Guillermo Arteaga González.
El día de ayer 19 de septiembre se llevó a cabo la 78° Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) demostró, una vez más, la importancia de este foro internacional para tratar temas cruciales que afectan a la comunidad global. Con cerca de 140 jefes de estado y líderes gubernamentales presentes, los discursos ofrecieron una muestra diversa de prioridades, estrategias y desafíos. Particularmente notables fueron las intervenciones de Nayib Bukele de El Salvador, Gustavo Petro de Colombia, Volodymyr Zelensky de Ucrania y Alberto Fernández de Argentina.
Nayib Bukele sobresalió con su discurso optimista, delineando la transformación de El Salvador desde ser “el país más peligroso del mundo” a convertirse en “el más seguro de América Latina” bajo su mandato, Bukele atribuyó este cambio a políticas domésticas diseñadas e implementadas independientemente, alejándose de la adopción acrítica de modelos extranjeros, su énfasis en el “derecho a autogobernarse” refleja una visión del liderazgo que resuena con sus ciudadanos, quienes le han reafirmado su confianza en las urnas.
En contraposición, el discurso de Gustavo Petro pintó un panorama sombrío del mundo actual, usando el término “policrisis”, Petro se refirió a la continua guerra, hambre, recesión económica y crisis climática que azotan al planeta, no se limitó a señalar problemas, sino que criticó a las naciones que proclaman valores universales, pero actúan de manera hipócrita, especialmente en cuestiones como las invasiones militares y el conflicto en Palestina.
Volodymyr Zelensky, el presidente de Ucrania centró su intervención en la acción necesaria contra Rusia y la situación en su país, denunció lo que considera un adoctrinamiento de niños y secuestros por parte de fuerzas rusas, enfocándose en medidas concretas para enfrentar los desafíos que supone el conflicto con Rusia.
Alberto Fernández se centró en las políticas económicas globales, criticando fuertemente al FMI por elevar las tasas de interés internacionales y abordando el bloqueo a Cuba como un ejemplo de “ingeniería financiera internacional” fallida.
Lo que estos discursos revelan es un mundo en complejidad, donde cada líder trae a la mesa no solo sus preocupaciones domésticas sino también visiones distintas sobre cómo manejar los desafíos globales, es un recordatorio de que la ONU, con todas sus limitaciones, sigue siendo un escenario único donde estas visiones pueden confrontarse y, eventualmente, colaborar para un bien común, la diversidad de voces es tanto un desafío como una oportunidad para la comunidad internacional, la clave estará en encontrar terrenos comunes que permitan a estas naciones trabajar juntas en la resolución de problemas que afectan a la humanidad en su conjunto.
Sin embargo, desde este espacio de opinión pensamos que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, se presenta a menudo como el escenario mundial por excelencia para discutir los problemas más apremiantes de la humanidad. Empero, a medida que año tras año los líderes mundiales suben al podio para pronunciar sus discursos, uno no puede evitar preguntarse: ¿Dónde está la acción detrás de todas estas palabras? Si bien los discursos ofrecidos suelen ser retóricamente potentes y abarcan una variedad de temas desde conflictos bélicos hasta crisis climáticas, hay un notorio abismo entre la retórica y la acción, acuerdos y resoluciones son a menudo ratificados con mucho aplauso, pero con poca aplicación posterior, los compromisos se convierten en titulares de noticias por un día y luego se olvidan en el anecdotario de la diplomacia internacional.
La ONU tiene un apego innegable al protocolo, que aunque necesario para el funcionamiento formal de cualquier organismo internacional, a menudo sirve como cortina de humo que disimula la inacción, este formalismo excesivo puede sofocar la empatía y la urgencia que requieren muchos de los problemas discutidos, los líderes vuelven a sus países con una casilla marcada en su lista de tareas, pero poco cambia en el terreno, el sistema de la ONU también padece de una desequilibrada distribución de poder que otorga a las grandes potencias un peso excesivo en la toma de decisiones, esto crea una dinámica en la que la acción colectiva se ve obstaculizada por los intereses individuales de unos pocos, la cerrazón de las naciones más poderosas para actuar en beneficio común muestra no solo la falta de empatía sino también una visión borrosa de la interdependencia global.
La Asamblea General corre el riesgo de convertirse en un foro obsoleto, un escenario donde la retórica vacía supera a las acciones concretas. Si bien sirve como un espacio para el debate y el encuentro entre diferentes culturas y visiones del mundo, la falta de resultados tangibles socava su legitimidad y eficacia, si la Asamblea General de la ONU pretende seguir siendo relevante, debe encontrar maneras de traducir palabras en acciones, es vital para su supervivencia institucional y, más importante aún, para el bienestar de las personas a las que pretende servir. En un mundo cada vez más polarizado y frente a desafíos globales que requieren cooperación internacional, no podemos permitirnos el lujo de conformarnos con un teatro de palabras vacías.
Diversidad de Voces en la Asamblea General de la ONU: Desde El Salvador hasta Ucrania
Guillermo Arteaga González.
El día de ayer 19 de septiembre se llevó a cabo la 78° Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) demostró, una vez más, la importancia de este foro internacional para tratar temas cruciales que afectan a la comunidad global. Con cerca de 140 jefes de estado y líderes gubernamentales presentes, los discursos ofrecieron una muestra diversa de prioridades, estrategias y desafíos. Particularmente notables fueron las intervenciones de Nayib Bukele de El Salvador, Gustavo Petro de Colombia, Volodymyr Zelensky de Ucrania y Alberto Fernández de Argentina.
Nayib Bukele sobresalió con su discurso optimista, delineando la transformación de El Salvador desde ser “el país más peligroso del mundo” a convertirse en “el más seguro de América Latina” bajo su mandato, Bukele atribuyó este cambio a políticas domésticas diseñadas e implementadas independientemente, alejándose de la adopción acrítica de modelos extranjeros, su énfasis en el “derecho a autogobernarse” refleja una visión del liderazgo que resuena con sus ciudadanos, quienes le han reafirmado su confianza en las urnas.
En contraposición, el discurso de Gustavo Petro pintó un panorama sombrío del mundo actual, usando el término “policrisis”, Petro se refirió a la continua guerra, hambre, recesión económica y crisis climática que azotan al planeta, no se limitó a señalar problemas, sino que criticó a las naciones que proclaman valores universales, pero actúan de manera hipócrita, especialmente en cuestiones como las invasiones militares y el conflicto en Palestina.
Volodymyr Zelensky, el presidente de Ucrania centró su intervención en la acción necesaria contra Rusia y la situación en su país, denunció lo que considera un adoctrinamiento de niños y secuestros por parte de fuerzas rusas, enfocándose en medidas concretas para enfrentar los desafíos que supone el conflicto con Rusia.
Alberto Fernández se centró en las políticas económicas globales, criticando fuertemente al FMI por elevar las tasas de interés internacionales y abordando el bloqueo a Cuba como un ejemplo de “ingeniería financiera internacional” fallida.
Lo que estos discursos revelan es un mundo en complejidad, donde cada líder trae a la mesa no solo sus preocupaciones domésticas sino también visiones distintas sobre cómo manejar los desafíos globales, es un recordatorio de que la ONU, con todas sus limitaciones, sigue siendo un escenario único donde estas visiones pueden confrontarse y, eventualmente, colaborar para un bien común, la diversidad de voces es tanto un desafío como una oportunidad para la comunidad internacional, la clave estará en encontrar terrenos comunes que permitan a estas naciones trabajar juntas en la resolución de problemas que afectan a la humanidad en su conjunto.
Sin embargo, desde este espacio de opinión pensamos que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, se presenta a menudo como el escenario mundial por excelencia para discutir los problemas más apremiantes de la humanidad. Empero, a medida que año tras año los líderes mundiales suben al podio para pronunciar sus discursos, uno no puede evitar preguntarse: ¿Dónde está la acción detrás de todas estas palabras? Si bien los discursos ofrecidos suelen ser retóricamente potentes y abarcan una variedad de temas desde conflictos bélicos hasta crisis climáticas, hay un notorio abismo entre la retórica y la acción, acuerdos y resoluciones son a menudo ratificados con mucho aplauso, pero con poca aplicación posterior, los compromisos se convierten en titulares de noticias por un día y luego se olvidan en el anecdotario de la diplomacia internacional.
La ONU tiene un apego innegable al protocolo, que aunque necesario para el funcionamiento formal de cualquier organismo internacional, a menudo sirve como cortina de humo que disimula la inacción, este formalismo excesivo puede sofocar la empatía y la urgencia que requieren muchos de los problemas discutidos, los líderes vuelven a sus países con una casilla marcada en su lista de tareas, pero poco cambia en el terreno, el sistema de la ONU también padece de una desequilibrada distribución de poder que otorga a las grandes potencias un peso excesivo en la toma de decisiones, esto crea una dinámica en la que la acción colectiva se ve obstaculizada por los intereses individuales de unos pocos, la cerrazón de las naciones más poderosas para actuar en beneficio común muestra no solo la falta de empatía sino también una visión borrosa de la interdependencia global.
La Asamblea General corre el riesgo de convertirse en un foro obsoleto, un escenario donde la retórica vacía supera a las acciones concretas. Si bien sirve como un espacio para el debate y el encuentro entre diferentes culturas y visiones del mundo, la falta de resultados tangibles socava su legitimidad y eficacia, si la Asamblea General de la ONU pretende seguir siendo relevante, debe encontrar maneras de traducir palabras en acciones, es vital para su supervivencia institucional y, más importante aún, para el bienestar de las personas a las que pretende servir. En un mundo cada vez más polarizado y frente a desafíos globales que requieren cooperación internacional, no podemos permitirnos el lujo de conformarnos con un teatro de palabras vacías.