –aun con las mejores intenciones e inclusive apropiación del discurso presidencial sobre la honestidad–, han sido incapaces de implementar los planes de sustitución a lo que –bajo la consideración de que viene del “viejo régimen” y que todo lo que de ahí heredaron es corrupto– se elimina.

Hay preocupación e inconformidad tanto en algunas áreas del gobierno como en las bancadas legislativas obradoristas, por lo que la afirmación del mandatario expuesta en entrevista con La Jornada (1 de junio de 2019) que apunta a la inconformidad sólo en las elites, es una falacia.

La autocrítica abierta se patenta, por ejemplo, en la posición asumida en un primer momento por la excoordinadora de campaña de López Obrador, Tatiana Clouthier, respecto a la Guardia Nacional; en el cuestionamiento contundente de Porfirio Muñoz Ledo a la relación con Estados Unidos, y en los señalamientos de Ricardo Monreal a la parálisis del gobierno, asunto este último que refleja la mayor preocupación en la cúpula obradorista.

Los casos se han ido acumulando en diferentes ámbitos: aunque se rectificó, sólo como un ejemplo de varios, la cancelación de recursos para mujeres víctimas de violencia, el dinero no llega. Y es en las rectificaciones –anunciadas por el propio presidente en los casos de “injusticia”—donde las crisis internas se exhiben, el caso del IMER es el episodio más reciente.

Encima de todo hay desdén por las normas e intolerancia a la crítica, que tiene por estos días su expresión en la descalificación y el rechazo a la recomendación de la CNDH por las “Estancias Infantiles”, en un gobierno incapaz de dejar atrás sus formas de oposición para asumir el papel institucional que le corresponde. Con argumentos políticos y descalificaciones, advierte el presidente y sus colaboradores al Poder Judicial y a organismos autónomos, con exhibir en la “mañanera” al que falle contra sus propósitos.

Por si fuera poco, la renuncia de Germán Martínez, primera baja en el gabinete ampliado, detonó la temprana sacudida. En los días siguientes, ocurrió la renuncia de Josefa González Blanco Ortiz Mena a Semarnat, argumentando congruencia tras un acto de supuesta prepotencia, y aunque menos sonora, la de Tonatiuh Guillén al Instituto Nacional de Migración, luego de ser excluido de la operación de la política migratoria con la que el gobierno obradorista pretende resolver el diferendo con Estados Unidos. Los cambios por diferentes motivos, a medio año del arranque, abonan a la percepción de inestabilidad que se suma a los conflictos internos del gabinete.

Más allá de las marchas anti López Obrador o los actos apoteósicos para la autoafirmación, en los hechos, el arranque del gobierno se ha complicado, en parte por la dimensión del aparato (“un elefante reumático”, suele decir el presidente) y en parte por ineficacia de los equipos de trabajo (“hay conflictos  dentro del gobierno”, admitió el presidente ejemplificando con el pleito entre Raquel Sosa y el secretario Esteban Moctezuma, en el sector educativo), que tendrían que replantear esquemas, decisiones y conductas, antes de que sea demasiado tarde.

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